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Novedad discográfica

Ni tan jóvenes ni tan viejos cantan a Sabina

por Frank Carlos Nájera el 22/01/2020 

El pasado mes diciembre Sony Music y Warner Music lanzaron Ni tan joven ni tan viejo, un doble álbum que propone un tributo a Joaquín Sabina de parte de 38 artistas y grupos de varias generaciones que han versionado sus canciones.

Ni tan joven ni tan viejo. Tributo a Sabina

 

Quería escribir sobre este disco una vez lo escuchara. Después de unos días, leí algunas reseñas bastante malas, de esas obligatorias de último minuto que les pasan por encima a las canciones como si fueran las letras del alfabeto, y un par de buenas. Una en especial, la de Juan Puchades (crítico de música español) para Efe Eme, fue la que me paralizó. ¿Podía yo escribir algo mejor? ¿Tenía algo más que decir? Muchos de sus puntos coincidían con los míos. Sin embargo, me di cuenta de que no estoy de acuerdo con él en algunas de sus impresiones y, si he devorado buena parte del álbum reiteradamente por puro placer, luego de haberlo escuchado completo un par de veces, ¿por qué no compartir entonces lo que he sentido, lo que he pensado, y lo que sin querer queriendo he terminado escribiendo?

 

Lo mejor de todo es que algunas canciones se han reinventado por completo y otras, a pesar de mantener la misma estructura y carácter, vuelven a sonar frescas y no suena a tributo, sino a colaboración de un montón de artistas midiéndole el pulso a letras ajenas para incorporarlas a sus respectivas sensibilidades artísticas. Algunos acertaron más que otros, como las críticas que se hicieron del álbum. No iba a escribir mi opinión. Después de darle diez vueltas, no pude evitar hacerlo.

 

Primero lo primero. Joaquín Sabina es el cantautor español por excelencia, heredero de lo mejor de la canción anglosajona (Beatles, Rolling Stones, Cohen, Dylan) la hispana (Silvio, Serrat) y en general de ritmos tan variados como el bolero, la salsa, el rock, la balada, la trova, el vals, el blues, el reggae, entre otros. Es además un lazo que une las generaciones nuevas con las viejas, sin nudos ni asperezas.

 

Sus letras nos demostraron que podía hacerse algo más con nuestro idioma, con las historias que cuentan las canciones, con los personajes de ellas, con la forma de acercarse a ellas. La manera de los artistas en este tributo de agradecer ese camino que les abrió Joaquín ha sido hacer suyas las canciones, derretirlas y ponerlas en otros moldes o agregarles otros ingredientes y quitarle algunos para dejarlas secar sin molde ni nada que las aprisione.

 

Todas son válidas dentro de sus universos heterogéneos. Cada versión tuvo al grabarla un sentido para sus intérpretes, quienes hicieron precisamente eso: interpretar la estética y esencia de su canción. Casi todos estuvieron acorde a sus respectivos estilos.

 

Empieza Fito Cabrales y sus Fitipaldis en uno de los temas más esperados por un servidor: Ruido. Le acompaña Coque Malla. Supuse que, al ser Fito, la rumba se convertiría en rock and roll y no me equivoqué. Supuse que estaría llena de energía y no me equivoqué. Supuse que la transformación de género quedaría bien, aunque sin llegar a la profundidad y el desgarro de la original y… me equivoqué por completo. La historia sigue intacta y el ritmo rock and roll desemboca en un caos controlado de fuerza narrativa y vocal que le impregna al tema una credibilidad indiscutible.

 

Contigo en la voz de Alejandro Sanz, por otra parte, no ha tenido una gran aceptación entre el público sabinero. A mí me agrada. No me apasiona, pero tampoco ya lo hace el tema original, quizá por quemado de tantas escuchas a lo largo de los años. Creo que es uno de esos temas que necesitaría una reinvención musical total para funcionar de nuevo como algo fresco. El original es monótono y lineal y así se convirtió en un clásico, pero al hacerlo más lento y sin un efecto hipnótico que pueda darle énfasis a la letra, Alejandro se arriesga a aburrir a mitad de la canción. ¿Qué me habría gustado más de un cantautor tan intuitivo y versátil? Cerrado por derribo, o Nos sobran los motivos. Ambos temas fueron reservados por otros, con resultados promedio.

 

Amaral y Manolo García se atreven con un clásico: Con la frente marchita. Solía ser mi favorita. Hoy aún es parte de mi top. Es posible que por esa razón este cover se me hace intrascendente, con los matices y el sentimiento algo aplastados, como un tema que se canta en vivo con la camaradería de colegas de la música que quieren compartir escenario, sin pensárselo mucho.

 

Donde habita el olvido es, desde el 13 de diciembre, de Bunbury. Es suya por derecho instantáneo. Maestro de la actitud y los encantamientos, sabio del carácter y la madurez vocal, artista de clase y equilibrio, Enrique se muestra como un alpinista consagrado que sabe qué hacer cuando llega a la cima. Esta canción era hermosa antes. Tenía un valor estético digno de recordar. Contaba una historia que le podía pasar a cualquiera desde el lente especial de Joaquín, con la ambientación en un Madrid despiadado, urbano y cruel. Frases como "Los besos que perdí por no saber decir te necesito" nos daban la melancolía del vividor que se encuentra con ganas de sentar la cabeza, de pedir que se quedara un poco más ese amor de una noche. En esta ocasión, con el arreglo más valiente, atmosférico y esencialmente épico del álbum, Bunbury le da a esa melancolía un giro distinto, un desvío por un laberinto de emociones encontradas, una dramática personal en la que la tristeza se convierte en grito espiritual del alma, de un hombre que canta para que las lágrimas salgan por la voz sin que tiemble. Bunbury la convierte en algo vital, de otro mundo y de este, en una orquesta de contrastes, en un submarino con la escotilla abierta, en un desfile de apetitos satisfechos que no sabíamos que teníamos. Un deleite de los sentidos. Ha tenido una excelente aceptación en el público, y me incluyo. Es arte.

 

Leiva apuesta por la opción segura. Ya lo ha hecho antes y lo hace otra vez. Su versión es como otra versión de la versión suya de años atrás con Rubén Pozo cuando ambos eran Pereza. El caso de la rubia platino cuenta una historia sui generis en la discografía de Joaquín, quien se adentró en el neo noir para regalarnos un personaje que seguimos aunque no nos generara mucha empatía. Aquí Leiva le da un toque más alegre y su fraseo siempre ha tenido el punto justo de temperatura, así que, de funcionar, funciona. No hay grandes innovaciones ni desvíos en esa trama. Bien cantada y bien producida. Tiene alma. Solo no dejo de pensar que se desperdició la oportunidad de echarle garras a Pastillas para no soñar, por poner un ejemplo, o La del pirata cojo (que ha cantado con Joaquín en vivo). Cualquier otro barril habría servido para explorar un fondo nuevo y disfrutar más del gran Leiva, productor del disco más reciente del homenajeado.

 

Los dos Pablos graban lo que hicieron antes en vivo y es más o menos lo mismo. Peces de ciudad es la elegida. Una mirada acústica con el piano de Pablo López y su voz (que también escucharemos más tarde en solitario) junto a la voz musical y limpia de Pablo Alborán, construida a la medida para endulzar los oídos hasta el punto en que a mí siempre me empalaga. Es cuestión de gustos. A mí los melismas y ejercicios vocales de Alborán me empujan la paciencia (mi desagrado por su dueto con Maná en la versión más reciente de Rayando el sol confirmó esta relación entre las cuerdas vocales de Alborán y el funcionamiento eléctrico de mi sistema nervioso). La música se trata de emociones y esas son las emociones que en mí generan. Estoy seguro que a más de uno le parecerá que este dúo logra una belleza que se echa en falta en estos días. No lo dudo. Es algo mío: Yo nunca he sido fan de voces que sostienen notas en bajo tono (a excepción de José José), ni del abuso de los melismas en la música romántica, ni del acercamiento interpretativo a canciones no románticas como si lo fueran. El tema cumple con el estilo de sus defensores y logra plasmar un sello.

 

Cuando yo tenía quince años, descubrí Calle Melancolía. Yo vivía en un solar en el municipio más poblado de La Habana. Fue la primera canción que escuché de Sabina (junto con Palabras como cuerpos) con su voz de joven, sin baches ni remiendos, con muy poco alcohol todavía. Por aquel entonces, me llamó la atención la poética de sus versos, pues yo empezaba a escribir poesía, o lo que fuera que pudiera ser aquello que yo escribía. Era una fuente de inspiración. Hoy Malas compañías, el disco de donde salió originalmente, raras veces suena en mis bocinas. Sólo rescato Pongamos que hablo de Madrid para mis gustos actuales. Es por eso por lo que, después de una primera impresión de rechazo ante la diferencia de la versión de Robe, se me ha hecho fresca, renovada, útil, apasionada, real, cruda. Más aún se comprende al escuchar más de esa legendaria banda con la que Robe se hizo popular, Extremoduro, a la que no había prestado nunca suficiente atención por notarla demasiado agresiva y ajena en cuanto a temática y raíces. Con Robe, Calle Melancolía deja de ser una pieza trovadoresca y estirada y se convierte en un cantar atemporal del pueblo.

 

Manuel Carrasco se atreve con La canción más hermosa del mundo. No soy muy dado a inclinarme por la sustitución del estilo y el fraseo por la musicalidad y la dulzura en la voz, como he dicho dos párrafos atrás. Por eso destaco la precisión de los coros, pero no me acabó de satisfacer la voz limada en las estrofas. Es una versión respetuosa con una vestidura que bien podría ser un karaoke, por su similitud con la original.

 

Con Benjamín Prado los fans de Sabina tenemos sentimientos encontrados. Por una parte, al entrar él en las letras del flaco (ni tanto ya) de Úbeda, estas a veces no suenan mucho al Sabina real sino a una especie de copia muy cercana, de fan fiction, y por otro lado sin él no habríamos tenido Sabina por los últimos doce años, o al menos no el que grabó dos discos con canciones nuevas. En esta ocasión, nos pilla por sorpresa. Recita unos versos breves y escuchamos lo que creemos será una versión de 19 días y 500 noches, y no es así. Travis Birds nos da la visión femenina de la misma historia. Espera. ¿Qué? Exacto. 19 días y 500 noches después es una nueva canción en respuesta a la clásica que conocemos, escrita por Benjamín como un guiño a su autor, a la vez que le pone un toque feminista y gracioso, con metáforas muy logradas y un paralelismo convincente. Es uno de los altos del álbum. Si por casualidad con Bunbury quedaban algunas dudas, con este tema garantizan la relevancia y la trascendencia del disco.

 

Cerrado por derribo con Niño de Elche y Guitarricadelafuente es otro carnaval al revés de emociones neutrales. Muy lenta. No ayudó tampoco ponerla justo después de una rumba y encima la rumba más creativa de la producción. Si alguien la escuchara por primera vez, no se llevaría el sentido de la letra en la memoria. Me temo que no la recordaría, a menos que fuera seguidor de la carrera de los intérpretes. Guitarricadelafuente es un chico que recién empieza a conocerse. Es una promesa, y las promesas se nutren de estímulos y de reacciones tempranas, pero se cultivan y se cumplen con el tiempo. Hay artistas que necesitan que volteemos la cabeza después de pasarlos por alto ante una primera impresión, o incluso segunda.

 

No hablaré mucho de Y sin embargo te quiero/Y sin embargo. Siempre me gustaron más por separado, y siempre preferí, de la primera, la versión de Marta Sánchez a la de Olga Román. Era poderosa y melodramática, febril, asfixiante. Aquí tenemos a Zahara y Dani Martín. La melodía sufre en los altibajos. El ritmo se ralentiza. A mí me aburrieron ambas canciones, y es una pena, porque Y sin embargo es una de las favoritas de todos. Sustituyeron energía por ambientación y al final suena como si fueran debajo del agua, algo que no creo que les sirviera bien, sobre todo al segundo tema. Me da un feeling de canción francesa por ahí, pero nada concreto.

 

A la orilla de la chimenea cuenta con una de las cantautoras de mayor repercusión en los últimos tiempos, compartiendo espacio con uno de los cantautores más importantes de la historia de la música hispana, un promotor de la poesía contemporánea y además amigo personal del homenajeado, con quien ahora mismo anda de gira por tercera vez. ¿Qué podía salir mal? Primero, la combinación. Los cantantes, por buenos que sean, no siempre resultan ser compatibles. El arreglo, que no consigue encajar para nada. Los tiempos y la relación entre la voz y la instrumentación confunden. Los artistas no suenan cómodos y por eso no han podido darlo todo. ¿Algo más? Sí: Joan Manuel Serrat versionó esta canción en vivo en sus conciertos con el autor. Aquellas versiones quedaron registradas en discos compactos y hasta un DVD y eran muy superiores. Serrat era más joven y les puso más sentimiento (o logró transmitir más sentimiento) y credibilidad. Aquí se apuesta por el minimalismo, pero A la orilla de la chimenea no es Aquellas pequeñas cosas. Son dos monstruos distintos. Uno necesita alfombra sobre la que acostarse, un colchón acústico, un poco de vino, media luz, llovizna… Una pequeña columna de la que apoyarse para arrancar el alma. Me habría gustado más un Serrat atreviéndose con Esta boca es mía, Como un explorador o Por delicadeza. Rozalén, por su parte, podría defender mejor Cuando aprieta el frío, Nacidos para perder, Tratado de Impaciencia Número 10 o Juegos de azar.

 

No sé por dónde empezar con la Princesa de Los Rodríguez, reunidos para la ocasión. ¿Qué puedo decir? Nada. Queda aplazado. Hasta aquí la primera mitad del disco.

 

Ni tan joven ni tan viejo. Tributo a Sabina.

 

La segunda mitad empieza con una canción extraída de aquel Dímelo en la calle con el que me detuve a escuchar a Joaquín Sabina por primera vez, a desentrañar las metáforas de No permita la virgen y los símiles de Como un dolor de muelas. Fue un trabajo que siempre tendrá un lugar especial en el canon para mí. Yo también sé jugarme la boca queda redonda al estilo de Vanesa Martín. Hay profundidad, aura, estilo, clase, sentimiento bajo control para soltarlo a sorbos, todo enfocado en la esencia de la canción. Se respira un aire a cabaret, a diva sensual delante de un micrófono enamorando con arte y espontaneidad, oficio y gracia.

 

Después del hechizo de Vanesa Martín, como obra de algún productor vengativo o simplemente cruel, le toca el turno a Melendi. Melendi de rumbas entrañables y pop rock con gancho. Melendi gitano de la calle y sus historias. Melendi que quisiste ser Sabina, Extremoduro y Arjona (tal vez inconscientemente) y conseguías siempre marcar tu diferencia fuera cual fuera la ocasión. Melendi, que te fui ver a The Fillmore Miami Beach at Jackie Gleason Theater a fuerza de tarjeta de crédito porque creí que no tendría más chance, cuando promocionabas Un alumno más, donde ya habías transferido tu musa al pop, pero todos pensábamos que sería una etapa transitoria y de todas maneras nos gustaba aunque no se sintiera igual. Melendi de regresión y cambio de rango de edad e intereses en tu audiencia, de reggaetón con Carlos Vives, de discurso liberal y progresista, de baladas más lineales que tus anteriores aportes al género, de voz débil intentando sostener notas como si entrenaras las cuerdas vocales. Melendi de romanticismo canónico y agenda. Melendi, que a pesar de todo esto esperé tu versión, porque sigo escuchando. Melendi: Amor se llama el juego es un temón, donde Joaquín Sabina, que nunca fue de voz para baladas clásicas, deja todo en el ring con el respaldo de un arreglo feroz y una melodía visceral de sus secuaces para que uno llore al creerse la letra, y se replantee su propia vida. Melendi, ¿por qué no Incluso en estos tiempos, donde podías controlar algún arreglo más rítmico, más pop, y salir ileso? ¿Por qué no Corre, dijo la tortuga, que no requiere más que la sensibilidad de un cantautor con estilo? ¿Por qué no Lágrimas de plástico azul, donde podías cantar como quisieras, sin restricción técnica de tus maestros o asesores de canto? Es cuestión de elecciones. La versión en sí no está mal. Es sólo que deja el sabor de boca de que ha sido la maqueta de un gran edificio en la que no se reflejan los balcones, ni las montañas de atrás, ni las luces, y se ha pintado de un color claro y de muy bajo perfil. Al apagar la luz, uno sólo recuerda la grandeza del edificio, y se pregunta si podrían agregarse algunas palmeras en la maqueta o si sólo debería hacerse otra vez. La producción también busca cumplir, sin resaltar en nada, dejándole todo el trabajo a la voz de Melendi y sus cortes bruscos al final de los versos más exigentes de afinación.

 

Pablo López empieza con Quién me ha robado el mes de abril y a uno le dan ganas de quitarlo en la primera estrofa. De hecho, fue lo que hice la primera vez que lo intenté. En realidad, es un tema que va de menos a más y, cuando alcanza el clímax, es impresionante. El arreglo es soberbio, con un guiño instrumental a 69 punto G. La voz de Sabina aparece por ahí recitando una frase de Lágrimas de mármol: "Si me tocó bailar con la más fea, viví para cantarlo". Tengo emociones encontradas sobre esta inclusión, con respecto a su aporte como tal a la temática de las tres historias que cuenta la canción y a su esencia. De cualquier forma, esta no es de mis favoritas del álbum. Pablo rompe la melodía desde el principio para pillarla tiempo después y aparecer con un crescendo que nos hace darnos cuenta de que fue todo a propósito para arrancar la emoción, para llevarla de la mano de su intérprete, para manipularla como alquimista buscando un material nuevo y personal, pero los golpes al piano y el desorden caótico antes de la limpieza con aspiradora y cera no son mi estilo. Es posible que, si le doy un par de oportunidades más, acabe ganándome por superioridad técnica. Es más probable, sin embargo, que no haya más posibilidades de mi parte. Creo que Pablo López, sobre todo para aquellos que no somos españoles, es un gusto adquirido.

 

Pacto entre caballeros al estilo de Estopa no me parece una copia al carbón, como otros han querido señalar. Es una obra interpretada por otros actores treinta y dos años después, con el guion intacto y una puesta en escena contemporánea que respeta la visión y concepto de la anterior. Tiene otros matices y mayor fortaleza vocal, con un toque más cañero, que el tema agradece porque su letra lo requiere. Los Estopa siguen vigentes y están más enérgicos que nunca. Me habría gustado personalmente, y esta es una nota para la producción e ingeniería en general, más volumen en las voces.

 

Carlos Tarque y Alejo Stivel se echan A mis cuarenta y diez al hombro. Uno de ellos produjo la original. El otro es una de las mejores voces de España en la actualidad. El dúo funciona. Le da otra vida a la pieza, un tono más optimista y menos lúgubre, necesario para la letra. Es dylaniana y es española, es sabiniana y personal y ambos intérpretes supieron extender su mensaje, arreglándoselas ingeniosamente con obstáculos tan obvios como el hecho de que aparezcan los nombres de las hijas de Joaquín dentro del tema. Es refrescante y consigue sentirse auténtica, relajada y llena de energía al mismo tiempo. El fraseo de Stivel, un punto a destacar.

 

Eclipse de mar con Ismael Serrano y Funambulista es lo que podíamos esperar de Ismael Serrano. Personalmente, es a él a quien habría sugerido cantar A la orilla de la chimenea. Su registro limitado lo hace sentirse cómodo con los acústicos de un tono más lineal, y aquel hubiera sido, dentro de su universo musical, un reto que no lo empujaría demasiado al precipicio. Eclipse de mar funciona porque las voces se compenetran y crean un crescendo al final que consigue invocar emoción. La precisión de Funambulista con la voz de su líder Diego Cantero contrasta con el estilo del trovador que nos dio knockout hace más de veinte años con su extraordinario Vértigo. Un detalle: No sé si fue parte de los efectos normales de producción y mis oídos saturados de autotune impuesto por el consumo masivo ajeno me han puesto a la defensiva, pero me pareció escuchar el discutido efecto de afinación hacia el minuto tres en los agudos de Cantero. Por más veces que lo repetí, no salí de la duda del todo. Así de perfecta puede llegar a ser la mano del ingeniero o del productor, quienes corrigen y mejoran de acuerdo con las exigencias de la profesión. De todas formas, es sólo un pequeño detalle dentro de cinco minutos de letra de Joaquín Sabina y música de Luis Eduardo Aute entregadas a nosotros por herederos dignos.

 

La versión argentina de Cerrado por derribo también apareció en un disco homónimo de grabaciones en vivo, el primero que compré de Joaquín Sabina, junto con Esta boca es mía, al llegar a los Estados Unidos). Se titula Nos sobran los motivos y contiene la misma melodía y estribillo y estructura, distinta letra y arreglo. Esta versión, de Marwan y Kany García, tiene el mismo problema que su hermana con Niño de Elche y Guitarricadelafuente. Lentitud. Estado letárgico que va agarrando ritmo cuando uno ya casi se ha dado por vencido. Marwan nunca me ha gustado. Kany García tampoco. Es sólo que no me llegan sus canciones ni sus timbres. Aquí, sin embargo, tengo que señalar que la segunda voz de Kany no me aporta mucho en la primera parte, pero luego, cuando ella toma las riendas, domina el ritmo con su energía particular hasta el punto en que uno se pregunta por qué no lo hizo solita todo el tiempo.

 

Mikel Erentxun y Rufus T. Firefly distorsionan Lo niego todo hasta la frustración. No habría estado mal en la voz de Bunbury este estilo psicodélico beatleniano con vocación de descarte de Revolver o Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, pero no es Bunbury quien lo canta. El tema desemboca en algo grande en su último minuto, algo de una calidad estética apreciable. Me gusta esa parte. Antes de llegar ahí, no podemos decir que sea una canción realmente reconocible. Más bien un compendio de ideas y efectos sonoros, un collage de sensaciones con algún sample de la voz de Mikel Erentxun rompiendo una letra de Sabina y Benjamín Prado. ¿Por qué? Cosas de artistas y sus innovaciones. La mayoría de los invitados se llevaron su canción escogida a su terreno o intentó acoplarse al terreno de Sabina. Mikel, en cambio, se perdió en algo más, que ni se parecía al universo sabiniano ni al suyo. Duncan Dhu fue algo grande, Mikel. En algún lugar es una canción espléndida de una calidad indiscutible, interpretada con virtuosismo. Tu Mañana se ha convertido en la banda sonora de muchas de mis mañanas. Te perdono tu negación a todo. Esta te la perdono.

 

Siempre he sido más de Leiva conejo que de Rubén. Pereza fue un dúo memorable que marcó historia y yo, como buen amante de la música española y el rock and roll, a cada rato escucho su Estrella polar y canto sus Princesas y Pienso en aquella tarde, aunque me empezaron a gustar con carácter retrospectivo, después de haberse separado. Leiva es el brillante, el de los estribillos que se agarran a uno como insectos de mil patas, el del timbre inconfundible y universal, el del rock chulo y las armonías exactas, el de la electricidad en las manos al escribir letras… y en este álbum de tributo a Sabina, es Rubén Pozo quien se ha desbordado. Viene acompañado de su por estos días inseparable Lichis para recordarnos el primer gran éxito de Joaquín Sabina, allá por el año ochenta, cuando las malas compañías eran las mejores y un Manual para héroes o canallas le permitía a Sabina viajar con su amigo el mismísimo Satán. Joaquín Sabina inmortalizó una visión de su ciudad adoptiva en Pongamos que hablo de Madrid, a la que le cambió el final años después, cuando decidió que tenía más sentido quedarse en donde fue a vivir que en el lugar de donde salió y del que se fue para siempre. Rubén y Lichis interpretan la letra original, esa de "aquí no queda sitio para nadie", en tiempo rock, ¡y vaya pulso expresivo que tienen esas guitarras en el último minuto del tema! La música habla. Han revivido un clásico.

 

Ganas de... con Macaco y Carlos Sadness es un lujo para los oídos. Hay que deshacerse de la percepción que uno tiene de aquella caja de ritmos de 1994 y dejarnos llevar sin recelo por el viaje de esta otra voz, de esta otra instrumentación chula y desprovista de pretensiones y diseños épicos. Es naturalidad. Es un baño de burbujas. Es otra canción, que comparte una letra idéntica y un aire por ahí ajustado de la melodía. Aquí no es cuestión de maestría o virtuosismo. Es pura música espontánea y, sobre todo, valentía juvenil, arrojo sin miramientos, honestidad musical.

 

De nuevo y afortunadamente por última vez, me resulta aburrida otra versión del tributo. Una canción para la Magdalena, con Andrés Suárez y Elvira Sastre, no me ofrece mucho que pueda rescatar. Andrés canta bien y Elvira se ha ganado seguidores con su manera de declamar, pero ni me ha gustado la idea de interpretar partes de la canción recitando ni la decisión de ralentizar todavía más una melodía lenta de por sí. No me provoca más que las ganas de hacer cualquier otra cosa menos escucharla. Espero que alguien la pueda disfrutar. No hay nada especialmente negativo en ella. Tiene las mejores intenciones y un toque juvenil.

 

Y nos dieron las diez acaba el disco, con los artistas invitados reunidos para cantarla al estilo We are the world. Cuando vi el video y la escuché, no comprendí por qué esa, y no Noches de boda, por ejemplo, para hacer una colaboración con todos. El aporte de los implicados en este cierre se me quedó corto. Esta canción, originalmente una ranchera mexicana, cantada por más de una decena de famosos y conocidos, pierde sentido y propósito. Jugar por jugar, La canción de los (buenos) borrachos, o incluso La canción más hermosa del mundo habrían sido propuestas más interesantes y sólidas para cumplir con el concepto. Al menos tenemos la unión de muchas almas sacando adelante un proyecto digno y justificado.

 

Aquí termina y nos quedamos con las impresiones. Llama especialmente la atención la ausencia de Tan joven y tan viejo entre los temas incluidos, considerando el juego de palabras del título del álbum. Me imagino que la versión épica de Carlos Varela (autor de la música del tema) en La Habana canta a Sabina (con la voz segunda de Diana Fuentes) le dio una especie de cuño como definitiva. Así y todo, ante el impacto del tema, posiblemente alguien se arriesgará de nuevo en el futuro. Me gustaron los riesgos, las búsquedas en el baúl de los recuerdos, la ausencia de egos intentando romper otros egos, las buenas vibras.

 

¿Qué cómo puedo darle fin a mi artículo sin hablar de Princesa y Los Rodríguez? No podría. Su reunión en este disco es el imán, el clímax, el salto mortal desde las alturas. Es indispensable. Andrés Calamaro canta con un control y un timbre que no nos transporta a los noventa, sino que los trae de vuelta sin bombo ni platillo, casual como una sonrisa, a derrochar música en estado puro, alegría sin que la letra sea alegre, y ganas de cantar al ritmo de la banda, cantar de nuevo ese tema de los ochenta que ahora es del 2019 y no hay quien nos discuta eso. Bunbury estuvo excelente. Travis Birds y Benjamín Prado nos hicieron reír. Robe, Rubén Pozo y Lichis nos dejaron solos para la historia. Estopa nos tradujo la urbanidad de un atraco al siglo veintiuno con más vigencia que nunca. Pero Rot, Calamaro y Vilella nos levantaron en peso y levantaron también a aquellos que se reverenciaban ante Joaquín Sabina para ponernos a todos a soñar con los pies, que es como se baila en este universo de junkies y poetas, de borrachos y taxis, de tristeza y euforia, de cenizas y besos. Ni tan jóvenes ni tan viejos quedamos, a repetir la experiencia, a escuchar y sentir.

 

Gracias a todos los culpables de que este disco se haya consolidado y construido, con sus pros y sus contras y aquellas cosas que se quedan en el medio a reajustarse con el tiempo, para llegar a nosotros desde disímiles caminos. Ahora, los dejo con Benjamín Prado, quien resumió bien en la introducción de 19 días y 500 noches después la importancia de reinterpretar y recrear el pensamiento de otros:

 

"Todo lo que se vuelve a contar, ya es otra historia.

Todo lo que se rompe, inventa a su enemigo.

Y la misma canción, al cambiar de persona,

no dice lo de siempre cuando dice lo mismo".

 

De nuevo, gracias.






 
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