Décimas (77): Tramitada en Viena (o Voy ordenando mi mundo)
Voy ordenando mi mundo,
me apersono en la Embajada;
soy cruelmente tramitada
con mis afanes profundos.
Tobías Barros Segundo,
qu’es diplomático sabio,
con la sonrisa en los labios
me dice: «La Francia es cancha,
la Viena, requetechancha;
solo da puros agravios».
A l’estación me dirijo
con rabia descomunal,
mil voces en alemán
me hacen turumba el oído.
Perdí los cinco sentidos
tratando de porquería
en una boletería
a un correuto funcionario
de pelo color canario
que alegre me sonreía.
«Yo quiero salir de aquí»
–le grito en claro chileno.
M’entrega noble y sereno
boleto para París.
La gente qu’estaba allí
me mira curiosamente;
yo agrego, pícaramente,
s’entiende qu’en español:
«¿Qué de raro tengo yo
que no lo tenga la gente?».
Subo al tren con gran consuelo
y ocasión pa’ meditar;
el tren me hace descansar
y aplacarme de los nervios.
Tobías Barros, soberbio,
glorioso estará sin mí.
¡Ay qué día tan feliz
cuando lo vuelva a encontrar,
Dios me lo ha de presentar
cuando yo crezca en París!
Grand’ era mi agotamiento,
mi pena y mi soledad.
¡Señor, qué barbaridad
causarme tanto tormento!
«Es tuyo el atrevimiento
–responde el cielo en su altura–:
ayer quisiste aventura,
hoy te vis arrepentida.
Mejor quédate dormí’a
par’ espantar tu amargura».
Dormida crucé países
y campos desconocidos,
crucé montañas y ríos,
nubes suecas, nubes grises.
Soñé momentos felices
con mis lejanos amigos,
con mi Santiago, testigo
de gratas pasadas horas.
Despierto al llegar l’aurora:
la Francia ya está conmigo.