Portada > Opinión
Vota: +0

Los Necios (XV)

Eduardo Gatti: Cantando lo imperceptible

por Reiner Canales y Dino Pancani el 03/07/2009 

Virtuoso con la guitarra y un trabajo lírico de simpleza engañosa, son dos características obligadas que deben mencionarse cuando se habla de Eduardo Gatti. Su personalidad de hombre sereno, asertivo en la palabra y de ideas independientes invitan a recuestionarse ciertos asuntos desde una vereda particular. Para pensar y repensar la religión, lo imperceptible e irrepetible de los momentos y la magia de estar vivo sin tener que sentir la culpa de ello, basta con escuchar un tema de este compositor.

Eduardo Gatti se inició en la música desde pequeño: le gustaba escuchar música mexicana y al poco tiempo cultivó su gusto por los clásicos. En la secundaria, formó un grupo llamado The Clouds y después The Apparition. Como se puede apreciar los nombres de sus grupos (Las nubes, La aparición) reflejan la búsqueda de su vida, el vínculo entre el cuerpo y el alma y una mirada planetaria de la naturaleza.

Autores relacionados

 

A finales de los años sesenta, Gatti retorna de un viaje por Europa y junto a otros jóvenes forma Los Blops. Comenzaron interpretando temas de los Rolling Stones, The Doors y Cream; sin embargo, necesitaban crear su propio repertorio, interpretar su propia historia... llega la composición. Editaron un disco que imprimió en el acetato lo que esa voz suave grabaría a fuego en la memoria entera de un pueblo: “Los Momentos”. Un año después y establecieron una de las primeras “comunidades” chilenas. Producto de esta particular forma de vivir pudieron sacar un segundo elepé que consagró a Gatti como el principal compositor del grupo. Con madurez profesional y con un estilo definido, el grupo decidió disolverse dos meses antes de la caída del gobierno de la Unidad Popular.

 

Tras refugiarse en una casona de las afueras de Santiago, Eduardo decide viajar a Alemania a probar suerte junto a otros músicos chilenos, retornando cuatro años más tarde para reanudar su aventura con Juan Pablo Orrego y convertir a Los Blops en dúo. No era fácil trabajar haciendo canciones con contenido en ese tiempo, no era fácil cantar “congelado al borde de un precipicio me quedo. Caravana de desesperados detrás de mí. Materializado al medio de una batalla. Arranco con los guerreros blancos, subiendo la montaña”. Su único capital era un público esencialmente universitario, que quería retomar la historia de un cantar que no se había apagado.

 

A principios de los ochenta, Eduardo inicia su carrera como solista y en 1985 logra sus mayores éxitos, al componer el tema central de la película “El Último Grumete”, lo que le permitió alcanzar mayor notoriedad en el medio chileno. La televisión (esquiva para los cantautores) le abrió pequeños espacios que le permitieron llegar a un mayor público, que día a día fue creciendo.

 

Eduardo Gatti, siendo un artista muy distinto al estereotipo de los cantautores chilenos, ha tenido una carrera sostenida principalmente en su poética y su calidad musical; si a esto le sumamos que ha dado importantes luchas por los derechos autorales de los artistas, tenemos que concluir que la historia musical de Chile necesariamente pasa por los variados aportes que ha hecho.

 

¿Cuáles son sus influencias musicales?

 

E. G.: Es que hay muchas. En realidad, tendría que irme más para atrás todavía: cuando chico está la música clásica, Beethoven y Bach; después la música mexicana, Cuco Sánchez principalmente, me fascinaban sobre todo las guitarras que tenían y después de eso viene todo lo que es la contrarrevolución de los sesenta, aparecen los Beatles y los Rolling Stones, pero yo diría que la influencia más fuerte de ese movimiento fue Bob Dylan.

 

¿Bob Dylan?

 

E. G.: Sí, de todas maneras, con las letras y el mensaje que tenía. Yo, gracias a Dios, hablaba bien inglés, así que podía entender todas las letras. Después de Bob Dylan, creo que son los Rolling Stones, que hasta el día de hoy es uno de los grupos que más me gusta.

 

¿Y en lo chileno?

 

E. G.: Lo que más me impresionó, e indudablemente que también me marcó muy fuerte, fue Violeta Parra; en ese momento yo era un rockero, que esa cuestión quede súper clara, no me interesaba ni la cueca ni la tonada, nada de eso, pero me tocó ver a Violeta un par de veces en vivo; ella cantaba a capella sin micrófonos, la pura guitarra o charango... y me impresionó mucho. Además, en la Peña de los Parra circulaban también Rolando Alarcón, que tenía una voz preciosa, Patricio Manns, Víctor Jara; Ángel y la Isabel hacían un dúo maravilloso. Y la verdad es que por ahí me enchufé con el folclor nuestro, porque el folclor tradicional típico de cueca y tonada no me gustó nunca y hasta el día de hoy tampoco me gusta, pero en ellos encontré que había algo que me llegó muy fuerte. Pero no lo procesé sino como cuatro años después de haberlos visto; después me di cuenta del valor de eso.

 

¿En ese período usted realiza un trabajo con Víctor Jara?

 

E. G.: Lo que hicimos con Víctor fue un par de canciones en un álbum de él, que se llamaba “El Derecho de Vivir en Paz”.

 

¿Ahí estaba Abre la ventana?

 

E. G.: Tocamos los Blops en “El Derecho de Vivir en Paz” y en el “Abre la ventana”, yo toque un guitarrón, no me acuerdo si eran doce o catorce cuerdas. Víctor era una persona muy abierta, iba a los ensayos nuestros sólo a escuchar, lo que desarrolló una amistad creciente y así después lo acompañamos en uno o dos recitales.

 

¿Se podría hablar de que con Víctor Jara fue su primer acercamiento al folclor?

 

E. G.: No, yo diría que con los Blops nos estábamos acercando al folclor. Los Blops era un grupo que había evolucionado, de ser un grupo de rock se transformó en un grupo de búsqueda. Cuando yo me integré a los Blops cantábamos canciones de The Doors, de los Rolling Stones y lo pasábamos harto bien haciéndolo. Pero cuando yo volví de Europa y me integré a los Blops ya definitivamente venía con otra visión, traía “Los momentos”. Todos estábamos en otra onda, ya no queríamos seguir siendo la copia de lo que se hacía afuera, sino que queríamos buscar un lenguaje nuestro; de hecho, trabajamos mucho con guitarras acústicas y muy basados en el folclor y el pop.

 

¿Cuando compone tiene algún valor la métrica o la rima, es decir, las formas predefinidas sugieren algún acento específico en su propuesta musical? Se lo preguntamos a propósito de sus versos “no hay rima en mi canto / no hay verso pendiente, sino tan sólo un manantial en sueños...”

 

E. G.: Nunca me preocupé mucho de la rima, quizás porque las cosas me salían a borbotones y quería expresarlas de esa manera, no quería cambiarles el sentido original que tenían, pero después, ya con más experiencia, conversando con un amigo que ha sido productor de casi todos mis discos, Carlos Fernández, me dijo: “sabes que la rima tiene algo, la rima hace que la música se quede más”. Y ahí recién empecé a trabajar con más rima.

 

¿Cómo compone?

 

E. G.: Yo hago la música primero y después le pongo la letra, entonces ya la letra queda determinada por la métrica de la música, o sea, la música es la que le da todo el ritmo y todo el fraseo, mientras que hay otros compositores que funcionan al revés.

 

¿No aparece la música junto al texto?

 

E. G.: Decir que llegan juntos es difícil. Creo que se da a veces, pero no todo el tiempo. Al tener primero la música, me determina de alguna forma el texto en el sentido de que esa música tiene un espíritu, una atmósfera que me está diciendo qué voy a hablar. Generalmente, ese es el sistema que yo uso. Ahora, hay ciertas canciones, como “Viaje definitivo”, que está basada en un poema de Juan Ramón Jiménez, o “El botero”, que está basada en un poema de David Turkeltaub, en esas ocasiones el proceso fue al revés, me adapté yo al texto, pero no es la norma.

 

¿Cree que existe el rock chileno o hablar de rock chileno separado del latinoamericano es sólo una invención del mercado?

 

E. G.: Bueno, yo creo que sí existe un rock chileno que ha sido siempre un señuelo para algunos grupos, pero no siento que haya un movimiento enraizado del rock. El rock que uno escucha normalmente en la radio no lo llamaría rock chileno, sino argentino. Para mí, rock chileno han sido Los Jaivas, Congreso, Los Prisioneros, porque tienen un lenguaje propio. Los Blops yo no sé si entran dentro de esa categoría, porque no era precisamente rock lo que hacíamos nosotros, pese que tuvimos un álbum que era tremendamente rockero.

 

¿Desde la perspectiva musical o temática?

 

E. G.: De la temática y musical... creo que va todo junto porque a mí no me dice nada que una persona hable de lo que está pasando en la población la Victoria y esté usando música de Megadeth; no me llega el mensaje de la misma forma en que me llega Jorge González [vocalista de Los Prisioneros], cantando una problemática determinada y con el estilo de música con que él lo hacía. El resto creo que es un poquito buscar la fórmula de meterse en MTV, es más bien la búsqueda de una fórmula.

 

¿La búsqueda de lograr la venia del sistema?

 

E. G.: Claro, si los mexicanos están haciendo una cosa así, entonces veamos y usemos algunos elementos mexicanos para ver qué pasa.

 

¿Cuáles son sus fuentes de inspiración? El mar está muy presente en su obra.

 

E. G.: Sí, fue durante mucho tiempo una fuente de inspiración muy fuerte, después me alejé del mar porque desgraciadamente he vivido en la ciudad hace 20 años, pero yo diría que la naturaleza, en general, siempre me ha atraído mucho. He sustituido un poco la religión como oficial, por la naturaleza, porque es mucho más maravillosa, más objetiva y tiene más verdad que muchos dogmas, que muchas cosas instituidas.

 

¿Qué rol cumple para usted el arte y específicamente la canción en la construcción de la realidad social o en los procesos sociales?

 

E. G.: Yo creo que ahora si tú haces una canción dirigida al ser humano, una canción honesta, es algo poco rentable; el público capaz de valorarla se ha ido achicando, aunque hay gente que todavía guarda cierta sensibilidad, que quiere que le canten a ellos y que, a través de una cierta canción, quieren compartir una problemática contigo como artista, pero ese público es cada vez más pequeño. Hoy es el gran marketing lo que vende, ahora un artista que no hace un megaconcierto o tiene un tremendo apoyo económico de un sello, tiene pocas oportunidades. Por otra parte, la gente no anda buscando precisamente una respuesta a sus vivencias, sino que buscan más bien la forma de evadirse o de sacar para afuera la frustración. Entonces, en ese sentido, creo que la canción trató de cumplir una función social en un momento importante de la historia, en los años sesenta principalmente, pero después el mercado lo pudrió todo.

 

Ustedes tenían más lugares para tocar y un público afín más numeroso; ahora hay menos lugares y menos público. ¿Necesariamente se le debe echar la culpa al mercado o a la sociedad, o es que los cantautores y su propuesta musical se agotó y no fueron capaces de adaptarse?

 

E. G.: Es que depende de lo que tú llames adaptarse; los músicos rock que uno escucha en la radio, y no solamente chilenos sino que norteamericanos e ingleses, la mitad son analfabetos musicales; hay gente que no tiene idea de lo que está haciendo, que se compraron una guitarra eléctrica porque era choro y arman una cuestión en que no hay melodía, no hay armonía, no hay nada, una cuestión tan básica, tan primitiva, que su éxito se lo deben al marketing. Esta no es una opinión muy personal: yo leo muchas revistas extranjeras de rock y les diría que en realidad hay una queja general en ese sentido, hay una especie como de analfabetismo musical tremendo, los grupos duran nada, duran un disco, venden millones y después desaparecen. Ahora, dentro de Chile la realidad es más cruda porque aquí nosotros no tenemos memoria, no nos gusta tener memoria y todo se va en vista de lo nuevo; entonces, es difícil que en Chile se dé el caso de cantautores o de gente que le pase un poco lo que le pasa en EE. UU. a un B. B. King, que es un tipo de 70 años y, sin embargo, tiene 200 conciertos al año; es cierto que no son conciertos de 60 mil personas, serán de 2.000 personas, pero hay una memoria colectiva, un respeto por la historia. Somos un país súper adolescente, nuevo, que alucina con la plata y con las tarjetas de crédito y con poder tener cosas y a lo mejor necesitamos más tiempo de madurez.

 

Entre sus letras se reitera la nostalgia y la belleza de momentos, y los momentos como tales son efímeros. ¿Cómo fue su acercamiento a ese transcurrir del tiempo casi imperceptible?

 

E. G.: Tiene mucho que ver con la naturaleza. Hace un rato hablamos del mar; el mar es algo grande, enorme, pero siempre me acuerdo como zambullirse. Empezar a ver todos los reflejos y ver todos los detalles hizo que me fuera a la cosa microscópica; o a lo mejor tiene que ver que cuando chico me gustaba jugar mucho a los autitos y con unos amigos construíamos unas ciudades enormes, con caminos, cuevas y eso era un contacto, digamos... permanente, con la tierra, con las lombrices, con todo: tal vez de ahí vino esa visión de fijarse en detalles que a lo mejor otra gente no se fija.

 

A pesar de ser un artista con una clara sensibilidad social, muy cercano al progresismo, ¿hizo canciones políticas?

 

E. G.: Tendríamos que irnos al tiempo de los Blops en que el medio estaba totalmente politizado; de hecho, nosotros tuvimos presiones muy fuertes en ese tiempo. Una vez en una reunión, se nos planteó que si nosotros nos inscribíamos en el Partido Comunista, nosotros podríamos traer equipos que necesitábamos para tocar; a nosotros nos pareció un chantaje y les dijimos que no, que preferíamos seguir comprando equipos de contrabando (los compraban todos los chilenos en ese tiempo); les pareció pésimo y a nosotros nos pareció peor todavía, así que tuvimos serios problemas porque nosotros grabábamos en un sello que se llamaba DICAP, que era de las Juventudes Comunistas, entonces nuestros discos desaparecieron misteriosamente, no sabíamos dónde estaban y un día fuimos a DICAP y nos metimos a la fuerza en las bodegas y encontramos que estaban todos los discos ahí.

 

Hubo un quiebre muy fuerte. Posteriormente, durante el gobierno militar también tuve dos acercamientos en el sentido en que el Partido Comunista me pidió algunas actuaciones, pero fueron pedidas como que poco menos que era mi deber apoyarlos a ellos y en una onda muy -para ser bien honesto- maleducada; no me gustó el trato y le hice un poco el quite. Es cierto que podría haber hecho un buen negocio, a lo mejor podría haber ido a Europa, hacer giras y una serie de cosas, pero en ese sentido no iba a transar, porque para mí primero que nada está el ser humano y si con la persona que tengo al frente sencillamente me parece que no estamos en sintonía, yo no tengo nada más que hacer con él.

 

Ahora, si tú me hablas de que eso me ha hecho inclinarme un poco a la derecha y mirarse en la derecha, tampoco. Creo que la derecha de este país es una derecha bastante inculta, aprovecha poco sus recursos, más bien está interesada en ganar plata. No siento que sea una derecha consecuente como esa antigua derecha que había a principios de siglo, que hacía cosas y que uno veía que se construían hospitales, museos; era una derecha culta, la de ahora es muy superficial y no ha dejado nada.

 

Lo que usted dice tiene que ver con un partido político específico, pero en términos temáticos la situación chilena trascendía una colectividad.

 

E. G.: Sí, lo que pasa es que se produjo como una especie de saturación. Uno podría decir o.k., a lo mejor Bob Dylan era comunista, la Joan Baez, pero si uno lee a Bob Dylan son letras inteligentes, son poéticas, creativas, originales; en cambio, lo que me pasaba a mí con las letras de la Nueva Canción Chilena, era que las encontraba muy panfleteras, no había poesía, no había nada, yo podría mencionar “La batea” [de Quilapayún] y, en realidad, con esa letra no tengo para qué hacer una canción, mejor puedo reclamar y si a eso le sumamos todo lo que pasó, obviamente a mí me produjo como una reacción negativa, no tenía ganas de acercarme a ellos.

 

Siguiendo el mismo tema, entonces, ¿cómo fue su relación con los otros cantautores chilenos? Entendemos que hubo una importante controversia porque trabajaron con Víctor Jara.

 

E. G.: Sí. Hay que situarse en la época: de partida a nosotros nos trataban de imperialistas porque usábamos guitarra eléctrica, o sea, ese nivel de ignorancia, entonces, obviamente todo eso le trajo problemas a Víctor. Nosotros tuvimos un muy buen acercamiento con Víctor, una persona que siendo del Partido Comunista, era tremendamente abierta y una persona que tenía cultura, había estado en Inglaterra, recibido un premio Shakespeare de teatro. Y la otra persona con que estábamos muy en contacto era Ángel Parra.

 

¿Sus creaciones en algún momento se ven condicionadas por el público o sólo espera quedar conforme con usted mismo?

 

E. G.: Hay una mezcla de las dos cosas: si compongo para mí, no publico, porque es una volada personal, a lo mejor puede ser una cosa que puedo tomar como un ejercicio, como algo pasajero. En cambio, si hago una canción y sé que de alguna forma esa canción tiene algo, inconcientemente pienso en el público o a quien le estoy cantando, aunque sea una cosa virtual, uno se imagina en ese momento que hay alguien escuchando, pero creo que es recíproco, es y son las dos cosas.

 

¿Cuándo componían en los Blops usted lo hacía en solitario o en conjunto? ¿Cuál es la diferencia entre componer en solitario o en grupo?

 

E. G.: Habían dos etapas: cuando alguien componía una canción, lo hacía en solitario, salvo cuando improvisábamos y salían canciones; pero en general, cada uno elaboraba una canción y después la mostraba en el ensayo, en donde había chipe libre en el sentido de que todos aportaban a la canción de acuerdo a su forma de tocar, a su visión y, a lo más, uno como autor daba ciertas pautas mínimas de la duración, dónde van los coros, en fin, pero ahí recién empezaba el trabajo colectivo.

 

Para usted debe ser aburrido que le pidan “Los momentos” cada vez que se presenta en una sala. ¿Qué significó para su carrera “Los momentos”? ¿Cree que es una obra que no lo deja crecer, que es tan representativa y tan simbólica que probablemente en el futuro ninguna de sus canciones alcance ese éxito?

 

E. G.: Hay un poco de eso, pero la verdad es que yo no podría haber mantenido mi carrera sobre una canción; han habido otras canciones que han tenido, digamos, éxito en radio como el caso de “Francisca”, “El navegante” o “Quiero paz”, que de alguna forma han mantenido una especie de piso. Pero, es cierto, “Los momentos” es inevitable; cuando yo estoy cantando en un recital si no canto “Los momentos” sencillamente creo que no me pagan (ríe). Ahora, a mí con cantarla muchas veces... no me aburre, porque si yo cantara esa canción, como canto una canción nueva, que voy a cantar absolutamente solo y el público va a estar escuchando y viendo de qué se trata, creo que me aburriría, pero cuando uno canta una canción que la gente la canta, siempre hay reacciones distintas, y hay unos que cantan más fuerte, otros más despacio, otros que se acercan al escenario para estar más cerca, entonces siempre pasan cosas con esa canción, es una canción que la empiezo a cantar y después es el público el que sigue y eso es muy gratificante.

 

La letra de “Los momentos” es denunciativa. ¿Hasta qué punto usted tiene control sobre lo que está componiendo y qué pasa cuando esa canción puede ser usada tanto por un cristiano como un ateo, por un derechista y un izquierdista?

 

E. G.: Pienso que es lo mejor que le puede pasar a una canción, porque si no ocurriera, significaría que esa canción tiene una validez instrumental en el fondo. El hecho de que la canción se haya universalizado demuestra que hay algo que le pasa a todo el mundo y el hecho de crear un nexo común entre corrientes tan distintas me parece positivo. Ahora, si tú me preguntas cómo la hice o si tenía plenamente consciencia de lo que estaba haciendo, tengo que ser bien honesto y decirte que no.

 

¿“Los Momentos” la hizo porque le faltaba una canción para un nuevo disco?

 

E. G.: Yo la tenía hecha, pero faltó una canción que ni siquiera estaba programada para ponerla en el disco y ahí decidimos publicarla. Yo hice la música en París y la letra en Chile seis meses después, la escribí sin correcciones, o sea, la escribí en siete minutos u ocho minutos, incluso el “lalala, lalala” se suponía que era otra estrofa, pero como no salió en ese momento y después no quise alterar la canción porque encontré que estaba redonda: decía lo justo y necesario. En el estudio, había una fotógrafa a la que le dije: “hagamos un “lalala” juntos”, para que tenga una voz femenina bonita, acordándome un poco de una canción de Leonard Cohen, en que aparecía una voz femenina atrás haciendo una octava arriba.

 

¿Usted estudió música en el Conservatorio?

 

E. G.: Estudié en el Conservatorio, pero, en realidad, no me sirvió prácticamente para nada; lo que sí me sirvió fueron los cinco años de guitarra clásica que estudié con Arturo González, quien me abrió las puertas a la música, él nunca me prohibió hacer música popular, nunca me dijo: “oye, cómo se te ocurre tocar un grupo popular”. En ese tiempo la música clásica era muy cerrada; incluso echaban gente del Conservatorio si sabían (quienes manejaban el Conservatorio) que tocaba música popular.

 

¿Menosprecio a la música popular?

 

E. G.: Un menosprecio total, era como de tercera clase. Después hice un año de Pedagogía musical en la Universidad Católica y no me gustó para nada, la encontré pobre. Finalmente, entramos los Blops en masa a Composición en el Conservatorio de la Universidad de Chile y la verdad es que también sentíamos lo mismo: teníamos la sensación de que todo lo que estábamos aprendiendo ahí, era inaplicable con lo que estábamos viviendo nosotros. Era una dicotomía: por un lado, te estaban llevando al lado académico, de música seria, y por otro lado, nosotros no teníamos nada que ver con ese mundo, pese a que nos gustaba la música clásica, no queríamos poder componer sinfonía, no era nuestra intención. Además, en ese momento en el Conservatorio había un movimiento político muy fuerte, casi no había clases, estábamos siempre en paro.

 

¿Eran los años setenta?

 

E. G.: Sí, y un buen día dijimos los cinco: “qué es lo que estamos haciendo aquí. Vámonos”. Renunciamos al Conservatorio.

 

¿Con qué artistas se siente más cercano?

 

E. G.: No hay muchos cantautores con los cuales yo me sienta cerca de ellos; creo que cada uno hace cosas distintas, quizás con el que más cerca me he sentido un poco es con Pablo Herrera; con el resto no tengo mayor afinidad. Uno sabe cuando la canción está hecha en forma masiva; para que llegue en forma masiva usan los mismos estribillos y las mismas palabras. Saben que si te mueves dentro de una temática: el amor de pareja, van a llegar a mucho público. Hay mucha aplicación de fórmulas y nunca me ha gustado aplicar fórmulas, no ha sido mi inquietud.

 

¿Y con los españoles, no tiene ningún tipo de cercanía?

 

E. G.: Joaquín Sabina yo diría que es el cantante en lengua española que más admiro, en cuanto a letras es lo mejor que he escuchado nunca; las letras de Sabina son sencillamente excepcionales.

 

“Cada uno aferrado a sus dioses, producto de toda una historia, los modelan y los destruyen, y según eso ordenan sus vidas”. ¿Cuál es su relación con la religión?

 

E. G.: Soy una persona que ha estudiado bastante religión y sicología, no en forma curricular ni universitaria, pero leo sobre el tema constantemente. A mí las religiones oficiales me sacan un poco de roncha, digamos; yo no tengo mucho respeto por el mundo cristiano o católico, pues siento que hay una manipulación del ser humano a un nivel que no corresponde, se abusa del ser humano, del poder. Si uno lee los evangelios se da cuenta de que muchas de las cosas que hoy día predica la Iglesia Católica o que anda defendiendo no tienen nada que ver con los evangelios, están absolutamente alejados. Hay un conformismo, un intento de que todo siga, de nunca cuestionarse nada en serio, hay injusticias tremendas, hay muchos horrores; existe todo lo que fue la Inquisición, esta especie de lucha frontal con la ciencia y a mí esas actitudes me han alejado porque nada tienen que ver con el mensaje cristiano, son más bien instancias en donde hay mucho abuso de poder, mucha manipulación social.

 

¿Es religioso?

 

E. G.: Tengo un sentido religioso a estas alturas que es muy personal.

 

¿Pero es cercano a alguna de las religiones oficiales o no tan oficiales?

 

E. G.: A ninguna, para mí son seudo religiones y son un qué sé yo; empezar a creer en tal santo, profeta, o qué sé yo, no tiene sentido. Las cosas son bastante claras en ese sentido. Primero que nada, no me interesa que haya una recompensa después de la vida, o sea, creo que la búsqueda de una recompensa, andar luchando por la salvación del alma no va conmigo. ¿Por qué no tratas de vivir bien en esta vida sin importar lo que venga después? Si estamos viviendo este milagro, a mí no me importa que haya un creador o que vengamos viviendo de quince mil millones de años de evolución del átomo de hidrógeno. Creo que igual el milagro existe, el resto es una forma de no solucionar nada, la gente sigue pobre, la educación es como el forro, la violencia sigue igual, entonces de qué estamos hablando.

 

¿Es la zanahoria eterna?

 

E. G.: Es una especie de zanahoria que todo el mundo se come y que a mí no me interesa, no me interesa que me premien porque soy bueno. Yo creo que el hombre es intrínsecamente bueno; ahora, que se vuelva malo es por la culpa de la sociedad o de la historia que le toca vivir a su familia, pero el hombre básicamente es bueno y no como algunas religiones sostienen que el hombre nace malo.

 

¿El sentido culposo?

 

E. G.: Exacto, ya por existir tú tienes que estar con culpa, o sea, lo encuentro increíble, insólito. Eso, en el fondo, es manipulación de poder, imagínate el poder de salvar almas.

 

¿Cómo ve usted la nueva generación de músicos en nuestro país?

 

E. G.: Encuentro que hay una preocupación de los músicos por tratar de ser técnicamente mejores. Grabar un disco es fruto de un trabajo, una disciplina, una serie de cosas que al parecer no estaban muy incorporadas y yo, últimamente, he visto que la gente joven está tratando de hacer de esto un oficio. Lo que también ha cambiado bastante es el hecho que florezcan más grupos y haya muchos autores que puedan vivir de los derechos de autor, cosa que antes no existía y que hoy es un incentivo.

 

¿Sólo técnicamente mejores?

 

E. G.: Desgraciadamente, el ejemplo que llega de afuera no es muy bueno, hay unos rap increíbles, que yo no puedo creerlo y son emitidos por MTV y el tipo tiene una tribuna para toda Latinoamérica y está hablando puras estupideces, entonces es música muy pobre que no tiene nada que la sostenga, o sea, lo único que la sostiene, en realidad, es el dinero que puso la compañía para poder vender a este artista.

 

¿Qué augura para el futuro?

 

E. G.: Creo que van a pasar varias cosas interesantes: primero que nada, la producción independiente va a crecer enormemente, las facilidades que hay hoy día y que va a haber en diez años más, va a permitir que una persona haga discos en su casa; de hecho, ya se pueden hacer con un costo relativamente bajo. Creo que las producciones independientes van a ir creciendo y distribuirán sus productos a través de Internet, lo que provocará que los sellos decaigan en su importancia.

 

¿Cree que se produzca un resurgimiento de los cantautores, de la canción con contenido?

 

E. G.: Todos dicen que no hay mal que dure cien años. Hay ciclos que no duran mucho y ojalá la canción vuelva, espero que así sea.

 

Santiago de Chile, ¿1998?






 
PUBLICIDAD
ARTÍCULOS DEL MISMO AUTOR
PUBLICIDAD

 

LO + EN CANCIONEROS.COM
PUBLICIDAD

 

HOY DESTACAMOS
Novedad discográfica

por María Gracia Correa el 03/04/2024

El jueves 14 de marzo Mayte Martín presentó en el Teatro de la Maestranza de Sevilla su nuevo espectáculo: Tatuajes. Se trata de una colección de joyas de grandes autores universales llevados magistralmente al territorio particular de la artista. Con este concierto y con el disco que lleva el mismo nombre, rinde homenaje a la canción de autor más global, a la que traspasa fronteras y conforma una parte primordial de la memoria sentimental de diferentes generaciones.

HOY EN PORTADA
Novedad discográfica

por Carles Gracia Escarp el 03/04/2024

Desde los veintiún años la argentina Carmen Aciar es una barcelonesa más, llegó para descubrirse en su arte por las calles de Barcelona, sumando sus propias historias desde que llegó en ese agosto de 2022 para habitar esta ciudad en sus incertidumbres, sus composiciones ya conforman su primer disco Historias mías.

 



© 2024 CANCIONEROS.COM