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El estado de la música chilena

Músico chileno que vienes al mundo, te guarde Dios...

EDITORIAL el 14/02/2011 

... el público chileno, la industria musical, la administración pública y los profesionales del sector han de helarte el corazón. Y eso, con el talento que tú tienes.

 

Vivimos tiempos raros —siglo XXI re-cambalache—, raros y duros. La crisis financiera que ellos crearon se encarniza con los más débiles, con los de siempre. Si hablamos de música la cosa empeora. A la crisis de todos hay que sumarle la del sector, una crisis para la cual no hay soluciones. Hasta los que más saben, andan confundidos y desorientados.

 

Esta falta de ideas se traduce en la práctica en ir dando palos de ciego y en una desbandada general donde cada uno barre para su casa y dirige sus esfuerzos en direcciones opuestas. No existe ninguna estrategia o política conjunta entre los distintos actores del mercado, ni siquiera entre los miembros de un mismo gremio.

 

Hay una sola cosa en la que todos estamos de acuerdo: la industria musical ha cambiado y jamás volverá a ser la misma.

 

Los países con un mercado más autárquico —es decir los poco permeables a influencias externas y poco dados a expandir las propias— como por ejemplo Argentina, Italia o la canción francófona, son menos sensibles a este caos mundial puesto que funcionan con una cierta inercia que, poco o mucho, les permite seguir trabajando.

 

Pero el resto —la mayoría— viven en un estado permanente de pesimismo.

 

Pero si establecemos la ratio:

 

cantidad de talento x recursos potenciales / eficiencia y eficacia en la aplicación de recursos

 

el país tristemente ganador por goleada es Chile.

 

Chile, musicalmente hablando, es el paradigma de cómo hacer las cosas mal para que salgan mal.

 

Empecemos por los propios chilenos que sólo consumen entre un 15% y un 24,5%, según las encuestas, de música nacional y cuando lo hacen —al igual que todos los países latinos— no están dispuestos a pagar por ello.

 

La ayuda de los poderes públicos, cuando ha existido, ha sido generalmente insuficiente o ineficiente o destinada a acallar conciencias o disidencias. Y si esto ha sido así con la Concertación, es más que posible que las cosas con Piñera tiendan a empeorar.

 

Esta coincidencia de factores —crisis mundial, crisis musical, falta de apoyo del consumidor y ausencia de políticas públicas— ha abocado a la Industria Musical chilena al borde de la desaparición.

 

Las grandes disqueras multinacionales —ahora ya no tan grandes— son actualmente meros distribuidores de productos foráneos actuando como instrumentos de sus empresas matrices, generalmente del ámbito anglosajón.

 

Las pequeñas disqueras —las pocas que quedan— se limitan a sobrevivir como pueden y con más buena voluntad que eficacia, a pesar de esfuerzos meritorios como Oveja Negra, Alerce y poco más.

 

Las consecuencias de esta situación son particularmente dolorosas en el caso de los artistas de nuevo cuño. Mientras que en Chile el número de producciones discográficas de artistas emergentes ha aumentado notablemente —señal de la buena salud del talento chileno—, la presencia de discos de músicos debutantes entre 2003 y 2010 se redujo en un 77 por ciento en las listas de ventas de todo el mundo según un reciente informe de la Federación Internacional de la Industria Discográfica (IFPI). Es decir, ante la ausencia de márgenes para la inversión, los grupos y solistas que triunfan son los ya consolidados, sin apenas hueco para los emergentes. Estos datos se agravan en Chile al haber menos pedazo de pastel para más comensales.

 

Peor todavía está el campo del management. Hay pocos y malos managers que actúan generalmente sólo como agentes comerciales y sin ninguna visión estratégica. Por supuesto como en todo hay algunas excepciones: Carlos Fonseca, Alfredo Troncoso y pocos más que no creen en el "pan para hoy y hambre para mañana" y que apuestan, entre otras cosas, por algo imprescindible en un país de tan sólo 17 millones de habitantes y sin hábito de consumir música nacional: la internacionalización.

 

Internacionalización es una palabra que no existe en el diccionario de un país que con frecuencia sigue creyendo que limita al norte con los bárbaros, al oeste con el mar, al este con la cordillera y al sur con el hielo. Y que más allá de esos límites lo que hay es irrelevante. Pero lo que hay allá es algo muy importante desde que los músicos chilenos adoptaron la mala costumbre de comer caliente tres veces al día: trabajo.

 

La internacionalización de la música chilena se ha dado solamente en los solistas y grupos comerciales que han entrado en el engranaje de los circuitos de las transnacionales, o en los grupos que conocieron el exilio durante la dictadura y que tuvieron involuntariamente que desarrollar sus carreras fuera de Chile y todavía mantienen un cierto mercado en el exterior.

 

Aún así, el premio a la mediocridad, a la incompetencia supina, a la ineficacia ilustrada se lo llevan sin lugar a duda las agencias de prensa y los departamentos de promoción y marketing.

 

Estos servicios, cada vez más externalizados debido a la crisis, nacen —citamos textualmente de la WEB de una empresa chilena que presta estos servicios— "de la iniciativa de vitalizar y posibilitar el vínculo entre la industria de la música, los medios de comunicación y el consumidor. Trabajamos para que nuestros clientes (artistas, productoras, sellos discográficos) adquieran mayor presencia en la opinión pública (…)". Tan bellas, correctas e imprescindibles intenciones, están en Chile en manos de mentes anacrónicas, costumbres obsoletas, formación nula y ancladas en el siglo XX. Dejar la promoción de la música chilena en sus manos es parecido a dejar a Herodes a cargo de un jardín de infancia.

 

Cuando se consigue una mayor eficacia en la promoción si se puede contactar directamente con el artista o el manager sin tener que pasar por la intermediación de una empresa de comunicación, una agencia de prensa o un departamento de producción; cuando se funciona menos mal sin ninguna estrategia que con un plan de marketing; es que algo está fallando.

 

Y es que la música chilena —como decíamos al principio— a pesar del enorme talento artístico del que dispone, a pesar de la cantidad de recursos potenciales; está haciendo aguas por todas partes y aquellos que deberían trabajar en las bombas de achique se dedican a ver como se hunde el barco, cuando no lanzan torpedos bajo la línea de flotación.

 

Hay que abrir nuevos mercados —nuevos públicos—, buscar nuevas oportunidades. Hay que formar y reciclar a los profesionales de la música especialmente managers que sepan mirar más allá del próximo concierto, es decir, que diseñen un programa a largo plazo para sus representados; y gente con la capacidad real de promocionar y difundir y no las actuales agencias de prensa, promoción y marketing que, con su falta de sentido común, consiguen el efecto contrario para el cual están creadas.

 

Cuando  a) el mercado es pequeño y hostil, b) los poderes públicos carecen de una verdadera política cultural, c) no existe prácticamente industria musical, d) los locales son caros, e) los medios de comunicación masivos se mueven exclusivamente por intereses económicos, f) la única estrategia que se practica es el cortoplacismo, g) la única filosofía la endogamia y h) especialmente cuando hablamos de difusión y promoción no sólo no se buscan complicidades sino que se siembran desconfianzas; el resultado será el será: nadie en Chile podrá vivir de la música en un futuro inmediato; si es que este futuro inmediato no ha llegado ya.

 

Decía el músico chileno Alberto Plaza en el libro Suena desafinado (2010) de Valeria Solís que "El talento es necesario, pero hay que canalizarlo, conducirlo bien, y la clave ha sido trabajar con buena gente que a uno lo hace potenciarse, crear buenos equipos de trabajo; visualizar a largo plazo." Quizá por eso Plaza ha tenido que irse a vivir a Miami.

 

Músico chileno que vienes al mundo te guarde Dios: por desgracia, inevitablemente, te helarán el corazón.






 
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