Vino a mí, una serpiente larga y verde
con ojos de rubí.
Estaba maltratada y -como el ayudar nada cuesta-,
muy seguro de mí la cogí.
Tan bonita y tan inocente enredó su colita a mi cuello,
y qué importa que no le haga gusto a aquellos que dicen
que eso no era bueno, que por su veneno es mejor
que la dejara donde vino y que no toque aquellos bichos,
que es mejor de “lejecitos” mirarlos.
Que mucha gente a conocido
a desdichados que ha mordido
y que los deja con la “cara de palo”.
Pero me dijo que era buena,
mientras metía y sacaba la lengua,
que si llegaba a morder, sólo sería por comer
y así comiendo crecía y crecía.
Y fue tan buena que hasta me defendía asustando a aquel niño
que me pega a cada rato.
Vaya si estábamos bien,
que yo de premio dejé que se comiera al gato.
Y pasó el tiempo juntos, y ella crece que crece
y como de la familia la trataba mi gente.
Y fue más tiempo juntos, y ella come que crece,
y si yo estaba en la escuela, preguntaban por ella.
Y cuando al fin se acabó nuestra alacena
fue a cenarse a mi abuela
y de un trago largo todos mis juguetes.
¡Detente y mira -dije- Por favor! ¡Oh, no!, pero no.
No quiso hacerme caso ahí en mi súplica
y acorralándome con sus mandíbulas,
me dijo: -al fin te enteras quién soy yo-.
Y en el ombligo me mordió.
Ven Mamaíta y hazme “sana, sana”,
quítame el recumbé de su quijada.
Ay Mamaíta, sácame sus dientes,
cúrame el resquemor de su tridente
Porque hay gente como serpiente
que afea
Y otra gente como escalera:
Llevadera
Hay mucha gente como serpiente:
Embustera
Y existe gente como escalera:
Justiciera
Porque hay gente como serpiente:
montonera, traicionera, majadera y altanera que estropea,
así que por no hacerte el cuento largo, Mamaíta, sucedió que desperté
y de la impresión: me hice pipí.
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