Décimas (47): La muerte es un animal
La muerte es un animal
fatigoso y altanero,
bullicioso y pendenciero;
como este no hay otro igual.
Cuando se llega a asomar,
se siente un hielo que espanta,
le sale por la garganta
un gemido misterioso,
se siente un miedo poroso
que ningunito lo aguanta.
Llega com’ un torbellino
sacando chispas del suelo;
no ha de escapar de su anhelo
ni el que se siente divino.
Sus dientes son un molino
pa’ triturar al mortal,
el satanás canibal
que puebla los horizontes,
profundidades y montes:
la muerte es un animal.
No hay fuerza que la detenga
si en alguien puso los ojos;
pasó y dejó sus abrojos,
no hay viento que la detenga.
No vale grito ni arenga,
de na’ sirven los dineros,
ni vale tampoco el pero.
Lo digo con tal rigor:
la muerte es un tiburón
tragedioso y altanero.
No hay cuenta de su despojo,
ni número competente
que diga lo referente
de cuántos tiene en su lecho.
Normales y contrahechos,
gruñones y lisonjeros,
libertos y prisioneros,
pacíficos y hablantines,
cobardes y paladines,
dementes y pendencieros.
Con este animal furioso
no puede ni el más letra’o;
no sirve lo que ha estudia’o,
ni apelativo famoso,
ni titularios pomposos,
toititos van al fonduco.
Naide le iguala a este cuco
pa’ acarrear por su compuerta,
y se hace la mosca muerta
el esqueleto macuco.
A mí no me den la muerte
ni envuelta en papel de seda,
del cementerio albaceda
da el arañazo muy fuerte.
Graciosa, no quiero verte
ni pa’ la resurrección;
yo t’echo la maldición
que habrís de cortarte el pelo
con Lucifer en los cielos,
y en su feroz fundición.