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54 Festival Nacional de Folclore de Cosquín 2014

Culminó la edición 54 del festival de Cosquín: Nueve lunas para barajar y dar de nuevo

por Pao de Senzi/Boletín Folklore el 04/02/2014 

Pasó una nueva edición del festival más grande de folklore, con muchas cosas en contra y algunas a favor. La última noche, alcanzó a poner en escena a Los Nocheros y luego tuvo que suspenderse por la tormenta que abatió la villa.

Daniel Viglietti en Cosquín. © Carlos Paul Amiune
Daniel Viglietti en Cosquín.
© Carlos Paul Amiune

 

Última luna en Cosquín. Es la hora del canto y una tenue llovizna baña el borde del escenario Atahualpa Yupanqui, mientras Milena Salamanca canta carnavalitos y huaynos y el Ballet Camin revive el carnaval de la quebrada. Luego, llueve un poco más intensamente y Jairo arranca con Las Golondrinas a capella, su set de 35 minutos.

 

Otro homenaje a Eduardo Falú, que esta vez no quedó a mitad de camino. Durante el concierto del cruzdelejeño, la tormenta que desde el día anterior esperaba ansiosa dejar caer su furia sobre el valle de Punilla y casi todo el territorio cordobés (la temperatura del sábado, multiplicada con la humedad se había tornado insoportable) fue in crescendo hasta convertirse en una cortina de agua y viento que duró casi toda la noche del domingo y madrugada del lunes.

 

Sin embargo, y pese a que eran de temer las descargas eléctricas, la novena luna de la edición 2014 del festival de Cosquín, siguió su curso, o al menos intentó cumplir con algunos de los artistas programados. A decir verdad, de la larga grilla de 45 sólo se presentaron 15, incluidos Los Nocheros que cerraron bajo el agua y ya sin posibilidades de dejar continuidad sobre el escenario. Apurados por el horario y por el tiempo, y por los salteños que decidieron subir de cualquier manera, una cantidad de artistas tuvo su turno en un lapso de dos horas, lo que significó dos o tres temas cada uno a una velocidad regida por el reloj de la comisión: Leandro Lovato, Tais, Pancho Arana, Nahuel Porcel, Amboé y Omar Moreno Palacios entre otros, cumplieron con sus actuaciones, a pesar de todo.

 

Mientras que Los 4 de Córdoba (quienes esta misma noche recibieron el premio Camin a la trayectoria) apuraron el tranco para dejar paso al cuarteto cordobés de La Barra, que originariamente iba a formar parte del set del grupo comandado por Víctor Godoy, pero que finalmente tuvo que hacer el aguante a Los Nocheros, que habían calculado el horario original para subir a cantar (tenían el puesto 25) y no se encontraban en Cosquín.

 

La Barra, mientras la tormenta desataba su parte más furiosa sobre la Próspero Molina, desanduvo un largo tiempo su repertorio bailable para el grupo de intrépidos bailarines que desafiaban a la lluvia en la platea, y que se quedaron también para ver al cuarteto salteño. Luego llegaría el final. Ni la buena voluntad de los restantes 30 artistas, que incluso estaban dispuestos a mojarse con tal de mostrar lo suyo sobre el escenario, fue suficiente para permitir que el festival continuara.

 

La novena luna de Cosquín fue el corolario para un festival que dio que hablar y que dejará tela para cortar durante todo el año (ver qué opinan los artistas). La actuación de La Barra, viene a ser como la afirmación de que para la actual comisión de este festival (que recordemos es el más grande del país, por donde todo el folklore pasa o debería pasar), vale todo con tal de que la gente compre entradas. Pero este año se vio que lo que no tiene contención artística, se cae por su propio peso. Durante las nueve lunas se vivieron momentos que confundieron al que supone ser "el mayor encuentro de la cultura popular argentina", con un gran circo donde todo parece estar atado con alambre.

 

Las grillas largas a merced de artistas que no conoce nadie más que el político de turno que los recomienda, a la falta de detalles técnicos (como el sonido en la presentación de Juan Falú), las pifiadas de presentadores que, ya con tantos años de estar sobre el escenario deberían tener bien claro a quien están presentando, el despropósito de incluir en las previas a artistas con más de 10 o 15 años de trayectoria, y mandar a otros de igual categoría a las seis o siete de la mañana, dejan claro que la actual comisión del Cosquín no tiene ni idea de quienes sube a escena, y en definitiva, lo único que importa es vender entradas.

 

Por cierto, en la noche donde León Gieco, Teresa Parodi y Víctor Heredia tuvieron sus espacios, la comisión anduvo preocupada por la cantidad de entradas vendidas —que fueron muy pocas— y regaló muchas localidades, para luego abrir las puertas para ingrese el público. Casualmente, esa luna (la del jueves) fue la más interesante en cuanto a calidad artística. Hubo sólo 24 números en la grilla y esto parecía solucionar el desastre del día anterior, que tuvo el máximo papelón durante la actuación de Juan Falú, pero volvió a las andadas el día sábado, cuando el papel ya no alcanzó para mostrar la cantidad de presentaciones de la noche.

 

Otra historia es el público de esta edición, un poco más reaccionario y maleducado que otras, atento a los artistas más taquilleros y ruidosos (las noches de Abel Pintos y Jorge Rojas fueron las más convocantes), y rápido para insultar y abuchear a artistas como Omar Moreno Palacios, que hizo lo que pudo en la última noche, entre el apuro y la lluvia que ya se tornada insoportable ("voy a apurar las canciones para que se mojen menos" —dijo, luego de bromear con que no había traído la guitarra de goma—). Nadie escuchó la última milonga de Omar. Todos esperaban a La Barra.

 

Hubo cosas rescatables, que se perdieron entre el humo de los fuegos artificiales y el ruido de algunos artistas, cuya consigna es apostar al que grita más fuerte para intentar ser consagrados: Motta Luna aprovechó su corta actuación para invitar a un grupo de poetas y músicos santiagueños, y a Juan Saavedra a cantar y bailar con él Sufrida tierra; Mariana Carrizo invitando a copleros anónimos a acompañarla en su homenaje a la copla; la trayectoria de Los Manseros Santiagueños sobre el escenario Atahualpa Yupanqui y la plaza ovacionándolos de pie; Joselo Schuap, el Trío MJC, José Ceña, Juan Iñaki, Orozco-Barrientos, Mario Díaz, Suna Rocha, María Paula Godoy, el dúo Coplanacu, Pancho Cabral, Teresa Parodi y Víctor Heredia, León Gieco invitado de la murga uruguaya Agarrate Catalina, casi todos con cortas actuaciones pero con el compromiso de dejar en Cosquín, la palabra, la música y el arte verdadero, ese que es necesario pero que desde una comisión de ineptos no se tiene nunca en cuenta más que para contar si se vendieron muchas o pocas entradas.

 

Quedan momentos como el de Raly Barrionuevo, que abrió la noche del miércoles, donde invitó a dos olvidados del festival que merecen estar, como Ramiro González y José Luis Aguirre para cantar La Cosechera y a La Cruza, para levantar la bandera de "fuera Monsanto"; otros como el del uruguayo Daniel Viglietti, que hizo sonar A desalambrar hasta en el rincón más oscuro de este festival, y otros como la desafortunada y al a vez luminosa presencia de Juan Falú, que junto a Liliana Herrero, Lilian Saba y Marcelo Chiodi intentaron homenajear a Eduardo Falú, y tuvieron infinidad de problemas de sonido y organización (les dieron por concluido el set sin haber terminado la actuación, girándole el plato) la santiagueñidad al palo con el Carabajalazo, la avidez de Abel Pintos y su maquinaria artística de captar un público distinto; la contundente puesta en escena de Bruno Arias, el consagrado del 2013 a cuyo título hace honores y Peteco Carabajal amaneciendo al final de la segunda luna.

 

Hay también momentos olvidables, y como la lista es larga, se podrían resumir en la cantidad de músicos improvisados o de carreras inexistentes a los que les dieron horario central en la televisión, y que empujaron a otros de calidad al final de cada jornada. Acaso los que hayan tenido la oportunidad de estar ahí no lo vean así, como tampoco el público, muchas veces desconocedor de lo que es hacer sonar una guitarra y una garganta afinada o un verso profundo, y que abuchea a artistas que sí tienen algo para decir, para apurar la llegada de los que no dicen nada, o apuntar al ritmo fácil y cumbiero para lograr la consagración y la ovación del público. En muy pocas oportunidades el público se sumó al reclamo del artista. Fue (como en el caso de Falú) cuando ya no había ninguna forma de justificar lo injustificable.

 

La lluvia no terminó nunca de caer en la novena luna. Todavía a la madrugada la tormenta seguía azotando la villa coscoína. Acaso tanta agua tenga la misión de llevarse el mal trago de esta edición 54 de Cosquín, en un lugar, donde hace 54 años un grupo de pioneros levantaba con ladrillos un escenario sobre la ruta 38, sin imaginarse lo que hoy quedaría de aquella gesta maravillosa, donde se acunaban nueve lunas de cantores y poetas.

 

¿Y si volvemos al principio?






 
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