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Omara Portuondo publica Gracias, el disco con el que celebra sus 60 años de profesión

por Ferran Esteve el 18/09/2008 

Grabado el año pasado en La Habana con la participación de Avishai Cohen, Trilok Gurtu, Chico Buarque y Chucho Valdés, entre otros, y producido por Alê Siqueira, el repertorio de este nuevo trabajo está formado por aquellos temas que la propia Omara siempre había querido cantar

“Después de tantos años de carrera en los que siempre había cantado para agradar a la gente de su entorno, le pregunté: “Omara, ¿qué te gustaría cantar?””.

Una pregunta tan natural como esta del productor Alê Siquiera fue el detonante de este Gracias (Producciones Montuno), el disco con el que Omara Portuondo celebra sus 60 años de carrera en el mundo de la música haciéndose, y haciéndonos, un regalo tan especial: una selección de los temas que más la han marcado a lo largo de su carrera, alguna perla compuesta especialmente para la ocasión y una nómina de colaboradores extraordinaria.

No se han ahorrado esfuerzos a la hora de rendir a esta gran dama de la canción cubana el homenaje que le corresponde. Después de darse a conocer y de cosechar sus primeros éxitos con el cuarteto Las D’Aida, Omara Portuondo se convirtió en una de las solistas más cotizadas de su país durante los años setenta y ochenta. Sin embargo, tuvo que esperar al proyecto Buena Vista Social ClubTM, como tantos y tantos compañeros de generación, para disfrutar de un merecido reconocimiento multitudinario en compañía de otras grandes figuras de la música popular de su país como Ibrahim Ferrer, Rubén González o Compay Segundo.

Para su tercer disco en solitario, grabado el año pasado en La Habana, en un ambiente casi familiar, a las órdenes del productor Alê Siquiera, con la dirección musical de su ya inseparable Swami Jr. y la participación de invitados de excepción como los cantautores Jorge Drexler, Pablo Milanés y Chico Buarque, los bajistas Avishai Cohen y Richard Bona, el pianista Chucho Valdés o el percusionista Trilok Gurtu, Omara ha decidido seguir el consejo de su productor y ha preparado un repertorio que incluye composiciones que ya ha cantado o que siempre ha querido cantar, de diferentes lugares del globo y escritas por autores a los que admira.

¿Hace todo esto que este disco sea el trabajo menos personal y más condescendiente de Omara? ¿Estamos ante uno de esos experimentos a los que tan acostumbrados nos tiene últimamente la industria en el que una vieja gloria vende su alma al diablo discográfico para intentar no perder comba y demostrar que puede con todo? Ni mucho menos. Su voz impregna cada compás del compacto, y nos permite descubrir a una cantante que está mucho más allá de las etiquetas, injustas como casi siempre, que hasta ahora se le habían puesto. Omara Portuondo demuestra aquí que puede moverse con la misma soltura por terrenos distintos, que un solo de contrabajo no tiene que ser una molestia en una música concebida en un principio para ser cantada, que sabe acompañarse de músicos de procedencias estilísticas y geográficas diversas y compartir protagonismo con solistas de primera línea y no salir malparada. La apuesta de rodearse de jóvenes virtuosos y estrellas consagradas no le viene en ningún momento grande, y aquellos momentos en los que el envoltorio musical que la rodea es menos abundante que en trabajos o proyectos anteriores nos permiten comprobar que uno no cumple 60 años de carrera por casualidad, voluntad de la industria o cualquier otro designio. Hay algo que sólo se gana con talento, generosidad, amor por lo que uno hace y saber estar, y ese algo es el respeto de sus compañeros de profesión y del público.

Aunque sostenga Omara Potuondo que quiere ser ella quien dé las gracias por haber podido cumplir seis décadas haciendo la que ha sido desde siempre su gran pasión, no es gratuito ni un exceso de pleitesía devolverle este agradecimiento con la misma efusividad que ella pone en cada uno de los cortes de este trabajo.

¡Gracias a ti, Omara!

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Empieza Omara este trabajo lejos de Cuba, con un guiño a todo un crooner avant la lettre, el francés Henri Salvador, con “Yo vi”. Los sutiles arreglos para cuerda de Swami Jr. hacen de esta delicada versión una evocadora metáfora no sólo de lo que la cantante ha visto durante todos estos años, como reza el título, sino una declaración de que este disco no es sino un hito más en su trayectoria, porque “el corazón murmura/ que hay tanto sueño por vivir”.

Trabajar con músicos versados en la improvisación entraña riesgos, pero también ofrece oportunidades únicas, como las que se observan en esta sorprendentemente contemporánea por momentos versión de “Adiós, felicidad”.

Dando toda una lección de contención a la hora de entonar la letra, Omara Portuondo cede incluso la palabra durante unos cuantos compases al contrabajista Avishai Cohen, que le agradece con un preciso solo la oportunidad de cantar con quien él mismo considera una de las voces de referencia de la música cubana.

O qué será” es, evidentemente, otra de esas canciones que Omara siempre había querido grabar. Después de haber compartido el año pasado los escenarios de Brasil con Maria Bethânia, la cantante cubana se une aquí a otro auténtico maestro de la música de ese país, Chico Buarque, en una versión en la que no sólo se funden las lenguas de los dos cantantes, sino también las diferentes tradiciones musicales de todos los integrantes.

Vuelve en este disco a la vida un tema que Omara ya grabó en 1974: “Vuela pena”, de Amaury Pérez. Tan desgarradora como cuando la presentó por vez primera, su letra parece cobrar aquí una nueva dimensión: ahora hay que ahuyentar el dolor que ha ido provocando el paso del tiempo y la pérdida por el camino de algunos amigos tan queridos, como Ibrahim Ferrer, la pena inherente a la vida humana y que, como reza la canción, ha convertido a Omara “en la más anciana reina”.

Cuento para un niño”, de Rojas Torrente, estratégicamente ubicada en el ecuador del disco, constituye sin lugar a dudas uno de los puntos álgidos del mismo. Después de tantos y tantos años de carrera, Omara sigue conmoviéndose con una historia tan sentida que la lleva a no poder contener unas lágrimas en unos últimos compases de una emoción plácida aunque insinuada a lo largo de toda la pieza.

En “Ámame como soy”, Omara aprovecha la ocasión para rendir su particular homenaje a una de las personas fundamentales en su trayectoria musical, la gran Elena Burke, una de las cantantes que le dio la alternativa y su compañera en Las d’Aida, y para atreverse a cantar, por primera vez en su carrera, un tema de uno de sus compositores más admirados y respetados, Pablo Milanés, que suma su voz a esta ocasión tan especial.

“La voz de esa niña me recuerda a mi infancia, porque yo también fui niña”, dice Omara al referirse al ojito derecho de sus colaboradores, su nieta Rossío Jiménez, que, en “Cachita”, se atreve a compartir protagonismo con su abuela, sin más acompañamiento que el de la clave que les marca Andrés Coayo. Omara regresa así a aquella imagen de su infancia —la de una familia entregada a la música por el placer de hacerlo— que, años más tarde, la llevaría a convertirse en la figura que es hoy.

Vuelve el disco a Cuba para versiones una de las composiciones de Silvio Rodríguez que ha traspasado fronteras, hasta el punto de aparecer en dos recientes trabajos del saxofonista de jazz Charles Lloyd. La belleza atávica de “Rabo de Nube”, que Omara capta magistralmente en todos los matices de esta versión, se beneficia aquí de la delicadeza de sus músicos. Desde las frases introductorias de Avishai Cohen con el arco hasta el toque sutil de Trilok Gurtu en las tablas, pasando por el apunte de modernidad que confiere a la pieza el Fender Rhodes de Roberto Fonseca… Tal vez se parezca a esto el rabo de nube que deseaba Silvio.

Con un regusto claramente brasileño, una de las músicas predilectas de la cantante cubana y una influencia inevitable en la producción del cantautor uruguayo Jorge Drexler, arranca “Gracias”, la composición que da título al disco y con la que Drexler ha querido contribuir a este proyecto. Admiradora de la obra del cantautor, Omara que hace tiempo deseaba cantar alguna de sus canciones. ¿Y qué mejor que rendirse a una de las más grandes ofreciéndole un tema pensado especialmente para ella?

No sólo hay encuentros y homenajes en este trabajo. También hay reencuentros, como el que protagonizan Omara y Chucho Valdés, que graban de nuevo, secundados por el contrabajo de Cachaíto López, “Nuestro gran amor”, una composición del hijo de la cantante, una persona esencial en la trayectoria profesional de Omara y la que lleva ya tantos años a su lado en su ir y venir por los escenarios de todo el mundo.

La capacidad de Omara para convertir un mensaje aparentemente de despedida en un alegato de esperanza reaparece en “Lo que me queda por vivir”. A pesar del título, sin embargo, basta con escuchar el primer verso del tema —“Lo que me queda por vivir será en sonrisas”— para darse cuenta de que, si hay algo que no tiene cabida en esta composición, es la tristeza.

Y si el disco empezaba con aires afrancesados y de chansonnier, vuelve a salir de Cuba en la recta final para buscar una parte también importante de las raíces musicales de la isla caribeña. “Drume negrita” es un guiño a la música africana en compañía del camerunés Richard Bona, cuyo virtuosismo y talento vocal ponen de manifiesto, una vez más en este disco, que la buena música no entiende de edades sino de sensibilidades compartidas.






 
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