John Mayall, leyenda del blues, 77 años, casi 60 discos en solitario y 30 conciertos en 32 días de su gira europea. Datos que marean para unos conciertos con toda la fuerza que es capaz de transmitir un viejo bluesman.
Todo podía dar a entender a priori que John Mayall carecía del material genético suficiente como para dedicarse al blues: es blanco e inglés. Pero el joven Mayall se saltó las leyes de Mendel y, al cabo de los años, ha dejado pequeña la definición de "leyenda" para resumir sus más de 55 años de carrera.
Mayall ha sabido fusionar como nadie el blues y el jazz y combinarlos con otros elementos como el country e incluso el funky. Pero incluso más allá de su leyenda como músico, a Mayall se le considera un verdadero cazatalentos. Por su famosa banda "The Bluesbreakers" (literalmente Los Rompeblues), disuelta en el 2008, han pasado personajes como Eric Clapton, Peter Green —que más tarde fundaría Fleetwood Mac— o Mick Taylor, que abandonaría el grupo para incorporarse a los Rolling Stones en substitución de Brian Jones.
John Mayall se encuentra ahora inmerso en una maratoniana gira europea. 30 conciertos en 32 días, de entre los cuales escogimos asistir al del Auditori de Girona —extraordinaria equipación para una ciudad de menos de 100.000 habitantes—.
En esta gira John Mayall ha escogido un curiosa e inédita liturgia antes de empezar cada concierto: una hora antes de su inicio, el bluesman en persona recibe al público detrás de una mesa vendiendo —y cobrando— personalmente su último CD Tough y fotos dedicadas y, cómo no, estrechando manos, recibiendo elogios y fotografiándose con sus seguidores.
![]() John Mayall firmando fotos a 5 euros
© Xavier Pintanel
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Este exceso de proximidad y familiaridad lo hace funambulear peligrosamente entre lo simpático y lo patético pero —he aquí el milagro— de la misma manera que Clark Kent, un modesto articulista, es capaz de transmutarse en Superman, John Mayall tiene la capacidad de transformarse de venerable anciano de aspecto frágil en Leyenda con solo pisar el escenario y sin necesidad de ponerse los calzoncillos por encima del pantalón; vistiendo la misma camisa y los mismos jeans con los que apenas unos minutos antes había vendido fotos dedicadas a 5 euros.
Mayall, con 77 años, fue una bomba y sin casi despeinarse demostró que las leyendas carecen de edad y en todo caso, que quien tuvo, retuvo. En un concierto más bien breve, sin mayores pretensiones escénicas y pocas concesiones al espectáculo, le cedió el total protagonismo a las canciones, acompañado —Mayall siempre bien acompañado— por Rocky Athas (guitarra), Greg Rzab (bajo), Tom Canning (teclado Roland disfrazado de órgano Hammond) y Jay Davenport (batería); una banda con nombre tan desafortunado —The New Band— como extraordinario en su interpretación y virtuosismo.
John Mayall más allá de acusar la edad, disfrutó en el escenario en la misma medida —sospecho que a veces más— que un público que se entregó ya desde la primera canción: un solo de voz y armónica como homenaje a Sonny Boy Williamson, leyenda del blues.
No faltaron los clásicos como Oh, pretty woman de su disco Crusade (1967), Somebody's acting like a child de Blues from Laurel Canyon (1968) o California de su mítico The Turning Point (1969). Tuvo tiempo también para los homenajes en extraordinarias versiones de Mama talks with you daughter de J.B. Lenoir o Hideway de Freddie King.
Y, cómo no, terminó con Room to move, clásico entre clásicos, en una versión casi tan fresca como la original del The Turning Point.
Mayall vino a decirnos que los viejos bluesmen —como los viejos rockeros y los trovadores— nunca mueren. Afortunadamente.
![]() John Mayall con Greg Rzab y Rocky Athas.
© Xavier Pintanel
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