El cantautor uruguayo afincado en Madrid despliega todos sus recursos escénicos y de repertorio para salvar un concierto acechado por una afonía catarrosa. Su público se vuelca con empatía e incondicionalidad ante la mejorable actuación que ofreció el pasado 19 de noviembre en el Centre Cultural Unnim de Terrassa (Barcelona).
Mundo Abisal es una pieza del último trabajo de Jorge Drexler (Amar la trama, Warner Music, 2010) que a la vez sirve de título para el espectáculo que gira en solitario, valiéndose únicamente de su voz y sus guitarras. Por ello –y por la impecabilidad de sus discos-, sorprendió oírlo arrancar con Tres mil millones de latidos en una voz frágil y medio rota que debería sostener más de noventa minutos de concierto.
A este aguado comienzo también contribuyeron la sonorización inacabada de la guitarra y los desacertados efectos que el técnico aplicaba a la voz. Pero enseguida el cantautor sacó sus cartas, musicando de improviso una simpática explicación sobre su afonía que precipitó los aplausos de una audiencia entusiasmada desde el primer momento. Incluso ofreció el reembolso de la entrada (25 euros) a quienes prefirieran abandonar la sala. Sin embargo, la fidelidad de los que llenaban el auditorio pudo más y al parecer nadie se fue.
La actuación fue un habilidoso despliegue de trucos escénicos y carisma personal para capear el temporal, si bien la sinceridad y la proximidad con el público resultaron ser sus mejores aliados. De hecho, Mundo Abisal persigue este formato cercano y desenfadado, prescindiendo de la potencia instrumental habitual en Drexler e insistiendo en el vestuario de americana, tejanos doblados y deportivas. El artista intercambió bromas y comentarios con su audiencia, e incluso modeló el repertorio a petición. Parecía estar tocando en el sofá de casa para sus amigos; con todo lo positivo y lo negativo que esto implica.
El ambiente intimista también se perseguía con una escenografía poco trabajada de luces tenues, un fondo de proyecciones ligeramente psicodélicas (emulando demasiado los salvapantallas de ordenador) y dos esferas lumínicas que se alternaban indicando el foco de atención escénica. Y es que para dar dinamismo al show, el cantautor repartió sus intervenciones entre tres espacios. Desde una tarima situada a su izquierda, se relajó interpretando sentado las peticiones del público, acompañándose de una guitarra acústica o de la clásica. En cambio, su derecha la reservó para los arreglos más cargados, en los que se valió de la eléctrica y un reparto de pedales de efectos varios (delays, reverberaciones, saturaciones…). Las piezas más conocidas y potencialmente participativas fueron ejecutadas en el medio, a primera línea.
A pesar del montaje, se echaban de menos los matices, los cambios de registro y las modulaciones de voz, elementos puntales de su propuesta. Además, tuvo que modificar tonalidades y melodías, lo cual dificultaba la identificación de algunas canciones y motivó errores en los acordes de acompañamiento. Todo ello resaltaba la ausencia de la orquestra, incluso cuando el músico recurría al silbido para atenuar tal vacío.
Cerró el repertorio a la carta con No voy a ser yo –del cual es coautor con Kevin Johansen- y pasó a la sección eléctrica para interpretar la deliciosa Horas. Ahí aparecieron indicios del esclarecimiento vocal que él mismo había anunciado al principio del show. También mejoró el juego de efectos sonoros cuando fueron aplicados sobre Eco primero, y sobre la recitada Mi guitarra y vos después. En ésta, el técnico de sonido se incorporó al escenario para ejecutar habilidosamente una compacta caja de ritmos con lucecitas, y a continuación un theremin que acompañó la pieza Aquellos tiempos. Ya desde la mesa de control, el hombre multitarea todavía accionaría una diminuta gramola en Noctiluca, tema que Drexler dedica a su hijo. Junto a sus cuerdas vocales, la actuación también indicaba recuperarse.
Las chisposas improvisaciones líricas hablando del evento en sí y de sus circunstancias fueron otro enganche muy resultón para un público entusiasta y agradecido, dispuesto a perdonarle a este especialista en otorrinolaringología la osadía de actuar en tales condiciones. El guiño definitivo lo dio con la catalana Club Tonight, del grupo Gossos, desde la cual saltó a Stir it up de Bob Marley. Los aplausos, los piropos y las muestras de fanatismo fueron constantes, si bien este respaldo no se percibió en la potencia del canto de los presentes. Éstos se acercaban más a un tímido coro monacal impecablemente afinado, que a una horda desatada de fans coreando las canciones a viva voz. La capacidad de suscitar empatía e identificación de Drexler es realmente inmensa pero debe tener sus límites, especialmente entre el recatado y selecto público que poblaba la sala.
Con Disneylandia y un hermoso contraluz rojo de fondo se despidió, deshaciéndose en elogios hacia sus entregados seguidores. “Cantar es maravilloso”, sentenció antes del hit de su último disco, Amar la trama, con el que cerró una actuación mejorable pero duramente trabajada en el escenario. Bises indispensables fueron Me haces bien, Todo se transforma y Sea. En esta última su garganta volvió a recordarle que había forzado la máquina y que quizá aplazar el concierto no hubiera sido mala idea.
Con la colaboración de Clara Saperas i Llobet, gestora cultural.
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