RETRATOS DE CANTANTES

Prólogo de Javier Ruibal

Tengo nueve años y siento frío, un frío descomunal que me sube por las rodillas y se cuela en el pantalón corto acuchillándome las ingles; ya no llueve y las botas de agua cuelgan al final de mis piernas con el balanceo de la bici de la que tiran afanosamente las piernas de mi hermano.

Pedalea, resopla y silba una música que no conozco. Él no pasa frío, yo lo paso por los dos durante un rato interminable que concluye con un frenazo ante un portal que ni recuerdo.

Gran movida de bicicleta atravesada en las escaleras; bronca de la vecina que pasa renegando y por fin primer piso. La bici se queda en el rellano. Tras una puerta se oye otra vez esa música que desconozco y que duplica su volumen cuando ésta se abre Y aparece un amigo de mi hermano. Caminar por el pasillo al encuentro de aquellos sonidos tiene para mí un efecto cautivador, casi mágico. Mi hermano y el otro chapurrean un guachu-guachu no muy parecido a los que cantan en el disco. Ya no siento frío. Estoy frente a un tocadiscos junto al que hay una portada en la que aparecen las caras de cuatro hombres con flequillo repetidos en un montón de fotogramas.

Arriba se lee THE BEATLES "A HARD DAY'S NIGHT " y quedo hipnotizado por esa imagen y fascinado por esa música.

La noche que Astrid Kirchhers oyó tocar a los Beatles en el Kaisserkeller de Hamburgo, se enamoró de Stu Sutcliff, uno de los dos Beatles que no disfrutaría de la fama y se hizo asidua de la banda.

Fotógrafa en prácticas, dio a sus recientes ídolos la oportunidad de verse desde afuera, como si ya fuesen algo más que unos chavales ingleses de aventura por el Continente. Lo que ella no sabía era que estaba abriendo un nuevo camino al grupo y, por extensión, a toda la música contemporánea.

Rompiendo con las adocenadas imágenes de la época, proporcionó al grupo un carácter que no tenía. Sobre fondos de paisaje industrial hizo posar a la banda enfundados en cuero negro y con las guitarras colgadas de cualquier manera y un mensaje subliminal invitaba a deducir así, a bote pronto, que aquellos chicos estaban ahí rompiendo con un destino que los hubiera condenado al trabajo de no haberse agarrado a la trepidancia de sus cuerdas y a la temeridad de sus pocos años.

Ya no son sólo unos músicos, son unos inconformistas, unos transgresores, unos ... ¿rebeldes?.

Tengo trece años; matamos el domingo hablando de tías, de viajar y moverse sin los viejos, de hacer una fiesta para arrimarnos un poco, de planes y más planes. Aparece uno con discos nuevos y nos tiramos a arrancárselos de las manos. En la rapiña me apodero de uno y lo pincho. Algo está ocurriendo con los flamantes altavoces del anfitrión que corre a bajar el volumen por si estallaran con el sonido roto y arrebatado de aquella guitarra -suena así tío- apuntan -suena así. Dale caña joder-. El que apunta es un oyente aventajado que cabecea con los ojos cerrados. Los demás hacemos lo mismo.

Algo se estremece dentro cuando me siento atrapado por un sonido volcánico que te empuja las vísceras, te apalea los huesos y te llena de euforia hasta la última neurona.

El aventajado apunta más cosas, que si este tío habla de sexo libre, que si fuma, que si toma cosas, ácidos y no sé cuantos. Abro los ojos y en la carpeta me encuentro con un negro con una melena crespa e indomable hasta duplicar el volumen de su cabeza y una camisa con todas las flores del Paraíso Terrenal.

Un gesto descarado y una boca insolente te preguntan:

¿Are you experienced?

y debajo firmaba

JIMI HENDRIX

El aventajado se ha sentado en el rincón más oscuro alegando que quiere estar en su rollo. Dudo que exista tal rollo pero me siento en el suelo frente a él, caigo en la cuenta de que hace días que no se peina, me río pensando en el cabreo de su madre ahora que por fin había conseguido doblegarle el flequillo y me digo a mí mismo que yo tampoco voy a peinarme.

Desde las fotos de Astrid al videoclip, de la camisa de Hendrix a la camiseta babeada de Sid Vicious, pasando por la capital hortera de Elvis, los super peinados de Las Suprammes, los sobrios atuendos de L. Cohen, el sombrero de Dylan, las ropitas de Yes, los disfraces de Elton John o Bowie y la boina de Bob Marley, ha habido un triple salto mortal vertiginoso del que ha nacido un nuevo arte.

Un arte para la seducción, la imitación, la persuasión, el consumo...

Arte imparable que nos surte de esos fetiches de los que se rodean los humanos para ver en ellos mas a personajes y casi héroes que a simples mortales.

Tengo cuarenta y dos; por casualidad he oído en la radio el fragmento de un solo de Eric Clapton que me ha llevado a buscar por las paredes de mi memoria un póster de Cream. Al cabo de un instante percibo que no es Clapton aunque sí su sonido y su solo. Es un grupo de ahora y de aquí que suenan clavaditos a él. El locutor afirma que es lo más nuevo, la gran revelación del año. Me quedo impávido.

No siento nostalgia, trato de comparar aquellos ímpetus revolucionarios que taladraban mi alma a golpes de guitarra eléctrica con estas imitaciones. El locutor nos recuerda que ya han logrado su segundo disco de oro. Me quedo patidifuso.

Hace dos noches vi al aventajado. En todos estos años se ha literalmente atiborrado los oídos con todo lo nuevo que salía, por eso es el aventajado. Sigo viendo en él al niño que quería estar en su rollo. Le pregunto qué tal le va y me dice que a su rollo, que bien y que si sabía quienes eran estos señalándome el altavoz con el índice. Le digo que no y ejecuta una danza autista con gestos y aspavientos. No me habla más.

El aventajado no sólo ha llenado su discoteca, también su armario ha conocido todos los atuendos de sus efímeros ídolos. Ahora calza botas pseudo futuristas sobre plataformas de vértigo y ya no necesita peinarse porque se afeita la cabeza. El aventajado bailaba tecno-trance en un bar ruidoso.

Una imagen certera puede mejorar una canción medianita, pero puede también engrandecer una buena canción. También puede retratar resaltando evidencias, camuflando carencias, enfatizar carácter donde lo hay o inventarlo donde no lo hay. Ocurre más a menudo de lo deseable que una cámara maestra proporcione un perfecto maquillaje a músicas de una abusiva comercialidad y esto pone en desventaja a músicas más perdurables.

Es como si las fotos de los Beatles en Hamburgo, que venían a decir algo así como: ¡viva la música! se hubieran vuelto contra Astrid para gritarle: ¡viva la imagen!.

Nadie suponía que esto sería así pero una cámara maestra siempre cumple su objetivo: fascinar. Como nadie suponía que una de las industrias más prósperas del planeta multiplicaría sus fondos vendiendo canciones de unos tipos que llevan treinta y tantos años cantando cosas como esta:

no hay futuro, Nena...

no hay futuro

y están dispuestos a aparecer en un disco disfrazados de general austro-húngaro o bien... en pelotas.

Javier Ruibal

MONOGRÀFICO RETRATOS DE CANTANTES






 
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