Al modo de quien selecciona (y reconstruye) su propio pasado, con énfasis en lo esencial, omitiendo desvíos, subsanando errores, Fito Páez ofreció anoche en el Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires (Argentina) un concierto sinfónico de su repertorio "clásico", acompañado por la Kashmir Orchestra.
Télam - Con la huella de un concierto del mismo tenor consumado el año pasado en La Habana, Cuba, y con la dirección de Mariano Otero, Fito Páez experimentó en el CCK la incorporación de timbres y arreglos sinfónicos a sus composiciones originales, imaginadas en otro lenguaje.
De la variedad de fórmulas que se combinaron en el concierto de anoche, la más difícil de conciliar —en el plano del diálogo instrumental— fue la introducción de la batería en reemplazo de la percusión tradicional de las formaciones orquestales, una audacia que tuvo resultados dispares. Esa interacción transitó entre el desacuerdo (Cadáver exquisito) y la comunión (Ciudad de pobres corazones).
Claro que hubo momentos lúcidos: la introducción de vientos de 11 y 6; la relación piano-contrabajo de Parte del aire; la sección de cuerdas en el arreglo de Detrás del muro de los lamentos, o la evocación de creaciones que tienen un lugar ganado en la historia de la música popular argentina como la interpretación, sin desbordes vocales, de Tumbas de la gloria.
En línea con la propuesta, Páez amplió la mirada a la canción latinoamericana y eligió dos formas retóricas diferentes de la misma expresión poética; la más oscura y críptica de Luis Alberto Spinetta en Muchacha ojos de papel, acaso naturalizada por la repetición, o la cristalina de Pablo Milanés en El breve espacio en que no estás.
También hubo diagonales hacia otros géneros y, en esa faena, La última curda (Aníbal Troilo-Cátulo Castillo) salió airosa y menos mancillada que la cita a Atahualpa Yupanqui (Los ejes de mi carreta), aunque la idea del canto a capela solamente armonizado con la mano izquierda del piano no era en si misma impropia.
Hubo algún margen para presentar al Fito Páez pianista —una dimensión que a veces el propio músico posterga— en la versión de Desarma y sangra, de Charly García, que tuvo otras citas menos gloriosas.
El primer cierre de la noche fue con la interpretación de Construcción, de Chico Buarque, que tanto explica sobre el lenguaje y las estéticas que Páez cultivó en sus mejores años. La dirección —en aparente segundo plano— del contrabajo de Juan Pablo Navarro sustentó una versión merecedora de la ovación que el músico se llevó.
Luego siguió la escena de los bises, con canciones de diferente prosapia, para complacer a un público que acompaño sin dobleces en la primera aparición de Páez en el CCK.
Condensada la obra de Páez en una veintena de canciones en poco más de una hora, y a la vista del inmenso valor de muchas de ellas, algunas de las cuales por si solas justifican una carrera, no dejan de causar perplejidad las inclinaciones estéticas de Páez en su madurez musical cuando, sin necesidad de obligaciones ni concesiones ante nadie, apostó a elecciones más cómodas, tan lejanas a esa veintena de canciones que, sin embargo, siguen estando allí.
El músico rosarino completó su programa del espectáculo Páez en América junto a la Kashmir Orchestra, dirigida por Pato Villarejo.
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