Por Xavier Moret para El Periódico
![]() Tumba de Georges Brassens en el cementerio nuevo de Sète.
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Me gustaría saber qué pensaría Georges Brassens, el cantautor libertario que desconfiaba de las masas y prefería la amistad de los compañeros de taberna, de toda la tontería que fomentan los facebooks, twitters y similares. Escribió Brassens que «en cuanto somos más de cuatro somos una banda de imbéciles». Pues no sé qué diría ahora de los millones de amigos virtuales (¡menudo oxímoron!) que corren por internet.
Por desgracia, hace ya 30 años que Brassens, el poeta que cantaba «muramos por las ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta», ya no está entre nosotros. Murió en octubre de 1981, a los 60 años, después de haberse reído de todo, incluida la muerte. La exposición Brassens ou la liberté lo recuerda ahora en París, pero yo prefiero acordarme de su Supplique pout être enterré à la plage de Sète, una canción redonda en la que el Brassens más irónico afirma que si el poeta Paul Valéry reposa en el viejo cementerio de Sète, él prefiere que lo entierren en la playa para poder pasar «la muerte de vacaciones». No es mal plan, en especial porque Brassens imagina que las mujeres se cambiarán a la sombra de su tumba y que la sombra de la cruz puede proporcionarle «un pequeño placer póstumo», al reposar sobre el cuerpo de alguna joven bañista.
Es una súplica preciosa, sí, aunque al final no lo enterraron en la playa. Las ordenanzas, ya se sabe. De todos modos, recuerdo que cuando no hace mucho visité su tumba en el cementerio nuevo de Sète me llamaron la atención los ramos de flores, las cartas y los muchos jóvenes que se acercaban a su tumba para rendirle homenaje.
Más allá de la muerte, de la exposición de París y de otras zarandajas, el gran triunfo de Brassens es que sus canciones siguen vigentes. Y que sus letras siguen retratando, con una afilada ironía, la sociedad de hoy, esa sociedad en la que muchos tienden a confundir los facebooks, twitter y similares con la vida real.
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