Hoy me ofrecen sus cadenas
con amor a manos llenas
o con cantos de sirenas
–eso, según–
Evas de mucho calibre
para que un Adán no vibre,
hoy, que saben que ando libre
y al buen tuntún.
Pero yo no tengo claro
que, una vez rotos mis lazos,
vuelva a pasar por el aro
y en nuevos brazos
menos aún.
Por los brazos de una Eva
quizás vuelva, no lo sé,
quizás aún haga otra prueba
pues, mire usted,
recuerdo que...
Casi, casi el paraíso
era aquel discreto piso
donde esta mujer me quiso
y allí viví
hasta que un día, tajante,
con su espada llameante
me arrojó al camino errante
fuera de si.
“En el árbol de la Ciencia
falta un kilo de manzanas,
ya he perdido la paciencia
tú te lo ganas
¡largo de aquí!
y llévate a esa serpiente
que se las da de Satán”,
me ordenó alzando la frente
y en muy mal plan
de ángel guardián.
Y adiós al cuento de hadas,
adiós, camisas planchadas,
ríos, montes y cañadas,
adiós, Edén.
Adiós, ángel, si supieses
cuántas noches hice eses...
pero pasados los meses
ya no soy quien
cometía aquel alarde
entre suspiro y suspiro
de rematar cada tarde
dándome un tiro
aquí en la sien.
Ni en la sien ni en los cojones
por decirlo pronto y mal
que hoy frecuento más colchones
que un semental
sentimental.
Lo cual no quita que es bella
entre querella y querella
y la quiero más a ella
que a las demás.
Lo cual no quita que ellas
tengan todas cinco estrellas
y las quiero más a ellas
que a las demás.
Perdone usted camarero,
se me ha cruzado algún cable,
ha sido usted muy amable,
ya no le quiero
molestar más,
me temo haberle aburrido
borracho y venga de hablar
de un paraíso perdido.
Yo en su lugar
cerraba el bar.
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