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Los Necios (V)

Joaquín Sabina: La claridad de la noche

por Reiner Canales y Dino Pancani el 24/04/2009 

Conversamos con Sabina, después del primer recital de Pablo Milanés en Chile, quien hace más de veinte años que no venía y Sabina vino acompañando a su amigo. Inició su participación en el recital diciendo “Viva la Unidad Popular”. Después de una larga espera en el vestíbulo de un hotel en Viña del Mar, apareció Sabina con un vaso de whisky en la mano y toda la disposición para conversar.

“Los ingredientes que debe reunir una buena canción son: una buena letra, buena música, buena interpretación y algo más. Ese algo nadie sabe en qué consiste, pero es lo que te llega adentro”, señala Joaquín Sabina al referirse a la canción como expresión artística. Todo quien conoce a Sabina podría hacer esa conjugación para definirlo. Como letrista es uno de los mejores que tiene la lengua castellana; como músico, digamos que es bueno y que se hace asesorar por mejores; si bien su voz sensual está cansada y maltratada, no hay quién interprete mejor las canciones de Sabina que el propio Joaquín y ese algo más que lo ha llevado a convertirse en un ícono de la canción popular hispanoamericana.

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¿De dónde sale tu identificación y la de tus canciones con los perdedores?

 

J. S.: Pues, yo creo que no es sólo mi caso: las novelas que uno ha leído, los cuadros o las películas siempre describen vidas que están al límite. Las vidas de los triunfadores son planas, no tienen interés. La vida es un fracaso, puesto que termina con la muerte. El fracaso siempre esconde mayor poesía que lo que se entiende por éxito; cualquier vida humana es la historia de un fracaso y cuando más esté al límite, más fuera de las normas, las convenciones, es más digna de contarse en una canción.

 

Desde el punto de vista humano, ¿has perdido ganando?

 

J. S.: Es que yo, lo que la gente entiende por éxito, yo no lo veo así. Es decir, que uno cante o venda discos, que venga la gente a vernos, no tiene mucho que ver con cómo uno se siente por dentro, aunque es de agradecer que uno se pueda comunicar con la gente. Pero yo empecé a vender discos con los treinta años cumplidos y antes toqué en el metro, en bares, estuve vagabundeando por ahí y yo creo que uno no cambia tanto a los treinta años. Creo que eso que se llama éxito no es exactamente lo que es.

 

¿Cómo ves la marginalidad en los tiempos modernos?

 

J. S.: Pues, hay dos clases de marginalidad: una, la cantidad de gente que las nuevas políticas de libre mercado, eso que le llaman la única política correcta posible, está dejando afuera y Chile es uno de los casos más graves de eso. Y luego la marginalidad de la gente individual que decide vivir su propia aventura, su propia vida, no sólo sin tomar en cuenta, sino que en contra de las leyes del rebaño.

 

En las canciones, ¿qué va primero: las letras o las melodías?

 

J. S.: A estas alturas ya no sabes cómo contestarlo. Inicialmente, hace algunos años, fueron primero las letras; yo nunca pensé que iba a hacer una canción, pero ahora hace algunos años cuando uno tiene un cierto oficio, un cierto hábito de escribir canciones y no poesía, suelen nacer con su música incorporada.

 

¿Por qué estudiaste filología?

 

J. S.: Yo quería estudiar literatura y en Granada no la daban y lo más cercano a eso era la filología. Y por amor a las palabras.

 

¿Cómo es tu relación con el cine? Si uno ve tus canciones, hay relatos cinematográficos, como “Los perros del amanecer”.

 

J. S.: Ese tema en especial se hizo para una película que se llama “Sinatra”, pero si yo hubiera escuchado en la radio las canciones que yo quería oír, no hubiese escrito canciones nunca: las escribí, porque yo quería contar historias que no estaban en las canciones, historias más contemporáneas, más dentro del caos de la ciudad en que estábamos; se oían historias que parecían declaraciones de Iván Zamorano después de un partido y creo que en ese tiempo se podían contar las historias como en las películas, como en el siglo del cine.

 

En otras canciones, “El joven aprendiz de pintor” por ejemplo, y en entrevistas de prensa, has manifestado no tener mayor aprecio por el público más intelectual, que es un público duro.

 

J. S.: Es que hay un cierto tipo de intelectual que se toma a sí mismo muy en serio, que escribe siempre con mayúscula, que cree que las cosas que tocan al espíritu tienen que ser aburridas, solemnes o retóricas, y yo estoy absolutamente en contra de eso. El Quijote de Cervantes es uno de los libros más divertidos del mundo y nadie lo lee, porque le han dicho a los niños que es un libro muy aburrido. Estoy en contra de ese sentido de la cultura con mayúscula, pretencioso, que aburre hasta a las ovejas. Creo que la cultura que hago es muy divertida.

 

¿De qué manera te explicas que en España seas un cantante tan, pero tan popular?

 

J. S.: Pues no lo sé, no creo que sea una gloria mía sino una carencia de los demás. He llenado un hueco que existía. Si uno oye las canciones que suenan en la radio parecen que fueran canciones que están hechas para descerebrados, la gente no es tan imbécil como dicen los políticos o los programadores de televisión; basta que a la gente les hables en serio y les toques el corazón para que reaccionen. No es verdad lo del marketing: el mejor departamento de publicidad que existe se llama “boca a boca”.

 

¿Y qué pasa con Latinoamérica?, en donde tu público sigue siendo hermético y ligado con estos intelectuales que señalas.

 

J. S.: No lo creo, tal vez en el primer momento siempre son los “listos”, dicho entre comillas, los que tienen mayor capacidad de información y se enteran de algo, pero yo toco en Argentina o México o el par de veces que toqué en Chile, no toqué para intelectuales sino que para la gente.

 

Dices en “Pongamos que hablo de Madrid”: “Aquí no queda sitio para nadie” y en una versión posterior “Aquí he vivido, aquí quiero quedarme”. ¿Este cambio tiene que ver con la esperanza que tenía en la socialdemocracia?

 

J. S.: Sí, cambié la canción. Yo creo que las canciones no se mueren ni tienen por qué morirse cuando uno las graba: si uno encuentra un modo de decir las cosas más de acuerdo con lo que uno piensa después de grabarlas, uno está en su perfecto derecho de cambiarlas. Yo no la hubiera cantado más diciendo lo que decía porque me parecía una demagogia muy barata eso de que “Aquí no queda sitio para nadie”.

 

Tú decías que la poesía de este siglo se hacía con una banda de rock detrás.

 

J. S.: Sí, Rimbaud habría sido un cantante punky. Lo que pasa es que la poesía se ha hecho demasiado para poetas, para los que tenían el código, demasiado para que no la entendiera la gente. Yo creo que los poetas universitarios son especialistas, tienen un lenguaje exquisito, que no es compatible con la tribu. Se acabó la época de los grandes poetas, con los que se podía llorar o follar.

 

Es impresionante el uso que haces de la rima, el apego a consonancias sino perfectas, muy fuertes.

 

J. S.: A mí me gusta mucho la rima, la rima es la música de la palabra y me pareció una actitud absolutamente pedante y elitista prescindir de la rima. La rima es la música, ayuda a que a la gente se clave algo en el corazón. Cuando uno no escribe poesía, sino letras de canciones, las palabras nacen con la música. Si tú lees las letras de Violeta Parra, las cantas aunque no conozcas la música, porque llevan sus acentos, su fonética.

 

¿Qué te llama la atención del castellano americano en relación al español?

 

J. S.: Es más rico. Es curioso, aquí se dice “caminar”, que es más hermoso que “andar”, “conversar”, que es más hermoso que “hablar”. En España había unos terribles pudores para no decir determinadas palabras que podían sonar cursis y aquí se usan con una naturalidad asombrosa. Yo creo que es un castellano mucho más hermoso el de todos los países de Latinoamérica y además en cada país se habla un idioma con un acento distinto y con palabras distintas. Estoy muy enfadado con el castellano que se habla en mi país.

 

Esta mezcla de ritmos que haces...

 

J. S.: Si algo ha traído bueno la aldea global, la multiplicación de sistemas de comunicación en el mundo, es que yo tengo la música del Japón y de África y de Cuba y de Chile para usarlas y sería estúpido no usarlas. Yo tengo una pierna en el rock & roll, otra en el folklore, y no quiero levantar ninguna de las dos porque entonces me doy contra el suelo y si tuviera más piernas me gustaría tenerlas en más lugares. Bueno, tengo tres: la del medio es la mejor.

 

Tu amistad con los cantautores, ¿en qué momento nace?

 

J. S.: De estar con ellos, de vivir con ellos. Yo que querría a Pablo aunque no fuera cantante, por su estatura humana, para colmo es el mejor cantante del mundo, cómo no lo voy a querer.

 

¿Cómo ves a los nuevos cantautores españoles?

 

J. S.: Creo que son muy buenos. Lo que no creo es que sean muy nuevos, tienen treinta años y yo les exigiría, se lo digo a ellos, les pediría que fueran más renovadores, que metieran palabras que no hemos dicho, que nos sacaran a patadas en el culo del escenario, más peleones, más rebeldes, más transgresores; son muy buenos, pero no demasiado transgresores.

 

¿Y esa trasgresión la ves en alguna otra manifestación artística?

 

J. S.: Tal vez en el cine, en los subterráneos de las ciudades, en algunos rap muy radicales, como el de Puerto Rico o Nueva York, no en el que llega a Madrid, que es un rap de plástico.

 

¿Y la movida madrileña fue transgresora?

 

J. S.: Fue la alegría de vivir, las ganas de ocupar las calles, las ganas de emborracharse, de coger, de cantar juntos, fue una explosión de alegría reprimida, que creo que no hubo en Chile.

 

Hay una carta del Subcomandante Marcos en la que menciona la posibilidad de que le eches una mano para hacer una canción y menciona tu sentido del humor, tu capacidad para reírte de ti mismo.

 

J. S.: Marcos también la tiene. El Che Guevara era una especie de monumento incorruptible; no tengo más que admiración por él, pero estaba lejos de mí, porque no sé yo si tenía humor, no sé si tenía contradicciones; era demasiado perfecto. A mí me gusta de Marcos, primero que no ha pegado ni un solo tiro, está jugando con los medios de comunicación a su favor y que incorpora el humor y la duda todo el tiempo y a mí me gusta mucho el humor y la duda.

 

¿Y qué pasó con la carta?

 

J. S.: Allí no dice ni una sola palabra de política, sólo me habla que le ayude a conquistar a una mujer, pero aún no lo ayudo porque las canciones vienen cuando quieren. Lo haré.

 

Has trabajado con varios artistas en tus últimos discos.

 

J. S.: Yo aprovecho a mis amigos con muy buena intención y ellos a mí, y cuando los periodistas dicen lo contrario los entiendo, ya que quedan mucho más inteligentes ante su público criticando que alabando, y eso lo sé porque yo fui periodista.

 

¿Está contaminada la música española con la latinoamericana?

 

J. S.: Hay una muy saludable contaminación. España durante muchos años vivió de espaldas a Latinoamérica y ahora hay un boom cubano, uno mexicano, una cosa argentina y eso es muy saludable porque aquí se han conservado formas de hablar, de decir, relaciones más naturales con las raíces y con el folklore y con las caderas. En España la gente ya no tenía caderas, contaba más la marca que la ropa, el envoltorio que lo que había dentro y Latinoamérica nos está devolviendo cosas que le dimos para nuestro bien.

 

¿Qué cantautores latinoamericanos te sorprenden con su obra?

 

J. S.: A Pablo (Milanes) lo vimos. Está muy olvidada Violeta Parra en América y en Chile, pero me duele más Chile, porque es su patria, ya en vida se la ninguneó y no se le ha hecho el monumento vivo que merece. Me gusta Silvio, Chico Buarque, Rubén Blades...

 

¿Y del rock?

 

J. S.: No sé si estaré muy interesado en los géneros. Para mí, la música se divide en buena y mala y Dylan es un genio absoluto y Lou Reed y otros más. Pero me da igual si hacen rock o no. El rock es el folklore del siglo veinte, la música de los tubos de escape de los autos, de las ciudades, uno puede o no hacer rock, pero lo que no es posible es prescindir de él, es el caldo de cultivo.

 

(Viña del Mar, 11 de abril de 1998)






 
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