Con mis cabellos al azar,
que agitó el viento y lavó el mar
en playas que ya no tendré
ante mis ojos presos ya
de tanto ver y recordar
lo que perdí de mi niñez.
Con estas manos que quizás
pueden sentir aún, tal vez,
lo que sintieron al rozar
tu cuerpo joven que también
envejeció como mi piel,
cansada de tanto esperar.
Con mis cabellos al azar,
recorrí pueblos y ciudades
donde nunca me quedé
pegada a mi soledad
y a tus caricias que jamás,
jamás yo supe responder.
Por eso guardo, a mi pesar,
todo lo que no te pude dar,
pero al fin supe aprender
sentir, vivir, amar, soñar
laten de nuevo en mi rezar
si te presiento aparecer.
Con mis cabellos al azar,
recorreré todas las calles
donde tú puedas estar,
desesperada por saber
si aún podría regresar
a tu regazo como ayer.
Con esas ansias de tenerte
entre mis brazos y besarte,
y después volver a ser
lo que ya fuimos sólo un día,
un tierno amor, una alegría.
Por una vez…, por una vez…
(Traducción literal de la versión catalana de Marina Rossell)
Con esta pinta de métèque (*)
de judío errante, de pastor griego
y mis cabellos oleando al viento.
Con mis ojos desteñidos
y mi aspecto de soñador
—yo que ya casi ni sueño—.
Con mis manos de ladrón,
de músico y de trotamundos
que han saqueado jardines.
Con mi boca que ha bebido,
que ha besado, que ha mordido
sin saciar jamás su hambre.
Con esta pinta de métèque,
de judío errante, de pastor griego,
de ladrón y de vagabundo.
Con mi piel que se ha curtido
al sol de todos los veranos
junto a cualquiera que llevara falda.
Con mi corazón que hirió
tanto como fue herido,
sin inmutarse por ello.
Con mi alma que ya no tiene
la más mínima esperanza
de evitar el purgatorio.
Con esta pinta de métèque
de judío errante, de pastor griego,
y mis cabellos oleando al viento
vendré, mi dulce prisionera,
mi alma gemela, mi fuente viva,
a beberme tus veinte años.
Y seré príncipe de sangre,
soñador o adolescente
—como prefieras elegir—,
y haremos de cada día
toda una eternidad de amor
que viviremos hasta el morir.
Y haremos de cada día
toda una eternidad de amor
que viviremos hasta el morir.
(*) Métèque (francés). Sinónimo de ‘extranjero’. En la Antigua Grecia se usaba la palabra para designar al extranjero, en ocasiones de forma despectiva, ya que era considerado inferior al ciudadano.
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