Hay bodas por amor y por dinero,
las he visto a cientos, tal vez a miles,
con novios de arrabal, con ricos prometidos,
notarios y barberos, mendigos y marqueses.
Aunque viviera tantos años como tiene el mundo,
nada me borraría el profundo recuerdo
de la pobre boda, cuando mi padre y mi madre
fueron a dar la cara ante el señor alcalde.
Fue en una vieja carreta, si hay que ser sinceros,
empujada y arrastrada por amigos y parientes,
que los viejos enamorados fueron a hacer la promesa
después de años de noviazgo, de amor y de ternura.
Se salía de lo corriente, el cortejo nupcial.
Todos nos observaban de una forma especial.
Nos espiaba gente de mirada fútil e innoble
que nunca había visto nada parecido en el pueblo.
Mirad cómo sopla el viento, llevándose los sombreros
-el sombrero de mi padre y los de los monaguillos-.
La lluvia va cayendo pesada, con parsimonia,
como si desease frenar aquella ceremonia.
Nunca podré olvidar a la novia en pleno llanto,
meciendo como una muñeca su ramo de flores.
Yo, para consolarla, con mi armónica imitaba
los himnos más altivos, y el sonido se alzaba y caía de nuevo.
Algunos mostraban un puño amenazador al cielo:
gritando “¡Por Júpiter, la boda seguirá!”
Con los hombres en contra, con los dioses contrariados,
la boda continúa, ¡y vivan los novios!
El cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero, autor de A cántaros, murió a los 78 años en Madrid tras una larga enfermedad; su obra unió canción, poesía y compromiso político durante más de medio siglo.
En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.