Revelación de la canción francesa, Zaz dedica su tercer álbum de estudio, Paris, a la ciudad que le inspiró un discurso sonoro vitalista, pero muy crítico con una sociedad que, dice en una entrevista con Efe, "se va a estrellar".
EFE/Carlos Abascal Peiró - De naturalidad atropellada, Zaz (1980) es pura genética musical gala. Dueña de una voz que conjuga años de solfeo con cierta filia popular por el cabaret o el music hall, su estilo tiende cabos —a veces estéticos— a la desprejuiciada herencia vocal de la inevitable Édith Piaff.
"¿Piaff? Piaff es Piaff, no se parece a nadie salvo a sí misma pero es evidente que la comparación halaga", confiesa la cantante bautizada como último icono de la escena musical francesa.
Con todo, "la môme" sí sonará —o al menos su Sous le ciel de Paris— en un compacto de trece temas que, consagrado a la mítica de París, suma colaboraciones tan jugosas como Charles Aznavour, Thomas Dutronc o Quincy Jones.
El sí de Jones fue inmediato. "Propuse su nombre y nadie me tomó en serio, pero salió bien y la participación de Quincy abrió todas las puertas", reflexiona.
Junto al legendario productor y trompetista, Zaz logró salvar el obstáculo del idioma gracias a la sintonía que surgió entre ambos, una comprensión tan "natural" como "sana" que terminó por relanzar un álbum enteramente compuesto por versiones.
"Muchos fans me pedían cantar clásicos y yo tenía ganas de darles lo que pedían", relata confirmando la querencia de la cultura gala por revisarse a sí misma, aunque sea filtrando a Cole Porter a través del jazz zíngaro y sus festivos arreglos.
Canta la francesa a un París de "libertad y diversidad" al que, de algún modo, también formula un agradecimiento, puesto que fueron sus calles —de plazas de barrio a estaciones de metro— las que impulsaron la carrera de una promesa que hace tiempo que dejó de serlo.
Isabelle Geoffroy "Zaz" nació en Tours (centro de Francia), donde su madre se empeñaba como profesora de español, una lengua en la que ya ha cantado y que "adora" dado que le recuerda a su infancia. "En cuanto surge algo que tiene que ver con el español, me siento en casa", reconoce.
Tiempo después y tras afinar sus muy reconocibles graves en el Conservatorio de Burdeos, se trasladó a la capital en busca de un triunfo artístico que no fue tal hasta que, en 2010, su Je veux copó las listas de éxitos. El resto fueron aplausos, pero ella quiso ser la misma.
"Conservo mi esencia, soy coherente con lo que soy y lo que hago, la atención de los medios solo ha consolidado mi compromiso humanista y mis valores", advierte.
Un fondo ideológico que, en parte, nutre sus letras para describir una sociedad en decadencia y que, en opinión de la cantante, "no puede durar mucho".
"Todo va a cambiar. Quiero alimentar esa visión y no el miedo", afirma tras rebajar el tono con una sonrisa.
Porque Zaz, como su música, navega con soltura en ese terreno impreciso que une —y separa— el epicentro de sus periferias, o el París de las vanidades del rumor veraniego de una orquesta comarcal. Ella lo sabe, y seguramente por eso venda (tantos) discos.
El Festival BarnaSants 2026 iniciará el 27 de enero, en el Palau de la Música Catalana de Barcelona, su 31.ª edición con un concierto de homenaje al cantautor Lluís Llach, que conmemorará el 50.º aniversario de los míticos conciertos de enero de 1976. El espectáculo reproducirá, medio siglo después el repertorio original íntegro de aquellos conciertos con la participación de artistas como Manel Camp, Santi Arisa, Borja Penalba, Gemma Humet o Joan Reig, entre otros.
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