Los chilenos fueron, hasta ahora, de lo mejor del Festival de Cosquín. Su líder, Horacio Salinas, habla de la importancia del folclore argentino en la banda.
Por Gaspar Zimerman para El Clarín
![]() Emoción fue el debut del grupo en la Próspero Molina. en el medio, Salinas, autor de 'Un son para Portinari'.
© Daniel Cáceres
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Los Inti-Illimani viajaron 21 horas por tierra para llegar desde Santiago a Cosquín. Llegaron el jueves, el mismo día de su actuación, y un rato después de haber sido ovacionados partieron en otro periplo hacia Valparaíso. Pero antes de tocar, Horacio Salinas, director musical del grupo, estaba exultante: "Es la primera vez que venimos a este escenario querido por todos. Es el festival de raíz folclórica más importante de Latinoamérica. Nosotros nos formamos con la música argentina, por eso Cosquín era un sueño casi mágico. Tenemos una deuda hacia los folcloristas de este país: Yupanqui, Los Fronterizos, Eduardo Falú... No era posible pertenecer a un grupo de la Nueva Canción Chilena, como Quilapayún o Inti-Illimani, si uno no sabía cantar bien una zamba o una chacarera".
La historia de Inti Illimani empezó en 1967, en una época que tiñó la esencia del grupo y lo identificó con el canto de protesta. Salinas, que entonces tenía 15 años, lo sabe: "Tenemos una marca muy fuerte por haber nacido en una década de transformación en el mundo, con la revolución sexual, el hippismo, Los Beatles. Eso influyó en que hiciéramos música testimonial, con compromiso político y contenido humano, con los problemas del hombre metidos en los textos".
Su música, como la de Quilapayún o Víctor Jara, acompañó la llegada de Salvador Allende al poder. Su caída y el ascenso de Pinochet acentuó la imagen de Inti Illimani como un símbolo de resistencia desde el exilio: "El 11 de septiembre de 1973 estábamos de gira por Europa: el golpe de Estado nos sorprendió en Roma. Los italianos nos ofrecieron que nos quedáramos allá, y desde ahí recorrimos el mundo".
Fueron 16 años que Salinas prefiere recordar sin victimizarse. "Vivimos todo ese tiempo con el oído muy atento. El exilio nos instaló en el territorio de la música popular del mundo, de la raíz folclórica del mundo. Fue una pesadilla gigantesca, sí, pero en términos artísticos no lo vivimos de manera traumática, sino como un momento de crecimiento". Durante su forzada estadía italiana, su impronta latinoamericana se enriqueció con aires mediterráneos, celtas y de otros folclores.
En 1988 pudieron volver a Chile. "En la escala en Buenos Aires nos vinieron a recibir Víctor Heredia y Mercedes Sosa, a quien habíamos conocido en el exilio. Fue emocionante. Y el regreso a Chile, apoteósico: nos esperaban 5 mil personas, aunque aún estaba Pinochet en el gobierno. Fue sorprendente ser transportados por una esa caravana gigantesca. La gente se había esmerado en saber de nosotros más de lo que creíamos".
Y después, con la democracia, ¿cómo evitar la nostalgia de tener un enemigo claro contra el cual pelear?
Con Allende ya tuvimos esa discusión, sobre cómo nos íbamos a ubicar, como grupo de protesta, con un gobierno al que apoyábamos. Pero ahora nuestra música escapa a la coyuntura. Los regímenes pueden pasar, pero Inti Illimani siempre queda, es transversal a la época y los conflictos sociales. Por lo demás, el ser humano siempre va a luchar para vivir mejor colectivamente.
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