Gracias a mi conducta vagamente antisocial
temo no verme nunca encaramado a un pedestal:
no alegrará mi efigie el censo de monumentos,
no vendrán las palomas a rociarme de excrementos.
Y es una pena, la verdad,
porque sería muy bonito
seguir de adorno en mi ciudad
sobre un bloque de granito.
Pues qué penita y qué dolor,
no tendré estatua, no señor.
Gracias a mi postura más bien anticlerical
no será un siglo de éstos cuando entre al santoral:
no acudirán beatas a pedirme un milagrillo,
no vendrán los ladrones a vaciarme mi cepillo.
Y es una pena, la verdad,
porque tenía cierta gana
de echarle un ojo a la deidad
mientras me doran la peana.
Pues qué penita y qué dolor
no tendré culto no señor.
Gracias a que mi musa se las da de cerebral
son pobres mis compases para expresión corporal:
no danzarán mis prosas las reinas de discoteca,
no vendrán los carrozas a hacer su gimnasia sueca.
Y es una pena, la verdad,
porque sería algo inefable
cambiar la torpe realidad
y ser o Borges o bailable.
Pues qué penita y qué dolor
no tendré el Nobel, no señor.
Gracias a mi tozuda decisión existencial
no cabe entre mis planes dar ningún salto mortal:
no gozará las honras funerales mi alma en pena,
no vendrán los gusanos a tirar de la cadena.
Y es una pena, la verdad,
porque sería algo divino
ver cómo todo es vanidad,
y yo en decúbito supino.
Pues qué penita y qué dolor
no tendré esquela, no señor.
El cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero, autor de A cántaros, murió a los 78 años en Madrid tras una larga enfermedad; su obra unió canción, poesía y compromiso político durante más de medio siglo.
En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.