Décimas (39): Como nací pat’e perro
Como nací pat’e perro,
ni el diablo m’echaba el guante:
para la escuela inconstante,
constante para ir al cerro.
Lo paso como en destierro,
feliz con los pajaritos,
soñando con angelitos;
así me pilla fin de año,
sentada en unos escaños,
¡quisiera ser arbolito!
No hallaba fiesta mayor
que andar con Tito en las rosas
cazando mil mariposas,
sanjuanes y moscardón,
palote y grillo cantor,
luciérnagas relumbrantes,
arañas preponderantes,
baratas y matapiojos,
hasta el dañino gorgojo
para mi hermano estudiante.
Para envolver los bichitos
yo rompo mi silabario,
porque un valioso insectario
está preparando el Tito.
Les clava un alfilerito,
los forma en el calabozo;
parece qu’están rabiosos
porqu’ empezaron un baile
con las patitas al aire,
molestos y fastidiosos.
En otra ocasión partimos
hacia el estero Las Toscas.
¿Por qué habría tanta mosca?
Yo nunca lo he comprendido.
«Espérame por los guindos
–me dice de un de repente–,
voy a probar la corriente
de tal famoso canal».
Al punto yo empiezo a dar
de susto, diente con diente.
Cuando lo vi por los aires
en dirección al raudal,
llorando empecé a clamar:
«Ampáralo, Santa Maire».
Mas él, con mucho donaire,
navega cual soberano
por el raudal inhumano,
que se ha tragado inclemente
bañistas muy imprudentes
verano sobre verano.
Después de pasado el susto,
seguimos por el camino
sembrado de pasto fino,
de refrescantes arbustos.
Al cabo de unos minutos
diviso los mutillares
cayendo cual granizales
pintando de rojo el suelo.
Lo ha sacudido un chicuelo
de fuerzas descomunales.