Es un domingo largo. Tal vez demasiado. Un domingo en el que no conviene poner la red de carreteras a prueba. Hace unas semanas vi un choque múltiple en la autopista. Los choques múltiples no se miden por metros, sino por segundos. Unos cuantos segundos antes alguien frenó y no consiguió evitar la carambola. Lo logramos los que veníamos unos pocos segundos atrás. Lo suficiente para accionar los intermitentes y para detenernos en el arcén. Sólo fue un susto, pero al mismo tiempo, muchos sustos. La vida pende de un hilo, pero suele ser el hilo de los coches delanteros. En una autopista sobrecargada por la prisa hacia ninguna parte creemos dominar las máquinas, pero son ellas las que determinan a los sobrevivientes. En un domingo demasiado largo nos quedamos en casa para rendir culto a la literatura. Escrita o leída, siempre nos salva. Es tiempo de ir al mercado y de dejarse ver en intendencia. En el mercado de Galvany, uno de los más caros de Barcelona, una dorada me guiña el ojo. Sabe que los humanos cobramos a fin de mes. Le pregunto su nombre y me la llevo puesta. Después, una larga espera para los garbanzos cocidos. Ya casi no quedan tiendas de legumbres cocidas en Catalunya. En Madrid ni siquiera existen. Los garbanzos nacen en la memoria de Fraga y en el bote de cristal. Ante el mostrador siempre se acaba hablando. El mercado es un debate permanente. ¿Tú no eres el que escribe? Lo soy; tal vez tú eres la que me lee. Me pregunta por los garbanzos y le digo que son para un cuscús. Luego coincidimos ante el verde restallante de los guisantes en sus vainas y nos volvemos a encontrar frente a los pedazos crueles de la carne. La diferencia entre el tercer mundo y el nuestro es que allí todo sirve y aquí hemos convertido los platos en un rompecabezas. Una vez en la cocina, con la familia dormida o dormitando, llega la disección de la naturaleza muerta. En mi cocina he instalado un pequeño equipo de música que proporciona arpegios de piano a las ensaladas, da trémolos de violín a los risottos y acordes wagnerianos al asado. En este mediodía de domingo largo, en mi cocina suena Serrat y su último disco Mô. Es la música del trabajo bien hecho y me dejo llevar por sus versos al vapor y sus emociones antiguas.
Me pregunto a menudo si en los oficios digamos artísticos cada día que pasa eres mejor que el día anterior. Serrat me lo confirma. Nací con su música y moriré con ella. Y el hacedor de canciones continuará demostrando que los años nos hacen más viejos, pero más sabios. Desde aquellas Paraules d'amor de cuando sólo teníamos 15 años hasta el actual Cremant núvols hay un largo aprendizaje de la vida terrenal, que es la única que podemos entender. Su voz me acompaña en la cotidianidad del cuerpo. Crujen las cebollas bajo mi cuchillo dominical y acabo con enormes lagrimones evocando a Josep María Bardagí en la canción Capgròs. Joder con Serrat, que todavía nos hace llorar por la retaguardia. Y que dure, compañero del alma. Porque gracias a ti la vida siempre es Sábado de Gloria y la sal de la vida se destila mejilla abajo y hace dulces los besos.
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El Festival BarnaSants 2026 iniciará el 27 de enero, en el Palau de la Música Catalana de Barcelona, su 31.ª edición con un concierto de homenaje al cantautor Lluís Llach, que conmemorará el 50.º aniversario de los míticos conciertos de enero de 1976. El espectáculo reproducirá, medio siglo después el repertorio original íntegro de aquellos conciertos con la participación de artistas como Manel Camp, Santi Arisa, Borja Penalba, Gemma Humet o Joan Reig, entre otros.
El esperado estreno de Dialecto de Pájaros, la obra que compuso Patricio Wang hace casi cuatro décadas, tuvo lugar finalmente el pasado 11 de noviembre de 2025 en el Teatro Municipal de Viña del Mar, como concierto de apertura del Festival Puente: Encuentro Interoceánico de las Culturas. Hablamos de su estreno, de su génesis y de lo que viene.

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