El cantautor madrileño Patxi Andión se presentó anoche frente a la sala llena de la Sociedad Hebraica Argentina (SHA) tras 43 años de ausencia de la Argentina, lapso que le proveyó un público fiel que lo acompañó con voz susurrante y melancólica.
Télam/Martín Odoriz Filippini - Con aire y porte de intelectual comprometido —censurado por la España franquista y amante de la causa vasca— Patxi Andión, este sociólogo, actor de cine y teatro, escritor y por sobre todo trovador de su época, abrió el recital con viejos clásicos entonándolos como quien se acerca tanteando la memoria de los presentes, un público de barbados con sus más de cinco décadas envueltas en sus abrigos.
Como en los versos de su canción Habría que saberlo y tan sólo en compañía de su guitarra y esa voz espesa que lo caracteriza, Patxi cantó su trovadoresca melopea, algo melancólica, una poética que nunca apuntó, como Serrat y algunos otros, a la metáfora social sino a historias simples y verdaderas y reflexiones existenciales poco digeribles para los amantes del entretenimiento y la dispersión.
Lo amoroso de Compañera, Samaritana y Canción de amor se fundió en la candorosa épica de El maestro —ovacionada— y en una canción que declaró no cantar desde el año 72, Mi padre, que arrancó el fervor de más de uno, como también despertó la sonrisa cómplice con Nos pasarán la cuenta.
Con la lírica de Con toda la mar detrás robo más de una lágrima a quien nunca olvidó que navegar es preciso, que vivir no es preciso.
Y con La Jacinta se distendió ironizando sobre las ridículas aseveraciones de los censores que lo llevaron al exilio de su España, convencidos de que en su canción aseguraba la existencia de las putas que, en ese país, "están prohibidas".
Mientras la empatía envolvía de a poco la sala y la paridad entre los presentes sumaba un fraterno calor de reencuentro, confianza y atención, Andión presentó intercalados y en dos tramos sus nuevas canciones del CD Porvenir, en donde se lo siente reflexivo y acusando el paso del tiempo sobre sus hombros de trovador vasco.
Abrió con Siempre es nunca, que a pesar de la tautología resulta una sutil reflexión sobre el tiempo, algo que los curas declararían surgido de ese relativismo actual que no acepta dogmas.
Y en Recordar habló de la memoria —tantas veces abrazada por la melancolía de lo que ya no es— ese reino de Mnemosine, madre de las musas y de los poetas. ¡Es tan difícil dejar de pensar! resulta una reflexión sincera que sin dar respuesta, acompaña, y en María en el corazón se sumergió en uno de esos desencuentros fatales y fugaces a los que las cotidianeidades urbanas acostumbran a los hombres.
Y no obvió otro de sus amores: el euskera, el idioma vasco que tanto intentó Franco silenciar inútilmente (¡ni con la aviación nazi sobre Guernica lo consiguió!) y que hoy gana terreno en el mundo gracias a una generación de novelistas euskaldunes: Andión lo hizo a través de los versos del mítico poeta y trovador José María Iparraguirre.
Cerró la noche nutrido del afecto de los locales que no dudaron en cantar junto a él Rogelio, tras varios bises que templaron la entusiasmada concurrencia.
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