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Los Necios (XVIII)

Vicente Feliú: Acordes para una Revolución

por Reiner Canales y Dino Pancani el 24/07/2009 

“Vicente Feliú musicalmente siempre ha tenido esas manías o reiteraciones que algunos llaman estilo. Y su estilo tiene mucho que ver con aspectos de la trova tradicional y con determinadas zonas de la canción popular cubana (su padre también hace canciones). Cuando toca la guitarra sorprende su manera casi constante de mover el bajo (recordar a Sindo) aunque su contenido es lógicamente más actual. Cuando rasga se intuye la orquesta que seguramente suena dentro de su cabeza, y cuando canta sus versos con voz menuda o airada, su timbre cálido nos somete a una especie de hogar. He aquí a un hombre, a un poeta, a un trovador sincero. Créanle.”, señala Silvio Rodríguez al comentar el álbum “Créeme”.

Vicente Feliú es de los fundadores de la Nueva Trova Cubana, aquéllos que con ganas y una novedosa propuesta encantaron a quienes querían ver a la poesía escrita hecha canción. Vicente Feliú desde muy joven creyó en la construcción de un mejor espacio en que vivir. Estos elementos se ven claramente expuestos en sus creaciones, llenas de tierra cubana, infancia inquieta, citadina, juventud desafiante, constructiva y madurez dedicada a la entrega de su experiencia, a la siembra de una mejor cosecha.

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Melódicamente muy lejano de las grandes sonoridades de la música para bailar propia del caribe, Vicente en sus letras muestra una poesía directa, sutil, desgarradora: “Créeme cuando te diga que el amor me espanta, que me derrumbo ante un te quiero dulce (...). Créeme que quiero ser machete en plena zafra, bala feroz al centro del combate”.

 

Usted es tremendamente cuidadoso con las palabras que ocupa en sus composiciones. ¿Qué ventajas le ve usted al castellano como idioma para hacer canciones?

 

V. F.: Bueno, en realidad es el único idioma que conozco un poco, a pesar de que de vez en cuando me atrevo a destruir otro que estudié y hablé en mi niñez y ocasionalmente cuando no queda más remedio y que también creo en sus hermosuras, que es el inglés. Y creo que el castellano es más rico en las posibilidades expresivas, además de las sugerentes, que el idioma de Shakespeare. Por otra parte, nuestra cultura —la hispanoamericana—, tiene suficiente literatura en todas sus formas, y además canciones monumentales como para no terminar nunca de aprender. Creo que los últimos tiempos convulsos y hermosos han aportado palabras, giros, tropos y conceptos que nos enriquecen el idioma y en buena medida se lo debemos a los creadores irreverentes que, conociéndolo, son eternos inconformes con sus posibilidades expresivas. Y en este sentido envío un saludo a algunos de esos empedernidos irreverentes: José Martí, Omar Cabezas, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Joan Manuel Serrat y Silvio Rodríguez.

No obstante, creo que el vocablo portugués você tiene una mezcla de respeto y ternura que no existe en otro idioma.

 

¿Qué diferencia percibe entre un texto de poema y otro de canción?

 

V. F.: No son lo mismo, aunque los trovadores (o cantautores, o cantores, o juglares, o...) siempre quisieron ser poetas y en muchos casos lo han logrado.

 

Desde fines del siglo pasado en Cuba se conformaron ocasionales binomios autorales. Sindo Garay, el gigante trovador por excelencia, musicó versos de poetas de distintas latitudes; Eusebio Delfín, cienfueguero y guitarrista notable, casi no firmó ningún texto de sus canciones; Pablo Milanés asumió el reto casi imposible de musicar “Amor de ciudad grande”, de José Martí, y “Hombre preso que mira a su hijo”, de Benedetti, con resultados desconcertantemente hermosos; los argentinos son los que más experiencia acumulada tienen al parecer en esos lances de ponerle a los poemas las alas del canto, aunque Serrat asumió a Miguel Hernández y a Antonio Machado como un hijo pródigo de la generación del ’98 española.

 

Pero el texto de una canción se mueve en una dinámica propia de la dualidad que ella misma es. Podrás leerlo como un poema si alcanza el vuelo o las pezuñas, pero está concebido específicamente para ser cantado. Loados aquellos cantores cuyos textos conmuevan por sí mismos. Yo los respeto.

 

¿Qué influencias reconoce en sus textos y su música? ¿Es la trova un movimiento uniforme?

 

V. F.: Hay influencias y hay raíces. Formas como la habanera, el danzón, el bolero, ciertas zonas del son, constituyen mi propio ombligo, porque estaban antes de yo arribar a este mundo. Por el camino he adquirido ciertas influencias que me han hecho (y me siguen haciendo) cosquillas, como la ranchera, el blues, la samba, el zamba, la milonga, en general, la música sinfónica y cuanta música agradable a mi oído pueda rescatar para mi peculio personal.

 

En el plano literario, antes he mencionado pilares, aunque creo que aquí la lista puede ser impublicable por lo extensa. No obstante, adelanto algunos nombres: José Martí, Rubén Darío, Antonio Machado, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Nicolás Guillén, César Vallejo, Pablo Neruda, Javier Heraud, Otto René Castillo, Mario Benedetti, Hikmet Nazim, Vicente Huidobro, Roque Dalton, Víctor Casaus, Federico García Lorca, Ernesto Guevara de la Serna (Che), Leonel Rugama...

 

La segunda pregunta, en cuanto a estilo, siento la felicidad de respondértela con un “no” rotundo. Las cosas que sí nos caracterizan de una manera bastante homogénea a los trovadores cubanos desde mediados del siglo XIX hasta la fecha y que presumiblemente nos seguirá identificando, es el arraigo al terruño con su consiguiente sentido de pertenencia a un lugar, a los diversos amores sentibles y sufribles, y ciertas aficiones a indignarnos frente a los estiércoles que afloran en todos los tiempos, con una franqueza rayana en el cinismo y una ternura que algunos biotipos siempre confunden. Curiosamente, ocurre lo mismo en los cantores genuinamente populares de todo el mundo

 

En la canción “Créeme” usted reafirma la ternura del hombre nuevo, sus debilidades y fortalezas. En estos tiempos, ¿cuáles son las dudas del hombre nuevo?

 

V. F.: En “Créeme” yo lo único que quise decir (las múltiples interpretaciones posibles se me escapan) es que la vida de estabilidad matrimonial, en la edad en que la compuse, me limitaba porque siempre me creí en serio el amor de la pareja y, entonces, también del matrimonio. Por suerte para mí, deberes impuestos a pura voluntad y aprendidos del tiempo que me ha tocado vivir me ayudaron a crecer respecto al matrimonio y también a la relación de pareja, descartando las raíces religioso-burguesas del uno y enarbolando la construcción hormiguera de la otra. Y para responderte sobre el hombre nuevo, creo que sería aquél que nacido en cualquier momento de la historia creyera en el cambio y estuviera dispuesto a tatuárselo en el alma. Y aquí valdría la pena recordar unos versos de Víctor Jara: canto que ha sido valiente siempre será canción nueva.

 

¿Qué distingue a la canción de otras formas expresivas?

 

V. F.: Sin dudas su formidable poder de comunicación. Es casi inconcebible encontrar a alguien que de una manera o de otra no disfrute de escuchar canciones aun cuando sea virtualmente incapaz de reproducirlas, salvo que sea sordo. Ni siquiera las personas que no han podido alcanzar el humano derecho de aprender a leer y escribir, a través de la canción les llegan las más variadas formas de sentimientos y pensamientos. Voy más allá: en estos tiempos de macroconciertos con millones de vatios de potencia sonora siempre se podrá encontrar a alguien que con el alcance de su voz llegue a cuantos quieran y puedan escucharle, de manera totalmente gratuita. Sólo se necesita un productor de sonido y un receptor. Y con eso se pueden hacer hasta revoluciones sociales.

 

La crisis que vive su país y la caída de los socialismos reales, ¿han cambiado el motivo de su canto?

 

V. F.: Comencemos por el socialismo. Toda obra humana es real, sea pensada o realizada. Marx y Engels propusieron una sociedad partiendo de la realidad de su entorno y su tiempo (Europa, siglo XIX) y diseñaron un modo de analizar la historia y los procesos sociales. El desarrollo del capitalismo en los países más ricos de aquella Europa del XIX los indujo inteligentemente a pensar que la gigantesca clase obrera generada por la industrialización sería el propio elemento que produciría el cambio. Lenin —como Martí— no vivió en un país de capitalismo desarrollado sino de base campesina y con un atraso secular, y buscó soluciones diferentes aunque coincidiendo en el método de análisis histórico y social con el binomio alemán. La muerte prematura de Lenin y de Dzherzinski, en el momento en que aún la Unión Soviética no era fuerte ni apenas unión, y con todos los países capitalistas europeos en su contra, condujo a los soviéticos a cometer cualquier cantidad de tropelías y estropicios en todos los órdenes de la vida, mayormente de buena fe, conocidas hoy en día como “socialismo real”, felizmente abolido y cuya influencia causó estragos en las ideas progresistas de nuestra América desde la segunda mitad de los años ’20. Pero resulta curioso que en los viejos países del socialismo real la gente se va percatando de que el “capitalismo real” que les ha tocado es bastante peor que el régimen social que con justicia desecharon.

 

En Cuba tuvimos la suerte de José Martí. En 1893 —si no recuerdo mal— dijo que se requería un partido único que llevara a cabo la guerra inevitable y necesaria contra el colonialismo español, que diera la independencia a Cuba y colaborara con la de Puerto Rico, y que de esa guerra saldrían los hombres que deberían dirigir la futura república. Desde el principio supo que contaría con una legión de negros esclavos recién humanizados y campesinos muertos de hambre, algunos tabaqueros instruidos, un reducido grupo de hombres de pensamiento avanzado y una amplia gama de oportunistas que se venderían al primer comprador que les ofreciera la zanahoria del Norte, y con esos elementos (aunque no sólo por esa razón), el concepto de socialismo europeo no le cupo en el morral. Después de mucho esfuerzo y más de un siglo, los cubanos lograron su independencia verdadera en 1959. Claro que no les gustó a los del Norte (pareciera que el Sur estuviera de más), y desde los inicios se opusieron a que vistiéramos pantalones largos. Con una permanente espada de Damocles encima hemos hecho, dentro de todo lo bueno que nos propusimos y logramos, bastantes chapucerías. No tuvimos más remedio que afiliarnos al campo socialista, hoy desaparecido, con la conciencia de que era lo más parecido a lo que queríamos desde Martí, aunque estoy convencido de que hubiéramos ido a un paso diferente si no viviéramos con tanta presión.

 

En una entrevista para la televisión ecuatoriana en 1991, dije que el socialismo como sistema había sido derrotado, aunque no su filosofía; que estaba convencido que el socialismo no era de lo mejor, pero sin dudarlo infinitamente superior al capitalismo porque ponía en la mira al hombre, pero que yo definitivamente quería el comunismo, ése real en la cabeza de los grandes pensadores y posible en muchas utopías.

 

Por todo esto te confirmo que las motivaciones de mi canto siguen los mismos derroteros que lo fundaron.

 

¿Usted crea para satisfacerse o satisfacer a su público; hay concesiones para su público?

 

V. F.: Como no me gusta mentir ni cuando lo creo necesario, te contesto afirmativamente en los dos casos.

 

La creación es un proceso indescifrable, durante el cual disfrutas, o sufres, o te desconciertas, o te iluminas, o amas, u odias o todo a la vez. Soy un transmisor de ideas en las que creo, en y por las cuales vivo y, por lo tanto, tengo compromisos con quienes me escuchan. Y disfruto cuando lo que ha salido de mis manos, mi corazón y mi cabeza es recibido con alegría o con angustia. Sólo que la satisfacción me la produce cuando después de darme el gusto yo, los demás lo comparten, y no al revés. Lo otro sería, a mi entender, oportunismo y no creación.

 

La mayoría de los cantautores hispanoamericanos no son capaces de romper el hermetismo de sus letras. ¿Es un defecto no ampliar la recepción de su obra?

 

V. F.: Bueno, llegamos felizmente a un punto en que no estamos de acuerdo, aunque es una afirmación, si bien no generalizada, compartida por varias personas.

 

Yo creo que toda obra de arte tiene sus propias reglas y la canción no deja de serlo (la buena canción, por supuesto). Los cantautores tienen su propia cultura que enriquecen constantemente, y sus diversos y a veces muy variados lenguajes. Muchos receptores han crecido con las canciones de muchos de nuestro gremio y viceversa. Por lo general, la sencillez se logra o por cierta genialidad innata o a través de estudios particulares. Generalmente cuando un texto no es claro es porque las ideas no están claras, salvo cuando hay un interés marcado en enmascararlas. Recuerdo los lenguajes casi en clave que se han utilizado en diversos países donde la censura no ha permitido llegar con lenguaje directo, y no me refiero a la tonta de que te pasen o no una canción por la radio o la televisión sino aquélla en la que te puede costar una retahíla de patadas, cárcel o hasta la vida cantar lo que se opone a una clase dominante y asustada.

 

Me parece que lo que ocurre es que lo transmitido por los medios universales de propaganda en sentido general busca atontar a los receptores, ofreciéndole como productos culturales muchas veces genuinos subproductos en el mejor de los casos; en el peor, impecables bodrios como drogas para que las neuronas y los sentimientos se acostumbren a pensar y sentir cada vez menos, con el objetivo, en ocasiones explícito, de que la gente no dude ni busque ni luche. En este contexto, una canción que hable de unicornios perdidos puede parecer hermética, porque mucha gente no sabe qué es un unicornio ni tiene un diccionario donde buscar la palabra y hasta tal vez no tuvo ni siquiera niñez. Pero no se le puede pedir al cantor que resuelva todos los problemas de la humanidad, porque aun cuando tuviera todas las soluciones, no se le permitiría. Es bueno recordar que en estos tiempos en los cuales muchas personas, en especial la mayoría de los políticos han quedado sin respuestas, los cantores seguimos como si nada, ya que lo que siempre hemos hecho son preguntas, y cada vez tenemos más.

 

¿El arte está condicionado por los procesos sociales?

 

V. F.: En cierto sentido. Cada sociedad y cada tiempo condiciona a los individuos que viven en su contexto, y son los hombres y las mujeres quienes producen, entre otras cosas, el arte. Pero no todas las personas en un momento y espacio determinado tienen las mismas capacidades y perspectivas para explicarse su entorno, y los artistas más preclaros suelen tener una mirilla telescópica interna que les permite ver más allá de lo que se ve a simple vista, de la misma manera que los científicos que husmean en todos los rincones de las distintas disciplinas, y algunos pensadores con talento de filósofos o profetas que logran ver otros tiempos en los que la raza humana llega a realizarse y pelean por esas ideas hasta convertirse en héroes y/o mártires. Pero también el arte es funcional y testimoniante de su propio tiempo.

 

 

Vicente respondió este cuestionario en algún día perdido de 1997, por e-mail, desde Cuba.

1 Comentario
#1
Max Solano
guatemalteco
[25/07/2009 09:19]
Vota: +0
Gracias compadre...





 
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