¿Qué me pasa, doctor, esto qué es?,
algo en mí se desdobla al revés,
hace tiempo, no mucho,
que siento como un ralentí
en mi aparato motor
que me anula la misantropía,
¡qué miedo!... hágame un
buen chequeo, doctor.
En lugar de sentirme fatal
como en mí suele ser habitual,
al contrario, padezco
como un calorcillo... podría
ser una infección
que trastorna mi riego sanguíneo
alterando mis señas
de circulación.
¿Qué me pasa, doctor, qué me pasa...?
¿Será el síndrome de la perdiz?
pero siento tener que decirle, doctor,
que me siento feliz, muy feliz.
Y eso no puede ser, no, no, no,
no lo puedo admitir porque yo
de ninguna manera
deseo dar un mal ejemplo
a la gente normal
y también porque temo
al escándalo que pueda herir
la correcta moral.
Mire usted, por favor, mire bien,
por si encuentra algún frívolo gen,
porque no tengo móvil
ni acciones en bolsa, ni tele
de plasma en 3D,
ni un equipo de fútbol
ni ropa de marca ni sé como
entrar en la Red.
Me pregunto, doctor, si será
un delito la felicidad,
porque tengo complejo
de culpa y no puedo evitar
un siniestro rubor.
Se me escucha, seguro,
el tic-tac estridente
de mi corazón delator.
Pero lo que me pone a temblar
es salir por ahí con un par
y jugarme la vida
evitando la temeridad
de ir pidiendo perdón
o acabar con camisa
de fuerza en un hosco penal
de rehabilitación.
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