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A propósito de «Marina Rossell canta Moustaki vol.2»

Moustaki

por Marina Rossell el 17/05/2014 

Cuando paseábamos, Moustaki, nunca tenía la paciencia de esperar delante de un semáforo en rojo, estuviéramos en la ciudad que fuere. Lo consideraba una pérdida lamentable de tiempo.

Marina Rossell y Georges Moustaki. © Martí E. Berenguer
Marina Rossell y Georges Moustaki.
© Martí E. Berenguer

 

Tampoco le gustaba mucho probar el sonido, prefería estar en el camerino tocando la guitarra, saboreando un buen jabugo y un buen vino tinto. Disfrutaba tanto de la vida que no quería desperdiciar ni un solo segundo. Siempre hizo lo que quiso, era libre.

 

Moustaki, Jo para los más cercanos, amó y disfrutó de todos los placeres. La música era el vehículo para paladear cada instante de su existencia. Claro que su obra es inmensa, fresca y bella, pero siempre estuvo muy metido en la vida, siempre. Le interesaba muchísimo la política, el arte, las lenguas (era políglota) pero por encima de todo eso la sensualidad y el sentido de la amistad era lo que impregnaba su persona.

 

Lo conocí en un concierto en El Jura, un cantón de Suiza, una noche de mucho frío, de mucho viento. Corría el año 1979. Lo saludé, yo ya lo admiraba, pero aquella noche lo encontré tan guapo y tan cálido.... Pocos años más tarde coincidimos en otro concierto el de Asilah, Marruecos. Él me dijo que lo llamara Jo, de Joseph (ya que él tomó el nombre de Georges por Brassens).

 

En su casa de L’Île Saint-Louis de París, tenía una gran foto de Piaf, de su abuelo y de sus padres. Nunca dejé de verlas, nunca las cambió o quitó de lugar.

 

Una de las primeras veces que lo vi, me trajo un álbum de Piaf que aún conservo, algo le ataba a ella... Ahora también, en el cementerio de Père-Lachaise de París está muy cerca de ella.

 

Me contó que una madrugada lo llamó para decirle que fuera a verla. Moustaki tomó su moto, cruzó París y ya en su casa, su secretaria le rogó que esperara un momento. Eras las cuatro de la madrugada y llegó por fin Edith Piaf, se acercó a Moustaki, le besó y le dijo: «Tan sólo quería saber si vendrías en caso de que un día te necesitara...» Nunca Moustaki perdió su elegancia de príncipe multikulti ni en los hospitales donde lo visité en los últimos años de su vida, ni en los días finales... Seguía siendo guapo, con unos ojos que te penetraban, con la palabra certera. Poco hablaba por su enfisema pulmonar, pero lo que decía brillaba.

 

Moustaki ha muerto, sí, lo sé, pero deja deliciosas melodías, bellísimas palabras. Lo quise y lo querré siempre. Ahora que preparo el segundo CD dedicado a sus canciones, me duele no poder mandarle tantos mp3 que nos cruzábamos, sus opiniones....

 

Miro cada día, por inercia, el tiempo que hace en París, si nieva, no podrá salir a jugar al ping pong, que tanto le gustaba. Pienso en él como si aún viviera y esta es una sensación que no quiero perder. A à tout à l’heure Moustaki. Esta es la palabra con la que nos despedimos. Y merci, su último SMS.






 
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