90.000 asistentes, 70 grupos o solistas que sumaban más de 450 músicos, 250 periodistas acreditados de más de 20 países y 6 horas de concierto dan prueba de que el Concert per la Llibertat fue algo más que un concierto.
![]() En la mitad del concierto se desplegó un mosaico con la leyenda «Freedom Catalonia 2014», fecha en la que se pretende realizar el referéndum coincidiendo con el 300 aniversario de la pérdida de la independencia política.
© Xavier Pintanel
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En los días previos a la realización del Concert per la Llibertat hubo algunas voces de la derecha nacionalista española que lo cualificaron de "akelarre independentista". Por primera vez, y sin que sirva de precedente, tengo que darles parte de la razón. No por lo del "aquelarre" —hasta donde yo sé nadie bailó desnudo, ni se sacrificó a ninguna virgen, ni ninguna mujer fornicó con un macho cabrío— pero sí en lo de "independentista". Lo que en un principio era un concierto para reclamar el derecho a decidir —a favor o en contra— se convirtió en una afirmación claramente independentista. O los partidarios a que se celebre un referéndum para votar que "no" son pocos, o se quedaron en casa, o las dos cosas.
Miles de banderas esteladas —un invento de principios del siglo XX mezcla de las cuatro barras catalanas y la bandera cubana, y símbolo del independentismo— no dejaron de ondear en un concierto que, más que eso, fue una fiesta.
Pero dejemos en parte la política —aunque eso es muy difícil cuando hablamos de música de autor— y centrémonos en la parte puramente artística.
En un concierto de estas características —no es fácil juntar 90.000 personas— es obvio que el espectáculo no está en el escenario sino en las gradas. La música es el atrezzo, el hilo conductor para dar rienda suelta a una expresión colectiva festiva y reivindicativa. A partir de ahí, seis horas de concierto dan para mucho: momentos brillantes, momentos emotivos, momentos más bien olvidables y un sonido que en algunos momentos fue deficiente. Pero todo eso, en el contexto de la fiesta y con la conciencia de estar viviendo un momento histórico, fue trivial.
El espectáculo se dividió en dos bloques. El primero cargado de canciones que pesan en la memoria colectiva del pueblo catalán. Desde clásicos de la Nova Cançó como Qualsevol nit pot sortir el sol de Jaume Sisa, A Margalida de Joan Isaac, Al vent de Raimon o Què volen aquesta gent de Maria del Mar Bonet; hasta éxitos del rock de los noventa como Camins de Sopa de Cabra o Boig per tu de Sau —interpretada por Dyango, seguramente el artista mas aplaudido transmutado en nuevo héroe debido a la "caza de brujas" al que le han sometido algunos medios conservadores españoles—; pasando por clásicos norteamericanos como Aquesta terra (This land is your land) de Woody Guthrie, Escolta-ho en el vent (Blowing in the wind) de Bob Dylan, o el espiritual negro Vull ser lliure (Oh, freedom!); rumba catalana con Sabor de Gràcia y Peret —que cambió la olímpica letra de "Barcelona es poderosa" por "Cataluña es poderosa"—; o la representación de las otras lenguas del Estado español en las voces de Paco Ibáñez, Mercedes Peón o Fermín Muguruza.
El segundo bloque, con 22 canciones del "jubilado" Lluís Llach —quizá en un exceso de protagonismo malgré lui—, tres de ellas cantadas por él mismo: Venim del nord, venim del sud, cantado a capella; Un núvol blanc —canción que debería haber interpretado Pedro Guerra, que declinó la invitación a última hora—; y Tossudament alçats, acompañado por todos los artistas que participaron en el concierto que convirtieron el final en un clímax apoteósico.
Entre canción y canción algunos artistas no desaprovecharon el tiempo y lanzaron distintas consignas políticas, como Gerard Quintana que reclamó "un camino donde quepamos todos, no un camino estrecho lleno de recortes"; o Lídia Pujol que también habló en contra de los recortes y de una "deuda que nosotros no hemos contraído que empeñará durante generaciones a este país"; o Cesk Freixas que recordó a Esther Quintana que perdió un ojo recientemente a causa de una pelota de goma lanzada por la policía; o Joan Isaac que reivindicó la figura de Salvador Puig Antich.
La proclama más encendida vino de la mano de Francesc Ribera "Titot", líder de Brams que expresó que "tenemos un ejército que hace 300 años que nos defiende y que gracias a él nunca hemos sido destruidos como pueblo. Y este ejército recibe el nombre de Cultura. Y nuestros soldados son maestros, actores, escritores, científicos, investigadores y los miles de milicianos voluntarios de la cultura popular de cada población y de cada barrio".
![]() Miles de «estelades» inundaron el Camp Nou.
© Xavier Pintanel
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En todo caso, más allá del valor artístico del concierto, más allá del posicionamiento que cada uno pueda tener frente a él y en tiempos donde el descrédito de la política ha tocado fondo —los miembros del gobierno y los políticos que asistieron tuvieron que abonar religiosamente su entrada—; es importante destacar y felicitar la capacidad de la sociedad civil para poder organizar actos de tal envergadura y, además, con un éxito abrumador.
La auto-organización de la sociedad civil en la conciencia de una existencia común —"caminamos para poder ser y queremos ser para caminar" dice la canción de Lluís Llach— es lo que convierte una tribu en una patria.
Y sin querer he vuelto a hablar de política. Es que las cosas se pegan.
La cantautora Judit Neddermann y el guitarrista Pau Figueres presentan un nuevo álbum conjunto, con doce canciones en castellano, catalán, portugués y francés, grabadas en directo en estudio. Entre ellas, una nueva versión de Vinc d’un poble con Joan Manuel Serrat y temas originales que combinan pop, folk, jazz y música popular brasileña.
El cantautor chileno Patricio Anabalón lanza el single Danza con la participación de Silvio Rodríguez, en una obra producida por Javier Farías y enriquecida con los aportes del Cuarteto Austral, Felipe Candia y otros destacados músicos e ilustradores; en un encuentro generacional de la canción de autor.
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