En este charco, donde aprendí a jugar,
hay niños de ojos pardos, de cualquier lugar,
dioses antiguos y el Mesías en persona,
otoños que no temen fríos de este mar.
Mediterráneo.
En sus orillas flota aún un viejo hedor
de sangre y rencor que hiela el corazón.
Hay islas que recuerdan cárceles y horror,
y luego ese verano que regala el sol.
Mediterráneo.
En donde apareció un primer odeón,
las bombas caen y anuncian lo peor:
pueblos y olivos arden, y en algún rincón
hay siempre un inocente niño que perdió el
Mediterráneo.
En este charco donde aprendí a jugar
con los pies en el agua, siento no ver más
a los amigos de antes, hombres de mi edad,
perdidos en Europa, ahogados quizá…
Mediterráneo.
El cielo oscureció a lo largo de este mar,
y en este siglo cruel que no nos supo dar
la libertad y la paz que Atenas y Barcelona
persiguen, años ah, sin olvidar su mar
Mediterráneo.
(Traducción literal de la versión catalana de Marina Rossell)
En esta gran balsa donde juegan niños de ojos negros
hay tres continentes y siglos de historia;
profetas, dioses y el Mesías en persona;
hay un bello verano que no teme el otoño
en el Mediterráneo.
Hay olor a sangre que flota en sus orillas
y países destrozados como tantas heridas abiertas,
islas entre alambradas, muros que aprisionan;
hay un bello verano que no teme el otoño
en el Mediterráneo.
Hay olivos que mueren bajo las bombas
allá donde apareció la primera paloma,
pueblos olvidados que la guerra siega;
hay un bello verano que no teme el otoño
en el Mediterráneo.
En esta gran balsa yo jugaba de niño:
tenía los pies en el agua, respiraba el viento.
Mis compañeros de juego se han hecho hombres,
los hermanos de aquellos que el mundo abandona
en el Mediterráneo.
El cielo está de luto sobre la Acrópolis
y libertad ya no existe en español.
Siempre podremos soñar con Atenas y con Barcelona,
donde perdura un bello verano que no teme el otoño
en el Mediterráneo.
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