La vida era un simulacro de lo real
hasta que el viento trajo tu voz a mi habitación.
Inesperada como tormenta en tiempo estival,
como el olor a tierra mojada, llegó tu voz.
Entró un susurro por la ventana
que estaba abierta de par en par.
Eran días calurosos,
tú gemías, yo tan solo.
Tu suspiro traspasaba la pared.
Quedé inmóvil, hechizado,
creí haberme enamorado.
No te vi, yo sólo te escuché.
Tu susurro atronador inundó mi casa,
y me olvidé de todo,
yo sólo te escuchaba.
Me diste la vuelta a la cabeza como a un calcetín.
Petrificado, te imaginé. Tu voz febril
recorrió todos los muebles de la cocina,
hizo temblar la ropa tendida,
y sobre mi frente se fue a posar.
Aquel rumor sonaba a viejo abracadabra
y removió las pelusas bajo la cama.
Abrió mis libros, los cajones, mi corazón.
Mientras ella amaba todo se paró.
Y en la calle volaron todas las palomas,
se desvanecieron las sombras,
se detuvo toda la ciudad.
Así pasaron lentos los días de aquel verano.
Pasaba el tiempo esperando volver a oír tu voz.
No salía de casa por si llegaba tu canto.
Y entre gemidos cristalizó nuestra relación.
Imaginaba como serías
mientras yo te escuchaba temblar.
Sólo sé que yo te amaba,
que tus jadeos me hablaban.
Te convertiste en mi obsesión.
No importaba aquel que hiciera
estremecer tus caderas:
yo sabía que yo era tu amor.
Y de repente sin previo aviso no vino más
a visitarme de cuando en cuando aquella voz.
Perdido y solo ahora qué haré yo ahora sin mi solaz
en esta celda sin ave que me cante al albor.
Pasaron los días y mi ventana abierta sigue de par en par.
Llueva, nieve o truene. Yo te esperaré siempre.
Sé que tus susurros han de regresar.
A veces afino, en el silencio, mis oídos
y creo escucharte sobre el murmullo de la ciudad.
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