Septiembre de 2008
Los huérfanos de madre tenemos unas carencias afectivas curiosas. O al menos yo.
Recuerdo mi adolescencia como una larga etapa poblada por músicas anglosajonas. Externas. Me horrorizaba todo lo castizo, y de lo hispano casi solamente me atraían los folklores indígenas.
Hasta que un día escuché una voz especial. Algo que me sonaba a eso tan inexplicable que es el afecto. A nana. A cultura oral. A pasillo de mi casa. A pan recién amasado. A lo que debía haber conocido desde siempre pero que me era completamente nuevo. María Elena Walsh se convirtió desde entonces en algo más que una compositora, una cantante, una escritora. Más que una hermana, incluso.
Poco a poco comprendí que esa era una manera de comunicarse mucho más fértil, mucho más audaz y mucho más universal que la de tararear las músicas de los Beatles. Y me profesionalicé para seguir adelante con el mensaje afectuoso de la Walsh “Madraza del idioma, España mía, te venere yo ahora y en la hora de morirme de amor por las palabras…”
María Elena era y es la esencia misma de la lengua. La entraña de la música. No me hace falta verla para estar con ella. Cierro los ojos y la oigo. Oigo sus palabras, sus músicas. Permanentes. Inmutables.
Víctor Jara canta Somos cinco mil, el poema que escribió durante su detención en el Estadio que ahora lleva su nombre, horas antes de su asesinato; todo esto gracias a una inteligencia artificial que ha intentado captar la esencia de su voz y de su obra.
Con motivo del 50 aniversario del golpe de estado fascista en Chile, Inti-Illimani acaba de presentar El país que soñamos, un registro audiovisual con cuatro canciones compuestas en los años setenta y revisitadas en los sitios de memoria del Estadio Nacional.
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