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Entrevista

Gerard Quintana: «No creo que sea el momento de hacer música decorativa»

por Xavier Pintanel el 30/11/2009 

Gerard Quintana acaba de editar un nuevo disco Deterratenterrat (Deazoteaenazotea) un espléndido CD donde demuestra que los viejos rockeros nunca mueren pero se transforman, aunque él asegura que «tenía mi cantautor acallado por la banda».

Gerard Quintana se define como “un aprendiz de actor que soñaba con ser escritor y que un día fue abducido por la música. Y a partir de ahí no hubo retorno”. Seguramente porque la música es “un lenguaje que no necesita traducción, que entra directamente en el canal emocional sin pasar por la mente, te agarra por sorpresa, te parte en pedazos y te vuelve a juntar”.

 

Conversar con Gerard Quintana siempre es un placer. Tiene un discurso lúcido, coherente, ordenado e interesante. Es un gran comunicador pero sobretodo derrocha carisma y empatía. Con estas cualidades no es de extrañar que durante quince años liderara el “Sopa de cabra” la banda con más éxito —léase ventas— en la historia del rock en catalán y que tras un largo y fructífero proceso, ha “matado al personaje” y ha sacado fuera al cantautor que tenía acallado por su banda.

 

GERARD QUINTANA, EL ROCKERO

 

Empecemos por el principio. ¿Cuáles son tus referentes?

 

Hubo gente que me hizo no ser él mismo después de escucharlos. Gente que provenía de mundos muy diversos pero que todos tenían una cosa en común que era que daban tanta o más importancia al texto que a la música. Es más, intentaban que el texto y la música bailaran con una coreografía equilibrada y perfecta.

 

Gente como Bob Dylan, Leonard Cohen o Paul Simon, los tres judíos; pero también Víctor Jara —todavía hoy con Albert Pla cantamos alguna canción suya fuera de escena—; o de gente que venían de Italia; de la Francia que teníamos al lado, donde mi abuelo estuvo 43 años exiliado y donde yo iba a visitarlo cada año. A mí siempre me impactó Brel porque a parte de hacer canciones completísimas y preciosas tenía una forma de sentirlas y de actuarlas que helaba la sangre. Y había gente de aquí que me fascinaba también Pau Riba, Jaume Sisa y referentes como Serrat, Llach, Raimon también estaban presentes.

 

Yo a los cantautores de aquella época los encontraba absolutamente rockeros en su actitud y había un personaje que me fascinaba igual que me fascinaba el rock. Este personaje era Paco Ibáñez. Recuerdo que convencí a la familia para ir a ver un concierto suyo en el Teatro Municipal de Girona. Había escuchado un par de canciones, poemas que él había musicado. Paco Ibáñez me sacudió absolutamente.

 


Sopa de Cabra
© Juan Miguel Morales

Y sin embargo, con estos referentes, te dedicas al rock.

 

Yo entré en la música con una banda concreta como fue Sopa de cabra como letrista. Los guitarristas necesitaban alguien que escribiera las letras, Y yo había empezado a estudiar periodismo, estudié teatro, me gustaba explicar cosas y mi sueño era ser escritor. Mi lucha dentro de la banda fue darle la máxima importancia a nuestros textos y a veces tenía conflictos. Muchas veces me pedían canciones de amor y estribillos fáciles para que la gente los pudiera cantar. Aunque mi voluntad la tenía muy clara. Con Sopa de Cabra hicimos trece discos.

 

¿Tú crees que el rock en catalán fue una evolución de la Nova Cançó?

 

El rock en catalán es una consecuencia de la Nova Cançó y de la Movida Madrileña.

 

La función y el papel de la Nova Cançó fue recuperar la lengua, recuperar los referentes culturales, aquello que no se enseñaba en las escuelas, aglutinar a la gente —que no tenía ni partidos políticos ni asociaciones ni nada porque estaba prohibido— alrededor de unas ideas comunes de libertad.

 

Cuando la democracia llegó a España el polo cultural pasa de Cataluña a Madrid con la famosa Movida Madrileña que estaba auspiciada por un alcalde socialista, el profesor Enrique Tierno Galván. Aquel movimiento sin el apoyo institucional no hubiera existido.

 

Mientras tanto aquí estábamos un poco descolocados y las propuestas que salían cantando en catalán no acababan de cuajar y de comunicar. Y de pronto dentro de este desierto aparecen el rock cantado en catalán —y un personaje muy significativo como es Albert Pla— que utiliza la grosería, utiliza los barbarismos y consigue que la lengua vaya hacia otros niveles, desaparece la metáfora, todo se dice con un lenguaje descarnado, hay un elemento provocador que de hecho era un efecto normalizador porque lleva a la lengua a otros usos de los cuales nunca se habían ocupado los académicos.

 

Ahora se dice que el movimiento del rock en catalán fue instrumentalizado por la Generalitat (Gobierno catalán, en aquella época en manos de un partido nacionalista de derechas) como oposición a la Nova Cançó cuyos miembros eran muy influyentes.

 

En esta primera época, esto se instrumentalizó desde el poder político de aquí igual que pasó en Madrid con la Movida pero aquí se ve de otra manera porque allí lo instrumentalizaba un gobierno de izquierdas y socialista y aquí lo hacía un grupo de derechas.

 

Cuando esto cuaja entre la gente joven —mucho antes de que se instrumentalice políticamente— nosotros llenábamos espacios con 10.000 personas. Y en ese momento aparece el gobierno catalán a través de una oficina llamada Ressons coordinada con el management de los grupos pero sin nuestro conocimiento y, para nosotros, en aquel momento empieza una cosa y termina otra.

 

Acabábamos de publicar nuestro tercer disco —el de más éxito— cuando Ressons organizó un macroconcierto en el Palau Sant Jordi con los cuatro grupos más punteros (Sopa de Cabra, Sau, Els Pets y Sangtraït) en 1991. Nosotros reaccionamos mal a ese concierto cuando un día abriendo un periódico vimos que aquél era un concierto de la Generalitat y que en la fotografía de la noticia en lugar de aparecer los grupos aparecía el Conseller (Ministro) de Cultura y nos preguntamos: ¿qué es esto? ¿en qué nos hemos metido?

 

Es decir, que sí os sentisteis instrumentalizados.

 

De hecho este fue el motivo por el que en pleno éxito, con un disco histórico en cuanto a cifras, uno de los más vendidos en la historia en catalán, decidiéramos hacer un disco en castellano.

 

Entre esta cierta instrumentalización política y luego también esta especie de fiebre y euforia previa a los Juegos Olímpicos del 92 donde hubo un gran crecimiento del espíritu nacionalista, nos sentimos mal interpretados.

 

Nosotros bebíamos de las fuentes del universalismo del rock de los 70 y de finales de los 60. Aquella revolución juvenil de occidente que nos perdimos como país porque estamos en mitad de la dictadura. Y nosotros nos sentíamos en mitad de una distorsión; todo nos iba muy bien, no habían precedentes en una banda de rock de nuestra popularidad, clubs de fans, pero no éramos nosotros. Había una distorsión absoluta de nuestro discurso.

 

La opción fácil era quedarnos aquí como el grupo más grande y preferimos jugárnoslo todo y entrar en un espacio en el que éramos nuevos. Y esto fue fatalmente acogido. Incluso llegamos a ser vetados por los medios públicos. Desaparecimos. Por mucho que gritáramos, nuestra voz no llegaba a ningún sitio.

 

Y ese disco no funcionó demasiado bien.

 

Este disco coincidió con la firma nuestra con una transnacional, BMG Ariola, con lo que perdimos otro interlocutor y aquello fue una travesía del desierto. Este trabajo, que se llamó Mundo infierno precisamente nos abre espacios al resto la península pero defraudamos las expectativas de la compañía. Ellos pensaron que un grupo que vende 100.000 copias en catalán vendería al menos 300.000 en España y las 40.000 que vendimos no les parecieron suficientes.

 

Cuando conseguimos la cartera de libertad de la compañía, creamos nuestra propia oficina. Hicimos varios discos más y cuando recuperamos nuestro momento más alto de trabajo y popularidad lo dejamos. Nos pareció más honesto primero porque el proyecto no era ya seguramente el proyecto de todos y además sufrimos muchas sacudidas a nivel de salud.

 

 

GERARD QUINTANA, EL TROVADOR

 

En los últimos años del Sopa de Cabra ya habías “contactado” con la música de autor al grabar junto con Jordi Batista dos discos —Els miralls de Dylan (1998) (Los espejos de Dylan) con versiones de Dylan al catalán.

 

En una banda de rock y en un circuito de fiestas, frecuentemente cantar es una lucha. Las condiciones para cantar no son las más óptimas si además tenemos en cuenta la fascinación que yo tenía con la gente que utilizaba la palabra, poniendo incluso el texto y la melodía por delante de la virtuosidad o la complicación instrumental.

 

Un día coincidimos con Jordi Batista en un concierto y se nos hizo de día hablando de música y de Dylan y enseguida empezamos a enviarnos mails con canciones traducidas —yo hacía tiempo que como ejercicio traducía las canciones de Dylan, de Neil Young y de Cohen—, y él me envió todo el material que fue traducido por El Grup de Folk —los pioneros en adaptar al catalán canciones de Dylan—, por su hermano Albert Batista, por Pau Riba y por Quico Pi de la Serra. Tras recibir un encargo del CAT, lo que tenía que ser un solo concierto se convirtió en un disco en directo y en un montón de conciertos donde la respuesta fue entusiasta y acogida por un público muy diverso y intergeneracional.

 

A mí esto me dio alas y aumentó la distancia con la banda. Por eso cuando hicimos el segundo “miralls” titulado Sense Reina ni As (2000), más elaborado, en estudio, le propuse a Josep Thió (del Sopa de Cabra) que hiciera la producción para hacerlo cómplice y no apuntar tanto al divorcio.

 

Es posible que haya un tercero porque además nos quedó el reto no sólo de traducir sino de jugar, de adaptar, de versionar, de traer estos temas musicalmente a otro lugar.

 

Y curiosamente cuando se acaba Sopa de Cabra se acaban también Els miralls de Dylan. Es como si me diera cuenta que cuando se acaba Sopa de cabra ya no tiene sentido seguir haciendo Els miralls de Dylan, y necesitaba buscar mi propio espacio. Yo tenía mi cantautor acallado por la banda.

 

Y al disolverse el Sopa de cabra inicias una carrera en solitario como cantautor.

 

Mi primer disco en solitario —Senyals de fum (2003)— lo produjo Quimi Portet, quien me dijo que él no podía “matar mi personaje”. Aquel trabajo fue un lujo pero yo me quedé con la sensación de que no era allí donde yo quería ir. Y en el siguiente disco —Les claus de sal (2004)— decido romperlo todo, lo desnudo todo y hago un disco de cantautor: dejó la voz en el medio, dos guitarras y un piano.

 

Al principio nadie entendía nada. Me preguntaban: "¿qué día vienen el bajo y batería?". Quería un disco desnudo: mi instrumento es la voz y mi herramienta la palabra y fui a buscar aquello descaradamente. Y curiosamente este segundo disco tuvo mejor acogida que el primero. La gente entendió mejor este cambio que el continuismo.

 

A mí nunca ha dejado de enamorarme la metáfora. Quizás en la época con Sopa de cabra las cosas eran más claras, era un postura más impostora por mi parte y que difícilmente podría volver a eso. Jugué a ser gamberro, a ser grosero, pero prefiero la metáfora.

 

EL NUEVO DISCO

 

Gerard Quintana acaba de editar su quinto disco en solitario, Deterratenterrat, y en él se aprecia un cambio muy importante respecto a los anteriores. De entrada abandona esa cierta mística e introspección para hacer un disco más próximo y urbano. Se tenía que titular Cançons urgents per a una crisi (Canciones urgentes para una crisis), pero la crisis fue superada por su fascinación por la ciudad.

 

El disco, producido por Albert Pla, contiene desde una rumba, hasta algo parecido a un reggaeton, pasando por bellas baladas, y por encima de todo es un disco de autor, maduro y sensible pero con la frescura de quien cree en lo que hace y lo hace con ilusión.

 

¿Por qué este cambio?

 

En este último disco hay un cambio muy grande porque me libero de mí. Estaba demasiado ocupado en mí mismo para saber qué era, quién era yo fuera de la experiencia absolutamente absorbente del Sopa. A partir de los anteriores trabajos acabé el trabajo conmigo y me pude poner a observar, y es cuando nace esa voluntad de hacer un disco más social. Eso se lo comenté a Pere Camps —el director del BarnaSants— y él me dijo que hacía falta hablar de las cosas que nos pasan y entonces le puse este enunciado de Cançons urgents per a una crisi.

 

Empezamos a trabajar en este sentido, cuando yo tuve claro que quería hacer un disco finalmente sobre la ciudad, que esta observación del exterior, esta crisis que quería traducir en las canciones urgentes estaba siendo superada por mi fascinación hacia la ciudad. A veces vivimos en el lugar que recordamos, no en el lugar que es en realidad. Y fue Albert Pla quien me sugirió que me centrara en la ciudad exclusivamente.

 

El disco sorprende ya desde las gráficas. Cada canción forma una tarjeta postal ilustrada por Ernesto Carratalá muy al estilo de Ocaña o Nazario con una estética muy setentera. ¿Añoras esa Barcelona?

  

Es cierto que toda esta estética de El Víbora (revista contracultural de los setenta) era nuestro referente cuando vivíamos aquellos sueños y aquella revolución universal en la cual la música tenía un papel reformador, tan distinto al actual en que se ha devaluado tanto.

 

Yo conozco a Carratalá desde hace mucho tiempo y recordaba sus dibujos de El Víbora y hace un tiempo empezó a pintar este cambio que ha vivido la ciudad, con la gente que ha venido de fuera, que ha vuelto a traer cosas que se estaban perdiendo, que casi habían desaparecido como por ejemplo las barberías. Y trabajamos en este sentido cuando yo tuve claro que quería hacer un disco sobre la ciudad.

 

Y entre canción y canción incorporas sonidos de la ciudad.

 

Me pasé unos cuantos días con una grabadora captando los sonidos de Barcelona buscando cómo suena la ciudad de verdad y muchas de esas grabaciones las he incorporado al disco. Todo este juego tenía muchos caminos y Albert me propuso abandonar la gravedad, la tristeza y hacer un disco más vital. Y me propuse buscar la vida. La ciudad me produce un cierto entusiasmo y más ésta en el momento en que está, pasando un gran momento, llena de propuestas de gente nueva a las que le veo mucho futuro.

 

¿Te ves presentado este disco en América y en catalán?

 

Yo me veo cantando en cualquier lugar del mundo. Yo he tenido que explicar demasiadas veces que no canto en catalán para oponerme al castellano. Canto porque me es natural y no me opongo a cantar en cualquier otra lengua. Muchas veces por cantar en catalán se nos ha presupuesto una filiación política o una manera de pensar y yo me resisto a eso. Mi pensamiento es más libertario que cualquier otra cosa. Para mí el castellano no es la lengua de Franco, es la lengua de García Lorca al que mataron por rojo y maricón.

 

Me gustaría ir un día a trabajar a Sudamérica con humildad. A mi me gustaría que eso fuera parte de mi paisaje porque siento muchas cosas comunes, siempre he escuchado cantautores de allá. He tenido oportunidad de cantar con Inti-Illimani, Mercedes Sosa —una mujer muy tierna— León Gieco, Jorge Drexler. Es curioso cómo forman parte de nuestras vidas: cuando aquí no éramos libres, la libertad estaba allí. 

 

Sin embargo siempre miramos hacia el este y no hacia el oeste.

 

Cuando se hace un esfuerzo de expansión se hace más hacia Europa que hacia América. Y creo que es un error. Existe un muro invisible que nos hemos creído, esta especie de estructura del pasado. La voluntad existe.

 

La música es uno de los lugares donde todos podemos encontrarnos y donde podemos seducirnos más allá de las palabras. No creo que sea el momento de hacer música decorativa, música para poner flores, música jarrón chino, música exclusivamente esteta; sino que necesitamos que la música vuelva a tener un papel y lo juegue más allá de ser un ruido que tape el silencio de fondo.

 

Y eso para mí es primordial y es uno de los incentivos que me ha hecho hacer este disco y una de las cosas que busco en la música que escucho. Y muchas veces este papel viene mucho más desde América que desde Europa y es otra de las conexiones que tenemos. Es la diferencia entre un continente cansado y envejecido y un continente nuevo con mucha energía y que grita.






 
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