Los acentos de la chacarera, la zamba, el chamamé o la canción son asumidos por Soledad con un mismo tono efervescente, enjundioso, celebratorio; y, aunque no sean adjetivos en apariencia siempre deseables en su oficio, son los que permitieron moldear un estilo que anoche fue, una vez más, ovacionado en el Festival de Folclore de Cosquín.
Télam - Dieciséis años de carrera, cuya piedra de toque fue la edición 1996 de Cosquín, han macerado el perfil de Soledad, sea para limar asperezas vocales como, sobre todo, para afirmarla como una diestra animadora en el escenario.
En esa dimensión, Soledad se muestra capaz de dominar los climas de una noche, enhebrar coreografías y desarrollar una veta lúdica con el público o con sus músicos.
Ese contexto ubica a su numeroso elenco de instrumentistas -en especial a las guitarras- en la misión de sostener el contenido musical del espectáculo, al que Soledad le marca el pulso apresurando temas o dejando en suspenso una canción con la idea de alumbrar algún diálogo con el público.
La apertura del concierto es arrasadora. Con un volumen poderoso, Soledad entrega aquellas piezas que ya ha impuesto en sus años de carrera (Chacarera de un triste, A don Ata, Entre a mi pago sin golpear).
El público, que la esperó algunos minutos más de lo que indicaba la programación, no necesitó más para ratificar su fidelidad.
A ese tembloroso arranque le siguió otro momento en el que la cantante propuso aquellas composiciones de corte melódico, las más lejanas al universo folclórico y, a la vez, el único pasaje en el que se permitió algún temperamento diferente (Amutuy).
Para el desenlace vuelve la furia con otros hits complacientes con el público. En ese raid aparecen Déjame que me vaya, El bahiano y El tren del cielo.
Bajo el escenario, Soledad confiesa que Cosquín "siempre la incomoda", que la pone en posición de "rendir examen" y que eso no le permite disfrutar como en ámbitos de menor exposición.
Si eso es así —y no hay razones para no creerle— Soledad se revela también como una eficaz prestidigitadora.
El cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero, autor de A cántaros, murió a los 78 años en Madrid tras una larga enfermedad; su obra unió canción, poesía y compromiso político durante más de medio siglo.
En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.
Notas legales
Servicios
• Contacto
• Cómo colaborar
• Criterios
• Estadísticas
• Publicidad
Síguenos