El exilio es un camino de dos direcciones. Y se suele hablar demasiado de la presunta generosidad de los pueblos de acogida y muy poco de aquello que los recién llegados aportan a sus nuevos vecinos.
En la década de los setenta llegaron a Europa una oleada de músicos latinoamericanos —especialmente argentinos, uruguayos y chilenos— huyendo de las condiciones de sus respectivos países y nos obsequiaron con aquello que mejor sabían hacer.
Gracias a ellos pudimos escuchar las primeras canciones —ahora ya leyendas en el imaginario colectivo— de la Nueva Canción Chilena, del Cancionero Argentino o de la Nueva Trova Cubana. Nos enseñaron que había otras formas de hacer y decir canciones. Se quedaron con nosotros hasta que nos las aprendimos.
Más tarde, cuando nos cansamos de ellos, cuando los creímos juguetes rotos, los condenamos a un segundo exilio: el de la desmemoria.
Un hermano trovador dice que la muerte tiene la llave de todas la casas y entra y sale cuando quiere, pero que el olvido sólo entra en donde se deja la puerta abierta. Fernando González Lucini es hoy el sereno que va cerrando las puertas para que no corran tan impunemente los vientos del olvido.
El músico argentino Milo J lanza La vida era más corta, un álbum doble donde se cruzan el folklore argentino y los sonidos urbanos contemporáneos, en una obra que reúne a varias generaciones y cuenta con colaboraciones destacadas como las de Mercedes Sosa y Silvio Rodríguez.
Miguel Poveda hizo suyo el Gran Teatre del Liceu de Barcelona —uno de los grandes Teatros de la Ópera del mundo— en su concierto Distinto del 15 de Octubre, en el marco de la edición de 2025 del "Festival Jazz Barcelona".
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