Los guardianes de Mugica bajan de lo alto
con sus voces y tambores, domingo santo.
Son los hijos nuevos que vienen sin tristezas
descartan las migajas de políticas viejas.
Los guardianes de Mugica desdiosan dioses
son leales a la lucha, un millón de corazones.
Más les matas, más te matan y no quieren guerra
agradecen este día sobre la tierra.
Los guardianes de Mugica cantan y sangran
se meten sin que los veas por las buenas o por las malas.
Ya no van por pan, ya no van por comida
la mentira es desoída, ya no mendigan.
Es más fácil ponerle un velo al sol
que sortear todas las sombras
de esta Argentina del dolor.
Por favor, perdón y gracias,
tres palabras mágicas
para la vida, el amor y el corazón.
Los guardianes de Mugica enfrentan a la muerte
dan la espalda al viento sucio, miran de frente.
Diamante en la basura, poemas en la quema
de vientre, de puño, de naturaleza.
Los guardianes de Mugica llevan todo el peso
de los que robaron, mataron o mintieron.
Basta de morir en casas de tormentos
nunca más el atropello, nunca más aquel infierno.
Los guardianes de Mugica llevan a Pugliese
en tatuajes, credenciales, por los días que se vienen.
Amanecen con un reto, van de pueblo en pueblo
levantan al caído, estudiantes y murgueros.
Los guardianes de Mugica, telepáticamente
saben quién que es quién y quién ha sido Never.
Dan un revés a la derrota, antiglobalizadores
salud y educación gratuita, para todos vacaciones.
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En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.