Uno ve con frecuencia por ahí reseñas en los medios de información del tipo "Ha fallecido a la edad de..." y viviendo a 100, 1.000 ó 10.000 kilómetros de distancia se tiende a pensar lo mismo que Rhett Butler le dice a Scarlett O'Hara al final de Gone with the wind: "Francamente querida, me importa un pimiento".
No todas las personas —trovadores, escritores, pintores, deportistas o mindundis— somos capaces de darle el valor que se merece a aquellas personas que nos han ayudado y a las que gracias a ellos somos lo que somos y estamos donde estamos. No se trata de rebajar ningún talento. Pero no es bueno borrar de la memoria los momentos en que alguien ha trabajado para encauzar ese talento.
Y es que no existe nadie que haya progresado únicamente por su talento o su esfuerzo. Siempre en algún momento de nuestra vida hemos encontrado esa mano tendida, generalmente a cambio de poco o nada, que nos ha salvado de circunstancias adversas o simplemente ha dado cobijo a nuestras inquietudes. Todos debemos algo a alguien con nombre y apellidos.
Salvador Escamilla, hoy simplemente una reseña en los medios de comunicación locales, ha sido un hilo invisible con el que se han tejido complicidades y bellas historias. Historias que han volado a 100, 1.000 y 10.000 kilómetros de distancia. Que han traspasado fronteras, idiomas y corazones. Salvador es ese tipo de persona a quien todos tenemos tanto que agradecer aunque ni siquiera conozcamos su nombre.
La ciudad de Barcelona rinde tributo al cantautor Luis Eduardo Aute con una pieza artística instalada en la plaza Rovira i Trias del barrio de Gràcia, lugar donde el artista pasó parte de su infancia y al que dedicó una canción en 2010.
La cantautora colombiana presenta un nuevo trabajo grabado en vivo en un patio de San Telmo, como homenaje íntimo a la ciudad de Buenos Aires, donde interpretó cinco canciones en formato acústico junto a un trío de músicos.
Notas legales
Servicios
• Contacto
• Cómo colaborar
• Criterios
• Estadísticas
• Publicidad
Síguenos