Allí amé a una mujer terrible,
llorando por el humo siempre eterno*
de aquella ciudad acorralada
por símbolos de invierno.
Allí aprendí a quitar con piel el frío
y a echar luego mi cuerpo a la llovizna,
en manos de la niebla dura y blanca,
en calles del enigma.
Eso no está muerto,
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.
Allí entre los cerros tuve amigos
que entre bombas de humo eran hermanos.
Allí yo tuve más de cuatro cosas
que siempre he deseado.
Allí nuestra canción se hizo pequeña
entre la multitud desesperada:
un poderoso canto de la tierra
era quien más cantaba.
Hasta allí me siguió como una sombra
el rostro del que ya no se veía,
y en el oído me susurró la muerte
que ya aparecería.
Allí yo tuve un odio, una vergüenza,
niños mendigos de la madrugada,
y el deseo de cambiar cada cuerda
por un saco de balas.
La versión citada es la que se grabó con el GESI a fines de 1973 y que se editó en el disco “Jornadas de solidaridad con la lucha del pueblo de Chile” en 1974.
* En una versión anterior, publicada en “Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC 4” en 1975, dice “llorando por el humo sempiterno”.
En la versión incluida en “Silvio Rodríguez en Chile”, registrada en vivo en el Estadio Nacional de Santiago de Chile en marzo de 1990, se sustituyen categóricamente los “allí” por “aquí”, por el lugar en que se efectuó la grabación.
Nunca dejará de impactarme esa letra, es poesía pura, y me imagino cada palabra de lo que dice. La melodía le imprime un poco más de vigor, ansiedad e euforia, como se estuviera viviendo el momento mismo.
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