La Culebra
Diecisiete primaveras, ya se vio en las pasarelas
de París y Nueva York.
Le ofreció un mundo de ensueño, ella se lo agradeció.
Ya se convirtió en su dueño y con otras cenicientas,
con su cuerpo le pagó.
Fue y le puso La Culebra, por su satinada piel,
los calambres de su lengua,
el letargo entre las piernas y el veneno del placer.
Y entre el vértigo y el llanto que le daba de beber
lágrimas del desencanto, la niña se hizo mujer.
La Culebra, en el enjambre, fue la reina de la miel
y los zánganos del hambre,
que trafican con la carne, se rindieron a sus pies.
Entre orgasmos simulados y tormentas de champán,
no faltaron mil pesetas entremedio de las tetas
de la reina del Can-Can.
Subieron por su nariz las nieves de un falso invierno.
Y entre el cielo y el infierno su cuerpo perdió el barniz.
Poco a poco La Culebra navegó por el colchón.
Mendigó palabras tiernas, la noche cerró sus piernas
y el otoño la cubrió.
De la puerta de otra escuela hasta el trono del burdel,
ha nacido otra leyenda,
y del Can-Can ahora es la reina una serpiente cascabel.
Y se fueron a la quiebra, con las marcas del carmín,
los dientes de La Culebra expulsada del jardín.
En la esquina del ocaso con su cuerpo calentó,
unas miradas de hielo y los charcos de aquel suelo
que su cuerpo recogió.
Y en la puerta de una tienda, la vida le dio plantón.
Frente al gran escaparate terminó aquel disparate,
en su casita de cartón.
Autor(es): Josep Andújar "Sé"