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Tras identificarse a uno de los conscriptos

Mi último día junto a Víctor Jara

MEDIOS el 01/06/2009 

Por primera vez en una entrevista, la viuda del artista acepta referirse a sus últimos instantes junto a él y a las condiciones de su entierro. Tras escribir "Víctor, un canto inconcluso", en los 80, prefirió no hablar más del pasado. Ahora acepta hacer un relato de esos días que marcaron trágicamente su vida.

Por Pamela Aravena, para El Mercurio

"A pesar de que en septiembre de 1973 se repetían las amenazas de un golpe militar, con Víctor intentábamos mantener una vida normal. El 11 me levanté temprano; él se quedó acostado. Tomé a Manuela (entonces de 12 años, hija de Joan y de Patricio Bunster) y a Amanda (de 8 años, hija de Joan y de Jara) y las fui a dejar al Manuel de Salas. Al encender la radio del auto, oí noticias sobre extraños movimientos de la escuadra en Valparaíso. Dejé a las niñas en el colegio, pero luego me arrepentí y me las traje. Encontré a Víctor nervioso, escuchando radio. Juntos oímos el último discurso de Salvador Allende. Pronto las marchas militares se tomaban las transmisiones de las radios.

 

"Teníamos miedo. Víctor tenía que ir a la Universidad Técnica a cantar en la apertura de una exposición que trataba sobre lo que significaría una guerra civil en Chile.'¿Voy o no voy?', me preguntó. Pero era una persona tremendamente disciplinada y decidió que sí. Yo tenía que ir a la Universidad de Chile a dar clases, pero preferí quedarme con las niñas.

 

"Víctor echó un bidón de gasolina a la Renoleta y nos despedimos sin aspavientos. Era como si tratáramos de simular que todo estaba normal. 'Vuelvo en cuanto pueda, quédate tranquila', me dijo. No sabía que era la última vez que lo vería. Por eso no me aferré a él y lo dejé partir.

 

"Vivíamos en Colón, cerca de la residencia de Tomás Moro, que empezaba a ser bombardeada. Me sentí en la Segunda Guerra Mundial. En medio del ruido, Víctor me llamó para preguntarme si sabía lo que pasaba y cómo estábamos. Le dije que bien. Pero tuvo que cortar porque había muchas personas esperando el teléfono. A las cuatro supimos del toque de queda. Otra vez me llamó Víctor: 'Tengo que quedarme aquí, pero en cuanto me levante me voy para allá'. Nunca más volvería a hablar con él.

 

El desconocido del mensaje

 

"Al día siguiente no volvió. Me enteré de que la universidad había sido tomada por los militares. El jueves 13 recibí una llamada de un joven al que yo no conocía -y al que recién vi por primera vez hace tres meses, cuando me lo encontré en el juicio-. Me dijo que había estado detenido con Víctor en el Estadio Chile y que me mandaba a decir que me cuidara, que me preocupara de las niñas y que enviara a buscar la Renoleta a la universidad.

 

"Al día siguiente fui. En un estacionamiento muy grande, el nuestro era el único automóvil que había. Detrás estaba un anciano que me dijo: 'Le estoy cuidando el auto a don Víctor. Tome, encontré esto tirado en el suelo'. Era su carné de identidad, que probablemente había lanzado cuando lo detuvieron. La Renoleta tenía los vidrios destrozados y dentro estaba llena de sangre, pero nunca supe de quién era. Ese día, unos amigos hablaron con el cardenal Raúl Silva Henríquez, para que intercediera.

 

"El domingo 16 fui a la embajada británica a decirles lo que estaba pasando con mi marido, pero cuando supieron que no era británico, me respondieron que nada podían hacer.

 

"La angustia duró hasta el martes, cuando me vino a ver Héctor, un joven que trabajaba en el Servicio Médico Legal. Me dijo: 'A la morgue llegó hace 48 horas el cuerpo de su marido. Tiene que ir a retirarlo, porque está a punto de ir a una fosa común'. Fui acompañada por un amigo, que también se llama Héctor. En la morgue vi el espectáculo más horroroso, una pila de cuerpos donde no estaba Víctor. Subimos al segundo piso. Había una hilera con más cuerpos, uno al lado del otro. El último era el suyo.

 

El tac tac del carro fúnebre

 

"Héctor, mi amigo, hizo los trámites. Partimos él, yo y el otro Héctor con el ataúd sobre una carreta fúnebre. Al salir hacia avenida La Paz llegó una ambulancia, probablemente con más cuerpos, conducida por militares que me hacían ademanes. Yo no me detuve. Fueron ellos los que debieron esperar el paso de nuestro sencillo cortejo. Aún recuerdo cómo sonaba la carretita, tac, tac, tac... Hasta hoy está en el nicho en que lo dejamos.

 

"Cuando llegué a la casa tuve que contarle a Amanda. Manuela era más grande y ya sabía. Pero Amanda no. Aún tengo en mi memoria el grito que dio.

 

"Yo había pensado en quedarme en Chile, pero me convencieron de no hacerlo. Guardé en algunas maletas todo el legado de Víctor y, con el apoyo del consulado británico, partí. Pero antes llegó a mi casa un compañero de escuela de Manuela, quien me detuvo y me dijo: 'Cuéntele al mundo lo que está pasando'. Era el hijo de Enrique Paris.

 

"Me di cuenta de la tarea que se me venía por delante. Y creo que lo conseguí. Gracias a la historia de Víctor, muchos supieron lo que pasaba en este país. Y yo, sin darme cuenta, conseguí que Víctor volviera a Chile vivo".

 

"Sí, soy capaz de perdonar"

 

"Muchos me han preguntado: ¿por qué, con cinco mil personas dentro del estadio, nadie sabe lo que pasó con Víctor? Bueno, ahora entendemos: 15 personas, entre ellas él, fueron encerradas abajo y, al parecer, ninguno de esos testigos quedó con vida".

 

-¿Perdió alguna vez la esperanza de que hubiera procesados?

 

-Perdí la esperanza muy temprano. La primera querella la presentamos en 1978 y nada pasó. La segunda, la hicimos en 1998, después del arresto de Pinochet en Londres. Recién entonces hubo un reconocimiento que resultó sanador y que permitió recuperar la esperanza de encontrar a los responsables. Pero Víctor recibió otro tipo de justicia: el mundo conoce su música, su obra y cómo murió. Por eso me gustaría que la justicia que ahora está recibiendo Víctor la reciban tantos otros postergados.

 

-¿Considera justo que el ex conscripto José Paredes esté siendo juzgado por el crimen de su esposo?

 

-Él era un cabro de 18 años haciendo su servicio militar. Víctor me explicó en su momento que cuando fue conscripto, los jóvenes sentían un orgullo muy grande al cumplir órdenes de sus superiores. Por eso, siento pena por él. Ese hombre ha tenido que soportar una carga de conciencia muy grande. Lo importante es saber quién dio las órdenes.

 

-¿Quiere que este ex conscripto vaya a la cárcel?

 

-Preferiría que lo hiciera el oficial que con sadismo gozoso mandó a matar a Víctor.

 

-A pesar de todo el dolor vivido, ¿sería capaz de perdonar al conscripto?

 

-Sí, por supuesto.






 
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