Los nuevos ricos van al pueblo, montados en su dinero,
para comprarles muchachas vírgenes a los hombres de bien.
Por un precio generoso, se creerán
con derecho a hacer con ellas lo que quieran.
Pero la carne más valiosa, la carne de Agnés,
se la pintan al óleo, porque nunca se ha encendido
por nadie que no llegue con las manos
vacías y con el corazón caliente.
A los nuevos ricos tal vez les extrañe, les
entristezca, les entristezca
que una muchacha con un cuerpo tan bonito
se ofrezca, se ofrezca
a quien no tienen donde caerse muerto:
los nuevos ricos siempre caen de las nubes.
Las muchachas como es debido, que por oro y diamantes
se han vendido la flor en el mercadillo,
obedientes les calientan la cama
a los nuevos ricos cuando éstos mueven un dedo.
Pero la piel de Agnés, pero la carne de Agnés
se la pintan al óleo y nada pueden hacer,
que los favores nunca piensa otorgarlos
por dinero, contra su corazón.
Las muchachas como es debido tienen el corazón consistente
y la flor permanentemente garantizada,
como las flores de papel o de cartón,
o las flores de mármol en el Panteón.
Pero al corazón de Agnés, al gran corazón de Agnés,
le gusta mudar de piel en un instante
y no repetir nunca la misma tonalidad,
no repetir nunca una flor.
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