El músico fue el resumen de lo que busca Cosquín, del encuentro con la gente, lo popular y elitista de lo tradicional y la vanguardia y de la militancia artística. Junto a él, otros momentos memorables en las noches del miércoles y el jueves.
![]() Peteco Carabajal.
© Paul Amiune
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Las dos lunas que sucedieron al cumpleaños de Soledad, trajeron a Cosquín un sinfín de posibilidades de disfrutar de la música, del baile, los nuevos propuestas y otras que, si bien ya vienen sonando, han puesto lo mejor de sí para este Cosquín que sorprende, da que hablar y sigue buscando aquel duende que por momentos encuentra.
El resumen de las dos lunas podría ser aquel momento en que cerca de las dos y media de la mañana del jueves (en la sexta noche) Peteco Carabajal descendió desde las populares hacia la platea entre el público, con su guitarra y un puñado de clásicos del folklore. Lamentablemente los problemas de sonido no ayudaron a que el momento se disfrute a pleno, sobre todo para los que estaban lejos del santiagueño, y escuchaban la guitarra encenderse y apagarse, el refrito y la voz de Peteco entrecortada.
Más allá de los desperfectos, lo que entregó el artista, fue algo así como la sumatoria de todos los estados de ánimo de Cosquín. A capela, y con un rasgueo, empezó con Disculpe de Hernán Figueroa Reyes, como pidiendo permiso para entrar a una plaza que desde temprano lo esperaba. Luego vendrían otros clásicos: El Arriero, Si se calla el cantor, Canción con todos y Entre a mi pago sin golpear, que lo encontró ya subiendo las escaleras del escenario, y acomodado en el centro, para seguir con sus nuevas canciones y un recorrido por su carrera. La militancia de Peteco desde arriba del escenario, como artista y como representante de una parte importante de la cultura de los últimos años fue, en parte la figura de un Cosquín que busca encontrarse con su público, que lo hace reflexionar, y a la vez disfrutar de infinitas maneras. Sumaban a ese momento las gotas de lluvia que desde temprano aguantaron, y que justo le dieron el marco ideal a una noche que se extendería más allá, con la tradicional cacharpaya.
Quinta luna
Volviendo atrás, la del miércoles fue una noche donde se mixturaron los sonidos de Jujuy, en tres estilos bien diferenciados: lo genuino con Tomás Lipán y sus Quebradeños (con Fortunato Ramos y Milena Salamanca como invitados), la propuesta de Brisas del Norte (que, si bien no son oriundos de esa región, la representan sobre el escenario no sólo musicalmente sino visualmente, aunque en formado menos genuino y más calculado para el aplauso fácil) y Los Tekis, que llegaron para cerrar la noche con su propuesta más extravagante, aunque efectiva. Los tres estilos le dieron a la noche color, baile (así fue el título de esta luna, para bailar) y festejo, mientras que el sonido más clásico lo puso el homenaje que brindaron en esa luna Ángela Irene y Juan Carlos Cambas al músico Ariel Ramírez, con la presencia de Jaime Torres. Fue una presentación conceptual donde se buscó no sólo interpretar la obra del compositor, sino llevarla a un punto alto de calidad, con Cambas al piano y Ángela Irene en las interpretaciones, más veinte músicos en escena. El miércoles además, pasaron Leticia Pérez, la Delegación de Colombia, Raúl Lavié (con repertorio folklórico), y Sonia Vega.
La luna que baila
Para la noche del jueves, otra era la historia. Y el título elegido para describirla, "la noche que baila" nunca estuvo mejor colocado, además de ser un guiño a los consagrados del 2015, La Callejera, cuyo espacio en Cosquín lleva el nombre de La Peña que baila, y que abrieron el fuego de esta luna. La banda comandada por Ariel Andrada entregó una maratón de chacareras, chamamés y cuartetos, arrancando al público de sus butacas y anunciando lo vendría a lo largo de la noche.
La Delegación de la Provincia de Santa Fe, presentó, en el segmento Postales de Provincia dos de las puntas musicales que la representan. La histórica trova rosarina, en la figura de Jorge Fandermole, y lo más popular con Las Palmeras. El primero, un artista que logra reinventar un repertorio de clásicos para escuchar y llevarlo a lo popular. Cada tema elegido no buscó una respuesta inmediata en las palmas o los gritos, sino que exigió la escucha atenta de las letras, antecedidas por la palabra de quien las creó. La luminosa, El amor y la cocina, Guitarra e Hispano fueron los temas elegidos por Fander, que cerró su parte con Sueñero, para que canten los que ya venían animándose a los coros.
La otra pata de la propuesta de la delegación santafecina, fue la inclusión de otro estilo, opuesto al primero pero no menos fundamental en la música que representa la provincia: Los Palmeras, nacidos en 1972, con trayectoria de más de cuarenta años, y que mueve multitudes. No hubo forma de redondear la actuación del conjunto comandado por Rubén Deicas fácilmente, porque la plaza, absolutamente entusiasmada, pidió varios bises. Alguien recordaba la histórica presentación de La Mona Jiménez hace unos años en el mismo escenario. Los bailes populares, folklore de raíz y aquel que representa toda una movida independiente de las demás como el cuarteto, son también parte de la cultura que Cosquín muestra en esta edición.
La noche del jueves no se quedó allí. Con la plaza ocupada en un alto porcentaje, siguieron en la grilla el dúo Orellana–Lucca (como en Jesús María, donde se llevaron una mención especial, bien celebrados, con un repertorio propio y alejados de los clichés para obtener el aplauso fácil, se los llevaron de cualquier manera por su entrega), Diego Arolfo, Néstor Garnica y el villamariense Fabricio Rodríguez, que, alejado de aquel estilo que hizo que muchos pusieran el ojo en él, presentó un set algo desordenado, de estilos diferentes, que pasó del gospel a ¡la chaya!, del rock al tango y al folklore, alternando voz, guitarra y armónica, instrumento en el que es virtuoso por demás y no debería abandonar para sumarse a lo trillado y de fácil llegada.
También para destacar en la luna del jueves, dos damas que, de distinta manera, le brindan a la música popular nuevos aires. Una como compositora e intérprete, y la otra, como cantora, ambas con una calidad artística destacable, y un talento indiscutible: Laura Ros y Milena Salamanca.
Cerrando la noche de las sexta luna, vendría la cacharpaya, aquella costumbre de cantar hasta la madrugada que en esta edición inauguró El Duende Garnica y la Instrumental Salamanquera, finalizada la actuación de ese Peteco Carabajal en el que convergieron todos los sonidos, todos los estilos, las militancias, la palabras y aquella pasión por entregar lo mejor de sí, que tienen los artistas.
La cantautora Judit Neddermann y el guitarrista Pau Figueres presentan un nuevo álbum conjunto, con doce canciones en castellano, catalán, portugués y francés, grabadas en directo en estudio. Entre ellas, una nueva versión de Vinc d’un poble con Joan Manuel Serrat y temas originales que combinan pop, folk, jazz y música popular brasileña.
El cantautor chileno Patricio Anabalón lanza el single Danza con la participación de Silvio Rodríguez, en una obra producida por Javier Farías y enriquecida con los aportes del Cuarteto Austral, Felipe Candia y otros destacados músicos e ilustradores; en un encuentro generacional de la canción de autor.
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