Soneto IV


Ese color de rosa y de azucena
Y ese mirar sabroso dulce, honesto
Y ese hermoso cuello blanco hiniestro
Y boca de rubís y perlas llena.

La mano alabastrina que encadena
Y al que más contra amor está dispuesto.
Y el más libre y tirano presupuesto
Destierra de las almas y enajena.

Esa rica y hermosa primavera
Cuyas flores de gracia y de hermosura
Ofenderlas no puede el tiempo airado.
Son ocasión que viva yo y que muera.
Y son de mi descanso y mi ventura
Principio y fin y alivio de mi cuidado.