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Diabolus in musica

por Xavier Pintanel el 17/07/2007 

Digamos que es un día de verano. Digamos que es un martes o un jueves, en cualquier caso uno de esos días que le quitan la razón a los días laborables.

Digamos que ella sale de su casa con esa blusa que muestra más de lo que oculta y propone más de lo que muestra, una falda más corta que la dicha del pobre y unas piernas tan largas como los dedos de Dios.

Digamos que sus dos nalgas se balancean desinhibidas al ritmo de 2/2 siguiendo el paso de sus pies: "biiim baaam, biiim baaam".

Digamos que sus pechos son como la gelatina de durazno y que la blusa que muestra más de lo que oculta deja marcados dos pezones que son como los ojos del Che en la fotografía de Korda, que no se sabe si miran al cielo o al infinito.

Digamos que sus pechos de gelatina se contagian del ritmo de sus caderas y lo siguen con un ritmo sincopado: "chin pom-pom, chin pom-pom".

Digamos que el trovador pasa por ahí y la ve, y la mira, y la sigue con la mirada y las seis cuerdas de su guitarra.

Digamos que ella se sabe observada y se siente como lo que es: la princesa del barrio. Y entonces sonríe con una sonrisa que es tan fresca como la fruta fresca, así, recién lavada, que se come con la piel mientras su dulce jugo rezuma por las comisuras de tu alma.

Y el trovador imagina —al cabo es su trabajo— qué tesoros oculta la mano de Dios tras la fugaz brevedad de su falda corta, tan corta como la dicha del pobre.

Y ella que lo ve y descarada echa la cabeza para atrás y mueve su pelo de derecha a izquierda como quien se sacude los moscones y los malos espíritus.

Y él que mira fijamente a los ojos al Che que se esconden tan torpemente bajo una blusa que propone tantos sostenidos y subdominantes que una melodía le empieza a presionar desde dentro del pantalón.

Y ella que lo sabe aumenta la cadencia de sus nalgas: "bim bam, bim bam". Y sus pechos de durazno se vuelven locos de acá para allá. Y sus pezones se vuelven estrábicos y se van pareciendo más a los ojos de un camaleón que a los del Che.

Y a él que se le espesa la sangre como si fuera gelatina de durazno. Y sus pantalones gritan ¡Basta ya! ¡Basta de opresión! ignorando que cuando el pueblo grita que jamás será vencido es que ya lo está.

Y ella que se pierde al girar una esquina.

Y él que corre para su casa intentando retener ese ritmo en la memoria y ya en su estudio explotan las melodías y los acordes fluidos y los acordes y los fluidos y aparece la canción que se engendró en la cadencia de unas caderas.

No pasarán dos semanas que el trovador estrenará la canción frente a su público fiel y la dedicará a su esposa con quien tanto ha compartido y a quien tanto debe.

Y ella volverá a salir otro día de su casa con porte descarado sin saber que una vez, un día de verano, digamos un martes o un jueves, un trovador le pirateó su canción.






 
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