Déjame ponerme de nuevo de pie sobre la tierra,
oh ángel de la luz que en el aire te enriqueces
por el cambio y la raíz que tozuda persiste.
Déjame vagarear sobre la tierra viva
y vivir el nacimiento de los caminos que comienzan
bajo las estrellas y cerca de los ojos del agua,
mientras el corazón registra el canto del ruiseñor
que interroga la noche con la cabeza gacha de misterios.
Deja, ángel sonriente de retorno y equilibrio,
que me alce como un chopo, trémulo de existencia,
hacia la voz de aire y cielo donde nace la primavera.
Tocado por tus dedos, deja que un olor de pajar
venga a estirarse a mi lado, como si estuviera cerca de su amo.
No me abandones, ángel, al salario de limosna
con el cual paga el dolor durante sus menguas.
Estoy desnudo. Y soy vulnerable al diamante del día.
¡Vayamos hacia las alondras!
Pace un potro rojo.
Viene el Este, con la gaviota.
Oh, ángel de poder entre las formas ciegas,
déjame sentir la titánica fuerza
de una brizna de hierba al crecer,
la oración del agua,
los enigmas del fuego.
Ven, ángel, acompáñame con tu luz necesaria.
Ven, ven, no me dejes, belleza resplandeciente,
creación y consuelo,
piedad convertida en espíritu.
Mira, ángel. En el valle Deméter yace y duerme.
Solemne y vasta, hace un gesto con la mano,
de protección y orden, y todos los pájaros vuelan,
y después, murmurando, lenta cambia de aspecto...
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