En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.
![]() Joaquín Sabina.
© Xavier Pintanel
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El reloj marcaba las nueve y veinte cuando el videoclip de Un último vals se proyectó en las pantallas del Palau Sant Jordi de Barcelona. Era el gesto simbólico con el que Joaquín Sabina inauguraba su despedida: un adiós voluntario, sin accidentes ni claudicaciones, sin la sombra del azar ni de la salud empujándolo a bajar el telón. A sus 76 años, el jiennense decidió marcharse por decisión propia, con un concierto que reunió a más de 15.000 personas y dejó claro que las canciones, más que una carrera, han sido su biografía compartida con varias generaciones.
Más de 15.000 personas lo esperaban en un recinto lleno, con entradas agotadas desde hacía meses. "Esta es mi despedida", repitió varias veces entre aplausos, como un mantra destinado o convencer y a convencerse que iba de veras.
El concierto comenzó con veinte minutos de retraso, consecuencia del colapso circulatorio provocado por las manifestaciones contra el asalto del ejército israelí a la flotilla con destino a Gaza. Pero una vez que Sabina apareció en escena, el tiempo se diluyó en una ovación unánime. El público sabía que asistía a un ritual de despedida, y también a una celebración. Lo que vino después fue un inventario sentimental: veintidós canciones sin riesgo para cerrar una vida entera dedicada al oficio hacer y cantar canciones.
Con su voz áspera, desgastada, aguardentosa, —marca de la casa— que quizás se escuchó más quebrada que nunca, pero también más verdadera, Sabina tuvo un recuerdo especial para la Nova Cançó y citó canciones que marcaron su juventud, como L’home del carrer de Quico Pi de la Serra, Homenatge a Teresa de Ovidi Montllor y Paraules d’amor de Joan Manuel Serrat, de quien dijo haber aprendido las primeras melodías que cantó por las calles en sus inicios.
El concierto arrancó con Lágrimas de mármol, tema de madurez que resume el espíritu del Sabina actual: un poeta consciente del paso del tiempo, capaz de mirarse con ternura y sarcasmo. A ella siguió Lo niego todo, su manifiesto vital más reciente, en el que desarma su propia leyenda con una mezcla de ironía y reconciliación.
El repertorio avanzó con Mentiras piadosas y Ahora que…, piezas que mantuvieron un tono íntimo antes de desembocar en uno de sus temas más antiguos, Calle Melancolía, que dedicó emotivamente a Joan Manuel Serrat, presente en la platea y que se levantó a saludar, desembocando en una de las ovaciones más sonadas de la noche en una noche donde las ovaciones no fueron leves.
El bloque siguiente fue una sucesión de himnos: 19 días y 500 noches, Quién me ha robado el mes de abril y Más de cien mentiras, coreadas por un público que las siente propias. Luego, la voz de Mara Barros tomó el protagonismo en Camas vacías, un respiro cálido y melódico que anticipó el espíritu rockero de Sabina con Pacto entre caballeros, cantada por Jaime Asúa.
Sabina regresó al centro del escenario para seguir con Donde habita el olvido, Peces de ciudad, y una versión intimista a dúo con Mara Barros de Una canción para la Magdalena, esa canción cuya música compuso el eterno Pablo Milanés. Por el bulevar de los sueños rotos, ese homenaje y recuerdo para Chavela Vargas, precedió otro recuerdo esta vez a la copla en Y sin embargo te quiero fruto de la legendaria colaboración entre los maestros Quintero, León y Quiroga —cantado como siempre desde dentro del corazón por Mara Barros— y que anticipó el Y sin embargo de Sabina. Todo eso antes del estallido colectivo que trajeron Noches de boda y Y nos dieron las diez.
El cierre fue coral: La canción más hermosa del mundo, interpretada por Antonio García de Diego —fiel escudero y director musical—, sonó como un homenaje dentro del homenaje; Tan joven y tan viejo, Contigo y, finalmente una Princesa que funcionó perfectamente como fin de fiesta.
Acompañado por una banda impecable —aunque sin Pancho Varona— formada por Jaime Asúa (guitarra), Mara Barros (voz), Laura Gómez Palma (bajo), Pedro Barceló (batería), Borja Montenegro (guitarra), José Sagaste (vientos y acordeón) y Antonio García de Diego (teclados, voz, guitarra y dirección musical), Sabina repetirá este sábado en el mismo Palau Sant Jordi, nuevamente con entradas agotadas, antes de continuar con tres conciertos en Valencia, dos en Bilbao y seis en Madrid. Después, vendrá la jubilación o, al menos, la pausa.
El cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero, autor de A cántaros, murió a los 78 años en Madrid tras una larga enfermedad; su obra unió canción, poesía y compromiso político durante más de medio siglo.
En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.
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