Alfredo Zitarrosa nació el 10 de marzo de 1936 en Montevideo. Murió en esta misma ciudad, ventosa y lenta, 53 años más tarde. Ni el exilio ni la muerte pudieron debilitar la unión con su pueblo “oriental”. Acercarse a la obra de Zitarrosa es acercarse, sin duda, al Uruguay: los tambores y las bordonas perfilan los días de carnaval y de llamadas, la voz recuerda el sueño de Artigas, el mando de Batlle, los “anarcos queridos”, el derrumbe de la res en los mataderos, la feliz descarga del as bueno en un truco, los veranos del cuarenta, las tardes junto a la radio, las librerías de Tristán Narvaja, la afición a Fidias, Parménides, Heráclito, el honor de abrazar una guitarra y cantar por el mejor destino de un pueblo.
Las hijas de Zitarrosa, Moriana y Serena, dan la bienvenida en el sitio web zitarrosa.org, que reúne copiosa información del artista. Ellas, a través de la Fundación Zitarrosa, han editado además los primeros cuatro volúmenes de un proyecto que pretende reunir el total de su obra (Ediciones de la Banda Oriental, 2001). El primer volumen, “El oficio de cantor”, contiene los textos de sus canciones y algunas reflexiones, profundas y ordenadas, sobre los compromisos del cantor en los pagos latinoamericanos. El segundo volumen, “Crónicas. Entrevistas para Marcha”, compone una soberbia clase de periodismo (él fue locutor de radio y periodista antes de cantar profesionalmente), con lecciones incluso para esos casos en que el reportero no logra llegar a su fuente. Sobresalen sus entrevistas a Onetti, Don Ata y Américo Spósito. El tercer volumen, “Fábulas materialistas”, es un paseo refrescante por el género fabulesco: el sicoanálisis, la ciencia-ficción, la filosofía antigua y un humor bien engrasado, brindan insólitos colores a este género. Por último, la docena de cuentos, “Por si el recuerdo”. Diversas historias de la ciudad y del campo uruguayos, donde nunca deja de entreverse la materia autobiográfica, señal distintiva de los narradores orales y populares (véase el ensayo “El Narrador”, de Walter Benjamin) y que está presente también en los libros escritos por Atahualpa Yupanqui y Violeta Parra, por citar los casos ejemplares. Sólo nos queda esperar las próximas entregas de esta colección, y entre éstas el poemario “Explicaciones”, que ganó el Premio Municipal de Poesía, en 1959. Para quienes deseen saber más de la vida de Zitarrosa, recomendamos la informadísima biografía “Cantares del alma” (Ed. Planeta, Uruguay, 1999), de Guillermo Pellegrino.En cuanto a la música, el sello Mandinga editó 12 discos en Uruguay, con material inédito: grabaciones caseras, ensayos, entrevistas periodísticas (en una, “asedia” a un entonces desconocido Serrat) y presentaciones en directo. Página12, en Argentina, hizo una selección de este material y editó 5 discos. Uno de estos discos recoge tomas de un recital en Santiago (diciembre 1984, Cine Gran Palace).En Chile, el sello Warner publicó el concierto que diera en el Teatro California de Santiago, el 1 y 2 de noviembre de 1988. Zitarrosa ya había visitado el país en 1973 cuando participó en el Primer Festival Internacional de la Canción Popular. Cantó “Chamarrita de los milicos”, versión incluida en un larga duración del sello Dicap (JJL-18).Los magallánicos hemos sabido por largos años de Zitarrosa. En esa hora vespertina cuando la baraja y la guitarra alternan sus cantos, aprendimos “Zamba por vos” (Yo no canto por vos/ te canta la zamba/ y dice al cantar/ no te puedo olvidar...), “Doña Soledad”, “Recordándote”, “El violín de Becho”, etc. Las regiones patagónicas reciben dos grandes corrientes de influencia cultural: la chilena y la argentina. (Esta situación multicultural también la viven las regiones del extremo norte del país.) Conocer y reconocer la obra de artistas como Zitarrosa, Viglietti, Larralde, Cafrune, el nombrado Don Atahualpa, nos permiten habitar con mayor propiedad ese amplio, variado mundo que baja desde Río Grande do Sul, pasa por Uruguay y Argentina, y llega, por fin, a nuestros lugares.
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