Décimas (42): Dejemos lo triste a un lado
Dejemos lo triste a un lado,
pongámonos en camino;
escuchen el dulce trino
de un cuento muy agradecido.
Estoy en el campo amado
arriba de una higuerilla;
abajo hay unas chiquillas
desparramando triguito,
gallinas, pollos, pollitos,
comiéndose la semilla.
Presento primeramente
con verdadera alegría
la casa en que yo vivía
de mis lejanos parientes.
Con ellas cándidamente
reviso los pormenores
de pájaros y de flores
y los insectos del suelo,
de los misterios del cielo,
la lluvia y los arreboles.
Al centro de los viñales
la huella real culebreaba
donde un pueblo empezaba
perdido entre los nogales.
Le orillan verdes zarzales,
lo ensombran los ocaliptos;
anduv’ este caminito
cuando me fui pa’ Malloga,
saltando con una soga
como feliz ternerito.
Por la mitad d’esta ruta
como que se hace una loma,
como que gira y que toma
la forma de una herradura.
Al centro hay una espesura
de arbusto’ entre las higueras,
divid’ el patio la hoguera
del horno en que arde el sarmiento,
y una barra cubr’ el centro
del corredor d’esta puebla.
Dos puertas y tres ventanas
debajo del corredor,
por ellas penetra el sol
entero por las mañanas;
en la cornisa, una llama
de cebollares maduros,
y en cada poste los nudos
del árbol de la montaña;
y en los rincones, las cañas
de los choclitos dientudos.
Aquí, la piedra moliendo
la fragancios’ harinita,
del fuego la calientita
tortilla del mate, hirviendo.
Allá, las vacas mugiendo
al son de la ordeñadora,
que llena las cantimploras
con música sin igual
cuando le saca el raudal
de leche por las bordonas.