El profundo contraste entre la celebración pop de Abel Pintos y un colectivo de artistas que expresó la mejor tradición folclórica (Aymama, Los Hermanos Núñez y Chacho Ruiz Guiñazú, Omar Moreno Palacios) marcó el pulso de la segunda noche del 52 Festival Nacional de Folclore de Cosquín.
Télam - La segunda luna de Cosquín, a diferencia de la noche de apertura, encontró equilibrios entre la masividad y las líneas estéticas más sensibles y depuradas.
Abel Pintos desató la furia del público, adolescente y femenino en buena medida, al que convenció con un repertorio respaldado en las canciones de Reevolución, su último álbum.
Con yeites de la música melódica y el pop, y sin mayores citas al linaje de la música folclórica (que en algún caso experimentó con acierto), Pintos presentó un recorrido demoledor si se juzga a partir de las reacciones de la platea.
Cuando entonó La llave, Pintos se quebró en llanto y alcanzó uno de los momentos más intensos. Luego, bajo el escenario, dijo haberse sentido "invadido por un sentimiento de agradecimiento por la consideración" que siempre le brindó el público de Cosquín.
Antes y después de la furia que desató Pintos, en varios pasajes la noche cordobesa se envolvió en el calor de la belleza musical.
El trío femenino Aymama se desentendió de toda prevención con el público y, despojado de las comodidades de lo conocido, se plantó en el escenario con un repertorio íntegramente nuevo.
La formación compuesta por Mora Martínez, Florencia Giammarche y Paula Suárez silenció al público con las Coplas de las cocinas (Armando Tejada Gómez y Chacho Echenique) y luego lo levantó con la chacarera La guitarra (Giammarche-Hugo Díaz Cárdenas).
Antes de despedirse con una sección de zambas de Yupanqui, Aymama entregó a capella una versión de Carrero Cachapecero (Heráclito Pérez- Marcos Ramírez), donde consumó una comunión perfecta entre el color vocal femenino y el lenguaje guaraní.
Por su parte, los Hermanos Juan Núñez (bandoneón) y Marcos Núñez (guitarra), más el Chacho Ruiz Guiñazú (percusión) superaron con enorme solvencia su bautismo en Cosquín, aunque habrá que computarles que el año pasado acompañaron a Ramón Ayala en el mismo escenario.
Entregaron un mosaico de Chamamé, su último disco, que ofrece las riquezas (no siempre a la vista en otros artistas) de las que se nutre la música litoraleña.
A su turno, el gaucho Omar Moreno Palacios, solo con su guitarra, ratificó su compromiso con la canción surera, que se alimenta de ritmos de la región pampeana como el cielo, la cifra o el estilo.
La segunda noche del Festival de Cosquín también mostró al jujeño Bruno Arias y su defensa de los pueblos originarios; la conjunción entre la música y la historia a través de Antonio Tarragó Ros y Pacho O'Donell; y a Canto 4 y Sergio Galleguillo, dos de los más aclamados en una noche teñida por la diversidad.
La cantautora Judit Neddermann y el guitarrista Pau Figueres presentan un nuevo álbum conjunto, con doce canciones en castellano, catalán, portugués y francés, grabadas en directo en estudio. Entre ellas, una nueva versión de Vinc d’un poble con Joan Manuel Serrat y temas originales que combinan pop, folk, jazz y música popular brasileña.
El cantautor chileno Patricio Anabalón lanza el single Danza con la participación de Silvio Rodríguez, en una obra producida por Javier Farías y enriquecida con los aportes del Cuarteto Austral, Felipe Candia y otros destacados músicos e ilustradores; en un encuentro generacional de la canción de autor.
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