Noviembre de 2011
Hace muchos años que Javier Krahe sabe que no podía ser cabeza de león como su amigo Sabina. Demasiado brasseniano y alejado de los cánones comerciales que tanto ha cultivado el de Úbeda. Pero también sabe que está demasiado tocado por la mano de Dios —Dios mete la mano donde quiere— como para andar por la vida de vulgar ratón.
Y en eso decidió ser diente de ajo: para dar aroma en la cocina y picante en el gusto. Al fin y al cabo la temática de las canciones de Krahe no están tan alejadas de las de cualquier otro trovador, pongamos por ejemplo de Aute: Amor, muerte, sexo y Dios. Así, mientras Aute compone Dentro, Krahe hace lo propio con Mi mano en pena. Lo mismo pero restregando por encima un diente de ajo.
De Krahe siempre ha dicho Sabina que es el mejor rimador. Y efectivamente es así pero no es sólo eso. Canciones como En la costa suiza, donde un pescador devuelve al mar el dinero que le sobra después de haber pasado el día para empezar de cero el siguiente; no sólo es rima: es ternura y, en consecuencia poesía.
Hace mucho que le debíamos a Krahe este cancionero y esta discografía y, seamos honestos, en parte sí lo hemos hecho para dar honor a quien honor merece, pero también en parte para darnos el placer de leer y releer, escuchar y reescuchar unos textos mitad Brassens, mitad Rafael de León; mitad lírica, mitad épica; mitad ironía, mitad ternura.
Textos de alguien que, cuando era pequeño, quería ser Tarzán y, de mayor eligió ser diente de ajo que, además, afortunadamente repite.
El trovador chileno Nano Stern se encuentra actualmente en Europa. Este sábado actúa en Barcelona y el domingo en Madrid en donde estrenará sus nuevo disco Nano Stern canta a Víctor Jara (2023) y presentará Aún creo en la belleza (2022). Sin embargo hoy hablaremos con él de un extraordinario disco que lanzó el año pasado con Gina Allende —bajo el nombre de Ensamble La Misola—y que pasó injustamente desapercibido: Más vale trocar. Canciones de la España renacentista.
Víctor Casaus dice vivir en una constante contradicción. Por una parte su obra personal como creador —poesía, cine, testimonio— y por otra, esa absorbente e imprescindible labor como gestor cultural por la que es constantemente requerido. Ambas necesarias, ambas destacadas, pero a veces incompatibles porque "hay más tiempo que vida".
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