Aguas Morenas


Tú, que me hablas al oído,
que repartes corazones al azar.
Tú, que apaleas el olvido,
ahuyentando tinta nula de un altar.
Mientras, te despeñas sin altura,
descuartizas la coraza racional
y, no, no combates con mesura,
paladeas tu locura terminal.

Sientes que vivir no es lo prudente,
que te pasas de indecente,
abocado a seguirles la corriente.
Muerdes por saber si algo les duele
y abandonas a su suerte
la certera de tener un aliciente.

Hallas pedregales en tu vientre
cuando tocan en tu frente
amargura y amor.
Si no me matas,
cada vez me hago más fuerte
y carcajadas entre dientes:
eres el perdedor.

No, no me van a silenciar,
no me vas a envenenar,
no me vas a trastocar el subconsciente.
Mierda, otra vez quiero llorar,
en mi tierra ya no hay mar,
me tropiezo con las arrugas de mi frente.
Sueño con soñar que soy capaz
de partir sin mirar atrás,
otra vez morimos ciegos en la guerra.
Caminamos, conversamos, sinceramos,
otra vez nos sentimos raros,
tú te marchas, yo me pierdo en la maleza.

Esos muelles que me crujen en la mente
me remueven la simiente:
abrazo la luz y aprieto los dientes.
Venga, empuña sal y tuerce el vino
en tus ojos pagados a plazos,
en la boca que se arrastra en un pedazo de colchón,
y la saliva en un renglón,
y la sonrisa sibilina en su destino;
las literas ya no diferencian
entre conciencia y corazón.
Prefiero arrojar piedras al río,
me siento a gusto en la cadencia
que supone la indiferencia
de reinar aguas morenas en suspiros.