María mía tengo miedo
mis manos no me responden,
pero no temas que no
sabrá nadie si tiemblan.
Siento en el corazón tener que marchar de ti
y de mis hijos queridos
que no merecen
que no merecen
que hoy su padre no esté a su lado,
que no merecen
que no merecen
abrir la puerta al que llega
y se me lleva tan lejos de casa.
Tanto tiempo nos la ha abierto la angustia,
tanto tiempo la miseria nos ha acompañado,
tanto tiempo he salido a la calle a escondidas
lleno de miedo, de razón y de fuerza.
No me ha visto nadie
sufrir contigo
por un trozo de pan
pero para ellos soy “lastre”,
que es preciso enterrar
y olvidar el rastro, el rastro.
Llevo las ropas que otro llevó
y me pudriré a su lado;
no es preciso poner una cruz
no es preciso poner una cruz
sobre el que ya la lleva atada a los pies.
no es preciso poner una cruz
no es preciso poner una cruz
a la memoria de
quien no tiene historia
que puedas rezar.
Cuando los dientes de la muerte me destrocen,
cuando las cenizas me presten sus colores,
y alguien enseñe a tus hijos que el sol luce para todos,
y tú, luz de su mundo, te des cuenta,
háblales, entonces,
del padre muerto
sin abrir las manos;
haz suyas las causas
de su sangre
y de la sangre de otros.
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